31 de mayo de 2023

¿EDUCACIÓN CONCERTADA?

Educación Concertada viene de concierto, con cierto… privilegio. Tiene una contradicción en su esencia. Quieren ser educación privada pero con dinero público. O, dicho de otra manera, quiere ser educación pública pero con prebendas.

Conozco algunos centros concertados con una visión solidaria de la educación, que acoge a todo el mundo, que ayudan a los más necesitados, que son cooperativas lidiando con mil dificultades, que tienen proyectos educativos que apuestan por las personas con carencias. Pero la mayoría de los centros concertados son negocios que quieren hacer caja con la educación de la infancia, imponiendo su doctrina y, a veces, ni eso. Se valen de idearios religiosos, justificándose con el amor al prójimo y demás monsergas, para montar un negocio.

Los centros concertados, en su mayoría, viven en una contradicción permanente: son religiosos, que se supone ayudan a los más desfavorecidos, pero segregan al alumnado con dificultades; buscan la excelencia, evitando a quienes tienen más carencias. Son centros con idearios sagrados, por lo que deberían ayudar a los marginados de la sociedad, pero evitan a las personas empobrecidas.

Eligen a su profesorado sin mediación de oposiciones estatales igualitarias, porque se creen capaces de seleccionar a los mejores, aunque siempre hay una red clientelar. Y el Estado, supuestamente aconfesional, lo permite. Contratan de aquella manera y buscan la excelencia con engaño, evitando al alumnado que le baja la media. Ya se sabe que la estadística es una gran mentira: si la mitad de la población no come pollo y la otra mitad come un pollo, la estadística muestra que cada persona come medio pollo. Si evitamos  que entren en nuestro sistema a quienes no comen pollo, tendremos un alumnado bien alimentado.

Buscan el éxito educativo en contradicción con su ideario religioso y solidario, evitan a quienes tienen necesidades con mil excusas. Seleccionan al alumnado con más capacidad y crean una red de relaciones de gente adinerada que solo buscan el éxito social. Ya se sabe que para triunfar como escuela solo hay que seleccionar. Si eliges a los más exitosos siempre triunfas, pero a costa de la segregación y la marginación de los más necesitados.

Un buen colegio debería acoger a todas las personas, también a las marginadas, a los nadies, a la infancia destrozada, a quienes tienen dificultades, a los pobres, a los parias de este mundo… para darles posibilidades. Los peores colegios del mundo son los que buscan los estándares de calidad expulsando al alumnado con dificultades. Porque no aportan nada, no mejoran la sociedad, solo seleccionan, y luego se cuelgan medallas.

En la escuela pública siempre nos llegó alumnado con diversidad funcional, desechados de las escuelas concertadas con la escusa de que no tenían personal especializado para este tipo de alumnado. Me da risa, a la vez que tristeza, el argumento.

Vaya morro tienen quienes hacen este tipo de trampas. Si escoges a los mejores y luego evalúas, sin tener en cuenta los aprioris, seguro que tendrás mejores resultados. Pero no nos engañan, las  buenas escuelas son las que acogen gente con dificultades y las hace progresar en sus posibilidades. Podría nombrar a cientos de escuelas que trabajan para la mejora de la sociedad y la emancipación de sectores desfavorecidos. Sólo pondré un ejemplo: C.E.I.P. Nuestra Señora de Gracias, en Málaga, que apuesta por la infancia más necesitada.

Demos alas a la escuela pública, la única que mira a los ojos de cada persona, compensando sus dificultades, con la esperanza de crear una sociedad más justa e igualitaria.

20 de mayo de 2023

¿INTELIGENCIA ARTIFICIAL?

El coeficiente intelectual (CI) fue un hito en la historia educativa, pero se ha quedado anticuado, pasado de moda y cuestionado por la comunidad científica desde hace tiempo; aunque su simplicidad hace que siga vigente por ciertos especialistas, que también los hay, y una burocracia educativa que aún no ha renovado sus amarillentos formularios.

