Recuerdo, cuando empezamos a trabajar en Educación Infantil un
grupito de maestras y maestros, un tanto ingenuos, que luchábamos en mil
batallas contra los obstáculos que nos impedían enseñar con metodologías
innovadoras. Nos persiguieron inspecciones educativas, direcciones de colegios,
compañeras y compañeros. No comprendíamos nada. ¡Quienes deberían alentar la
innovación en la escuela nos ponían zancadillas!
Con el tiempo nos dimos cuenta que sufrimos por nuestra
torpeza, por no comprender la dificultad de cambiar una organización educativa
tan férrea y anquilosada como es la escuela.
Dimos cursos sobre lo que hacíamos en nuestras aulas por los
Centros de Profesorado, en un intento de mostrar nuestras tímidas innovaciones
sobre ambientes en el aula, lectoescritura constructivista o trabajo por
proyectos. Fue una experiencia gratificante pero quizás, solo para quienes
impartimos las ponencias, porque nos ayudó a sistematizar nuestra práctica. Pero
ahora pensamos que no sirvieron demasiado para mejorar la escuela. Cuando vamos
a cursos, conferencias, jornadas y encuentros educativos buscamos la pócima que
calme nuestro desasosiego. Porque solo escuchando no se aprende demasiado; y es
por eso que nos aferramos a nuestra experiencia pasada, a la escuela de cuando
éramos niñas o niños: cartillas de leer, memorización, exámenes y castigos.
Ahora se sigue, en la mayoría de los colegios, enseñando a
leer y escribir con el método tradicional, hace tiempo denostado por la
ciencia. Quizás, no sirvió de mucho tanto esfuerzo para intentar convencer de
nuestras evidencias educativas innovadoras. Si acaso, nos valió para
reflexionar sobre nuestro trabajo, aumentar nuestra autoestima, para
perfeccionar nuestra práctica y para mejorar como enseñantes. Pensando en la
distancia, hemos aprendido que impartiendo charlas no cambiamos la realidad de
la escuela.
Compartiendo experiencias y errores, hemos aprendido características
esenciales de los Centros Educativos, como de cualquier organización social que
se precie, que dificultan cualquier proceso de innovación y mejora. Estas son
algunas de ellas:
- Siempre aprende el que habla de lo que hace y pocas veces
el que escucha. Aprendemos mostrando lo que hacemos y reflexionando sobre ello.
Quienes crecen son los ponentes, en esa liturgia de jornadas y conferencias. Quienes
solo escuchan no cambia demasiado. Para aprender hay que, primero, hacer;
luego, pensar y compartir el análisis de la acción; y, por último, llevarlo de
nuevo a la práctica. Sabiendo como sabíamos que se aprende con la reflexión de
nuestro trabajo en grupo, fuimos dando charlas, por los caminos, sobre nuestras
prácticas. Era como enseñar un mapa del paisaje que recorrimos. Y, ya se sabe, que
en el plano nunca está lo vivido.
- Todo intento de cambio produce una reacción (acción-reacción,
principio físico que siempre se cumple). Nunca pretendas cambiar el status quo esperando el beneplácito. Si
empujas al sistema, sentirás en tu alma la resistencia. De la innovación nunca se
sales ileso. Cualquier intento de transformación produce sufrimiento, pero éste
también enseña. Eso aprendimos intentando cambiar la escuela.
- No esperes el aplauso de quienes trabajan a tu lado. La
inseguridad de algunas personas salta por los aires cuando te conviertes en
espejo en los que se miran y no les gusta lo que ven. Es necesario conectar con
redes de contactos lejos de donde trabajamos, donde nadie te conozca, (eso
hicimos siempre). Allí encontrarás el verdadero valor de lo que haces. Al no
existir relaciones de cariño, de poder, celos o rivalidad, juzgarán sólo tu
trabajo y sabrás el verdadero valor de lo que haces. Son pocas las personas que
tienen la suerte de trabajar juntas compartiendo y valorando a quienes tienes a
tu lado; solo ocurre cuando el grupo ha trabajado mucho sus emociones
personales.
- Si trabajas de forma diferente al resto de la gente, se necesita
valor para navegar en soledad. Raras veces encuentras a personas que reconozcan
tu trabajo y te ayuden en la tarea. Es muy importante descubrir entre tanta «normalidad»
a quienes, como tú, busca innovar y mejorar la educación. La innovación requiere de gente dispuesta a
asumir la duda permanente y la soledad.
- Nunca te enfrentes al poder directamente, aunque tengas más razón que un santo. El poder es el
que puede, no necesariamente el que sabe, y menos aún quien tiene razón. No
malgaste saliva en explicar. El poder suele querer mantener la paz social del centro
educativo que dirige. Si molestas demasiado, te castigan.
- Todas las personas tenemos un vacío, un hueco en nuestro
interior que nos inquieta. Quienes nos dedicamos a educar se nos ensancha ese
agujero. Debemos aprender a llenar nuestras lagunas para poder educar de forma
saludable, pero siempre desde la experiencia. Los discursos y textos
pedagógicos, las conferencias, la charlas, ponencias y reuniones… alumbran,
sugieren y dan ideas, pero sólo cuando se practican y se viven en carne propia
nos ayudan a mejorar, de lo contrario nunca diluyen nuestras carencias. Y es
que aprendemos de la reflexión sentida, en grupo, de lo que hacemos. Aprendemos
cuando una chispa se enciende, no cuando nos obligan a perfeccionarnos. Porque
la llama del aprendizaje prende desde dentro. Y cada cual arde a su tiempo y
manera. Solo desde nuestro interior
podemos tapar ese vacío que todas las personas llevamos dentro.
- Por último, debemos tomar conciencia de que trabajamos en una
institución férrea que se resiste a cualquier cambio o innovación. La lucha para
cambiar la escuela es dura, pero merece la pena.