Las instrucciones que los poderes públicos han dictando cargan la responsabilidad a las direcciones de los centros y al profesorado. No han adoptado ninguna medida eficaz, sólo recomendaciones imprecisas sin invertir en todo lo que se necesita.
El curso está ya cerca y no podemos esperar a que el poder político asuma sus competencias y den soluciones a tantas necesidades. Ante la complejidad de la escuela no sirven los protocolos: no es lo mismo infantil que primaria, cada alumnado es diferente, cada centro es único y no sabemos las circunstancias que se van a presentar. Los aseos son los que son, las entradas, pasillos, patios, aulas y demás dependencia ya tenían carencias espaciales desde hace tiempo en la mayoría de los centros educativos. Como no esperamos respuesta administrativa a los problemas que se avecinan debemos, en la medida de lo posible, hacer lo que buenamente sabemos y podemos.
Lo deseable es reinventar la escuela, porque el confinamiento ya existía en esos habitáculos cuadrados llenos de sillas y mesas en los que, en pocas ocasiones, se cumplía la normativa en cuanto a espacio por alumnado. Quizás esta situación puede ser una oportunidad para generar cambios sustanciales. He aquí algunas sugerencias para ir pensando:
Lo principal para educar es estar presentes, mirar a los ojos y escuchar. Para ello debemos, en primer lugar, escucharnos por dentro, solucionar nuestros miedos para poder luego atemder a los demás. Las maestras y los maestros tenemos que soltar nuestra angustia antes de tratar con el alumnado. Así que es primordial tener cierta seguridad en el trabajo para sentirnos relajados. Antes que nada, debemos trabajar los vínculos entre el profesorado para luego poder vincular al alumnado. Deberíamos compensar este tiempo de angustia y el mucho trabajo telemático que hemos realizado y restaurar todas nuestras heridas para poder ayudar a nuestros escolares.
Sin conexión no hay educación. Hay que acercarse emocionalmente para tocar los corazones de las niñas y niños de la clase. Si nos tapamos la boca con mascarillas debemos aprender a sonreír con los ojos. Lo que sea, para poder conectar. La distancia de seguridad necesaria es sólo física. Así que para compensar se necesita más contacto emocional. Traspasar las mascarillas y las mamparas requiere de palabras más sensibles. Esta vez se hace necesario, más que nunca, escuchar individualmente y no sólo al grupo. Cada cual tiene su peculiaridad en la conquista de su equilibrio emocional.
Las familias también deben estar conectadas con el profesorado emocionalmente. Sólo si están relajadas, confiadas y tranquilas tendremos alumnado con posibilidades educativas. No debemos prejuzgar a las madres y padres de nuestro alumnado porque cada cual vivió la realidad de forma distinta y no lo sabemos. Debemos estar tranquilos y cercanos para poder soportar sus inquietudes. Así nos mandarán al colegio niños y niñas más equilibrados. Tampoco todas las familias tienen las mismas posibilidades y necesidades. Que los colegios estén abiertos no debe implicar que tengan que venir a clase todos los días ni a todas horas la totalidad del alumnado. Abrir variabilidad de asistencia podría ser una posibilidad para bajar la ratio. Es un momento suficientemente peligroso que requiere buscar soluciones imaginativas a la masificación de los colegios. Es necesario atender a quienes tienen menos posibilidades educativas.
Debemos aprovechar esta realidad tan compleja para realizar los cambios metodológicos que siempre debimos hacer y que ahora son necesarios. Trabajar con espacios y materiales naturales no estaría mal. La vuelta a la naturaleza es ahora imprescindible porque es más saludable que el aula. El patio del colegio es un lugar que podemos aprovechar para aprender. Es necesario evitar los espacios cerrados. También podemos salir al campo, a la playa, al bosque o a la ciudad. Concebir la comunidad como espacio educativo es una buena posibilidad: museos, parques, castillos, mercados, jardines y plazas.