Alfred Binet inventó el primer test de inteligencia para ayudar a la infancia necesitada; pero, como toda técnica, se puede emplear para bien o para mal. Y el CI se ha utilizado en muchas ocasiones para etiquetar, clasificar y marginar, incidiendo negativamente en el desarrollo y las expectativas del alumnado.

Luego vino las inteligencias múltiples de Gardner: lingüística-verbal, lógica-matemática, visual-espacial, musical-auditiva, corporal-kinestésica, interpersonal, intrapersonal, naturalista, emocional, existencial, creativa, colaborativa. Un avance, no hay duda. Pero seguimos con el término inteligencia como Sancta Sanctorum.

En los últimos tiempos, hemos sufrido una avalancha de inteligencia emocional, hasta el punto de que hemos dejado de emocionarnos por saturación. Y no digo que existiera su necesidad en tiempos de racionalidad y usura, sino que el sistema lo ha asumido y se venden emociones hasta en supermercados.

El caso es que la inteligencia posee un halo de santidad, quiero decir de cientificidad. Solo nombrar el concepto damos por válido cualquier apellido que lleve asociado. Pero deberíamos preguntarnos: ¿qué entendemos por inteligencia?, ¿en qué somos inteligente? y, sobre todo, ¿para qué somos inteligentes?

Ahora nos invade la inteligencia artificial, una inteligencia propiciada por los nuevos tiempos. Al concepto inteligencia siempre le faltó una pisca de ética y, a la inteligencia artificial, no digamos.

Nunca lo más lógico, lo más certero, lo racional… es lo más ético, lo más moral. Ya se sabe que fueron científicos eficaces quienes idearon las cámaras de gas, la más alta tecnología para hacer el mal. Hoy sabemos que faltó ética y moral; y quizás sigue faltando, hoy día, en la llamada inteligencia artificial. Porque una cosa es la eficacia y otra, muy distinta, la ética: mirar el bienestar de toda la humanidad.

Lo importante no es el conocimiento a partir de datos y protocolos informatizados, sino hacia dónde queremos ir como comunidad humana. No es un tema lógico sino una cuestión ética. Ya lo dijo José Antonio Marina en su Ética para náufragos: ir a mucha velocidad, sin saber a dónde vas, es un contrasentido; porque podemos ir a marcha forzada en dirección contraria.

Así que debemos construir un concepto de inteligencia teniendo en cuenta una ética social. Es necesario incidir en que, sin moral, toda inteligencia puede ser dañina. Porque nunca un protocolo tuvo sentimiento, valores y, menos, ética.

Uno de los problemas que plantea la inteligencia artificial es su dificultad con la empatía, la moral, las emociones, con el amor y, sobre todo, con el sentido de vida. Porque la vida no va de lógica sino de ideario, sentimientos, solidaridad y ética. Lo han dicho tres intelectuales desde distintos saberes, el profesor de lingüística Ian Roberts, el filósofo Noam Chomsky y el experto en inteligencia artificial Jeffrey Watumull: los sistemas de IA carecen de razonamiento desde una perspectiva moral, por lo que son incapaces de distinguir bajo marcos éticos lo que se debe o no hacer.

Tuve una alumna, llamada María, la chica más buena de la clase, siempre con su sonrisa puesta ayudando a los demás. Conectó con su compañera con autismo, le ayudó enormemente, tenía una empatía especial. Pero su producción académica no sobresalía. Ella estaba en otras cosas. Espero que sus deficientes calificaciones no hayan mermado su integridad moral y, a pesar de su andadura por el sistema educativo, siga mejorando la sociedad como lo hizo en mi aula ayudando a su compañera.

Quizás necesitamos, antes que inteligencia artificial, un desarrollo emocional, un sentir, un comprender, una solidaridad humana y mucha empatía. Quizás, deberíamos dejar de nombrar la inteligencia, para incidir en lo moral, en lo emocional, en el sentimiento y en la ética. Quizás, no es cuestión de inteligencia sino de justicia, de igualdad, de aceptar la diversidad humana, y de comprender que todas las personas, igual que las aves, son diferentes en su vuelo, pero iguales en su derecho a volar.  

13 de mayo de 2023

CUESTIÓN DE CONFIANZA

Émile Durkheim, sociólogo, pedagogo y filósofo francés, considerado uno de los padres fundadores de sociología científica, acuñó el concepto de solidaridad orgánica. En su obra La división del trabajo social, publicada en 1893, escribe: 

“En esta sociedad desarrollada cada individuo cumple una sola función especial de acuerdo a la división del trabajo social. Cada sujeto desarrolla sus dotes y talentos individuales de acuerdo a su rol profesional. La conciencia de que cada uno depende de otro y que todos están vinculados por un sistema único de relaciones sociales, creadas por la división del trabajo, genera el sentimiento de dependencia mutua, de solidaridad, de sus lazos con la sociedad”.

Es decir, las sociedades complejas se basan en la confianza de que cada cual aporta su granito de arena para que todo funcione. Por eso confiamos en que los alimentos que compramos sean saludables y pesan lo indicado, que la carrera de taxi es correcta o que nuestros impuestos sirven para cubrir necesidades sociales. Y no vamos todo el día pesando, midiendo, comprobando y sospechando de todo el mundo. Debemos tener confianza hasta en la policía, que se encarga de vigilar los desajustes para que la sociedad siga funcionando. La creación del Estado cumple este cometido: generar confianza. De lo contrario, estaríamos todo el día con paranoia, con suspicacia hacia el resto de la humanidad.

Pero, en estos tiempos, al profesorado se le ha quitado la confianza, y se ha construido todo un sistema de control sobre su trabajo: fichar al entrar al colegio desde su propio móvil, que está controlado con localizador para ver si llega a su hora; con burocracias mil para vigilar su trabajo: programaciones detalladas sobre lo que hará cada día a cada hora, informes de cada entrevista a las familias, actas de reuniones de Ciclo, de Claustro, de Consejo Escolar y de todo lo que se menee en la escuela. Siempre con un ejército de inspectores amenazando.

En consecuencia, el profesorado pasa la mitad de del tiempo justificando todo lo que hace, en vez de dedicarse a su labor sagrada: la educación de la infancia.

Se ha perdido la confianza en el profesorado. Y, como escribió Émile Durkheim hace más de cien años, la pérdida de la confianza es el principio del fin de la solidaridad orgánica.

Si sospechamos de todo, si desconfiamos del Estado y de la sociedad entera, viviremos siempre en alerta, siempre con miedos y paranoia. Y el miedo es la principal causa de inactividad. Una cosa es la crítica al sistema y otra, muy distinta, la desconfianza.

Se supone que quienes han estudiado una profesión tan humana, han aprobado unas oposiciones y ejercen el magisterio tienen una capacidad para educar, un mínimo de empatía con la infancia y un compromiso social. Siempre hay que intentar mejorar sus dotes educativas, pero el control desde la desconfianza no es la mejor solución.

Deberíamos promover, en vez del excesivo control, otras formas de mejorar la enseñanza. Desde la desconfianza solo se provoca miedo, pasividad, engaño, disimulo… En cambio, desde la confianza de que cada cual es responsable de su función social, nos mostraremos humildes, receptivos y abiertos para analizar nuestras carencias y seguir aprendiendo. Porque solo desde una perspectiva social de confianza podemos mejorar la educación de la infancia y, quizás también, la sociedad.

A ver si toma nota las Administraciones Educativas. ¡Ya está bien de tanto control y tan poca confianza a quienes intentan educar!