Los árboles del colegio pueden ser templos de aprendizaje. A su alrededor podemos hacer asambleas, contar cuentos o leer. También se podría aprender muchos contenidos con ellos: hojas flores, frutos, texturas, fotosíntesis, ecología, insectos, pájaros, coger materiales para realizar actividades plásticas, aprender del recorrido de las sombras que dibujan en el suelo o percibir las texturas de su corteza.
El huerto escolar o el jardín son los mejores lugares para aprender sobre la naturaleza. La polinización de las flores la podemos ver en directo, así como el milagro de la germinación o el nacimiento de una flor.
En el cole no sólo enseñamos, sino que también educamos. Y además de educar podemos ser agentes de salud si realizamos actividades terapéuticas. Es necesario trabajar mediante el diálogo y la expresión el miedo que nos ha generado esta pandemia. Pero, sobre todo, es necesario jugar. El juego es la mejor medicina para todos los males del alma de la infancia.
Hay que hacer teatro para dramatizar y sacar fuera toda la angustia que nos provoca el virus, utilizando el cuerpo y la emoción. Es imprescindible volver a la psicomotricidad que nunca debió salir de la escuela, para que el alma grite todo lo que lleva dentro a través del cuerpo, porque con la expresión corporal nos ponemos en juego y lanzamos al aire todos nuestros enredos.
Trabajar los cuentos y los textos literarios se hace ahora más importante que nunca, porque ya se sabe que las historias nos recomponen el alma narrándonos de nuevo.
La actividad dialógica es imprescindible para sacar fuera el trauma. Hay que intentar que el alumnado hable y converse sobre cualquier tema que estemos trabajando. Es importante dialogar sobre lo que sentimos. Porque si hablamos pensamos, y quienes hablan con los demás mejoran la mente y diluye sus emociones derramadas.
Muchos creen que los medios tecnológicos han sustituido nuestra labor educativa, pero como técnicas frías y distantes conecta a baja intensidad. Sirven para mandar deberes y tareas, pero no para educar. ¡Tengámoslo presente! Podemos y debemos seguir usándolos como herramientas, pero siempre debe existir una persona humana que medie. Podemos crear en el colegio lugares informatizados para que busquen, investiguen e indaguen sobre cualquier tema que estemos trabajando. Debe haber talleres de tecnología para asistir en pequeños grupos. Es necesario deshomogeneizar las actividades, dejar que cada equipo pueda hacer distintas tareas en lugares diferentes, para así mantener distancias de seguridad.
Es sabido que la educación online ha aumentado las diferencias educativas que ya existían entre el alumnado de distintos estratos sociales, desatendiendo una de las misiones de la escuela que es compensar necesidades. Es hora de revertir la tendencia. Es necesario metodologías integradoras que ayuden al alumnado con más dificultades. Los aprendizajes cooperativos, los grupos interactivos, las parejas de ayuda mutua o patrullas como los scouts, son posibilidades de organización a partir de grupos pequeños que se ayudan y que trabajan juntos sobre proyectos y tareas integrales. Hay que evitar la enseñanza competitiva tan nefasta para todo el alumnado. Tanto para quienes tienen altas capacidades, que suelen ser rechazados, como para quienes tienen más dificultades. Debemos trabajar coordinados, lo hemos aprendido en el confinamiento: todas las personas somos necesarias y vamos en un mismo barco que es nuestro planeta.
Para todas estas propuestas hay que romper la estructura hermética de asignaturas y horarios. No podemos crear burbujas educativas, como propone la administración, si en cada grupo clase entra especialistas de inglés, francés, educación física, música y religión, que se pasean por todas las aulas. Si cada media hora tienen una asignatura distinta con un profesorado diferente la existencia de una persona infestada se expandiría por todo el colegio. Hay que volver a un magisterio generalista, trabajando todas las asignaturas juntas por medio de proyectos, actividades vivenciales o tareas integrales, a través de las cuales aprendamos sobre un mundo que nunca debió de ser parcelado en materias. Sólo integrando los saberes aprenderemos de la vida desde una visión interrelacionada y global.
Ya sé que es difícil reinventar la educación pero, quizás, esta pandemia nos permita soñar una nueva escuela, más saludable, solidaria, natural y amable. ¡Debemos intentarlo!