10 de mayo de 2023

CUESTIÓN DE MIRADAS

Un cuento es una buena forma de entrar en el malestar de la infancia e indagar en sus desasosiegos. Los cuentos clásicos se contaron de generación en generación, durante siglos, porque servían para dar sentido a los desvaríos del alma. Eran narraciones sobre mitos ancestrales que daban respuestas, en lo más íntimo de las personas, a sus miedos, retos, deseos e inquietudes. Porque los cuentos encierran un talismán curativo para muchos males del alma. 

Requirió de mi experiencia, aunque ya estoy jubilado, una compañera maestra de un aula de Cuarto de Primaria. Tenía dificultades con un chico con desajustes familiares, que pegaba y creaba mucha alteración en el aula. Después de explicarme los problemas de su alumno, me pidió un consejo. Muchas veces, el principio de la solución es un cuento. Porque cuando encuentras la fábula adecuado entras en el alma de la infancia para curar las heridas que provocan sus desajustes.

El caso es que fui a contar a su colegio el cuento Resdán, de Paco Abril. Es una historia que nos narra la historia de un niño llamado Andrés, que se siente mal porque, tanto en el cole como en casa, le insultan, castigan y empequeñecen por su conducta disruptiva. Cuando narro el principio de la desoladora historia, en donde el protagonista siente un dolor inmenso en su alma por todo lo que le insultan, este alumno díscolo se muestra interesado, se identifica y comienza a preguntar y conectar con la historia.

Resulta que el chico del cuento se llamaba Andrés, y ante tanto insulto, provocado por su mal comportamiento (nunca se sabe si es primero el mal comportamiento o éste es producto de su herida) se pone a dibujar para tranquilizarse. Y dibuja un monstruo con las peculiaridades que menos le gustan de él, y de las que sus semejantes hacen burlas.

La cuestión es que, no se sabe bien por qué (cosas que pasan en los cuentos) el monstruo dibujado sale del papel y, tímidamente, comienza a conversar con Andrés. Al dibujo lo llama Resdán, que es su nombre cambiando las letras. Porque algo de él había en ese garabato que salió del papel y le interpelaba.

Después de leer el cuento invité al alumnado a que escribieran sus nombres y alteraran sus letras hasta formar un nombre de un supuesto monstruo que se escondía dentro de sus almas. Luego los invité a que hicieran un dibujo con las cosas que no les gustaba de su persona o que les hicieron sufrir en algún momento.

Resulta que este chico con dificultades de comportamiento dibujó un monstruo todo de rojo, con la cara metida entre rejas. Mucho de su familia se mostraba en el dibujo. Me acordé de Melania Grein, quien, en el siglo pasado, investigó que el lenguaje de los niños no era la palabra sino del dibujo y el juego.

He de decir que este chico problemático se mostró, durante toda la sesión, concentrado, participativo, equilibrado y trabajador. El cuento le había llegado hasta lo más profundo de su alma, de su herida.

Cuando me despedí de la clase, en la que conté ese cuento tan especial, me vino este alumno con dificultades y me dio un abrazo esencial. Me costó desprenderme de él para irme. Algo había conectado en su alma a través del cuento Resdán. Y es que hay cuentos, introspectivos, esenciales, saludables, curativos… que son capaces de cambiar un destino.

Mi compañera maestra, tutora de este niño tan especial, me escribe después de la experiencia y me dice:

Desde que tú pusiste tus manos en mi alumno, yo lo vi de otra manera.

Quizás todo sea una cuestión de miradas.

5 de mayo de 2023

A CORAZÓN ABIERTO

Dice Eduardo Galeano que «todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino». A partir de ahí, la sensación de trascender la propia existencia y transitar la eternidad se apodera de la persona. Es una sensación peligrosa, pero sumamente agradable y creativa. Es una sensación de inmortalidad que te hace bajar la guardia, vivir más intensamente y ser alguien esencial. 

Vivir parapetado no es vida. Porque educamos si nos mostramos tal cual somos, si nos damos, si dejamos expresarse al alumnado y oímos sus dificultades y deseos desde la escucha atenta de personas adultas sensibles y sinceras.

Solo educaremos si nos mostramos como seres humanos sintientes. Porque la educación va de conexiones amorosas, de navegar en mar abierto, de darse, de trasmitir sentimientos, conocimientos emocionales y deseos. 

Pero ¡cuidado! que navegamos, a menudo, en un mar social traicionero. Debemos abrir la mente en contextos inapropiados. Hay inconvenientes atrincherados que buscan nuestra vulnerabilidad en todo momento.

Sufrí el acoso de algunos colegas y de direcciones de colegios, que me percibieron como peligroso porque trabajaba de otra manera. Aunque sufrí por ello, siempre comprendí que fui un agente patógeno que amenazaba lo establecido. Poner en cuestión al sistema supone sufrir las embestidas lógicas de defensa del sistema. Así funcionan las organizaciones sociales. Es lo que hay. Pero seguí trabajando a corazón abierto.

Siempre tuve de mi lado a las familias para educar a sus vástagos. Pero una vez sufrí a un padre en contra de mi labor docente. Estaba en una lucha ideológica para poner uniformes a todo el alumnado en un centro público; y, como no estuve de acuerdo, embistió contra mi persona. Buscó todo los resortes del sistema para desprestigiarme. Menos mal que yo siempre ayudé a su hijo en sus dificultades, y no entré en pugna política. Siempre mostré mi preferencia por la diversidad del alumnado, y apoyé a quienes tenían dificultades, a pesar de sus familias.

Tuve una alumna que siempre estaba retando. El «no» era su primera opción, nada le venía bien. De ella aprendí que para decir sí había que tener los pies, muy estables, en la tierra. Y ella volaba por mil planetas insatisfecho. Mi posición educadora no podía ser la confrontación, sino ser un mar de amor amortiguando las embestidas con mis plácidas olas.

Conviví con un alumno que no sabía lo que quería y siempre me retaba. Su familia andaba conspirando junto a la dirección del centro, intentando justificar sus desvaríos, no asumiendo las dificultades de su hijo. Mientras, yo me mostraba humano en el aula, intentando indagar en las dificultades de ese niño que me retaba. Pronto descubrí que estaba excesivamente empoderado por unos padres que no aceptaban los desequilibrios de su hijo y buscaban una justificación desesperada fuera de su vástago. 

Siempre hubo quien me aconsejó que me parapetara, que no siguiera mostrándome, exponiéndome tal cual soy. Esa era la mejor solución para no sufrir demasiado. Pero yo continué luchando a corazón abierto. Amé a ese alumnado díscolo una y otra vez, mostré mi sonrisa más sincera a las familias, aún sabiendo que me hacían mal. Siempre creí que debemos mostrar lo que somos a pesara de las amenazas. Solo así podremos educar.

Ya sé que contradice la perspectiva psicológica de moda: mostrar seguridad, simular fortaleza, fingir, empoderarse, no admitir debilidades… Pero solo educaremos si nos mostramos tal cual somos, a corazón abierto, para que nuestro espejo refleje en la infancia una imagen ética y verdadera.

Así que, sírvanse un par de copas: una de vino y otra de abrazos. Quiero decir que para educar debemos mostrarnos tal y cómo somos, y conectar con el alumnado a corazón abierto. No hay otra posibilidad educadora, aunque tengamos que soportar los lógicos inconvenientes de quienes tienen miedo a que algo cambie y algunas embestidas a destiempo.

Si luchas a contracorrientes debes asumir los envites de quienes se resisten, de la tradición, de lo que se hizo siempre, de organizaciones que se defienden contra toda amenaza de cambio.

Para educar debemos mostrar lo que somos, compartir sentimientos, conectar… Pero teniendo cuidado, para que nadie nos dañe, para, así, poder seguir educando. Porque solo, a corazón abierto, podemos educar.