20 de mayo de 2023

¿INTELIGENCIA ARTIFICIAL?

El coeficiente intelectual (CI) fue un hito en la historia educativa, pero se ha quedado anticuado, pasado de moda y cuestionado por la comunidad científica desde hace tiempo; aunque su simplicidad hace que siga vigente por ciertos especialistas, que también los hay, y una burocracia educativa que aún no ha renovado sus amarillentos formularios.

Alfred Binet inventó el primer test de inteligencia para ayudar a la infancia necesitada; pero, como toda técnica, se puede emplear para bien o para mal. Y el CI se ha utilizado en muchas ocasiones para etiquetar, clasificar y marginar, incidiendo negativamente en el desarrollo y las expectativas del alumnado.

Luego vino las inteligencias múltiples de Gardner: lingüística-verbal, lógica-matemática, visual-espacial, musical-auditiva, corporal-kinestésica, interpersonal, intrapersonal, naturalista, emocional, existencial, creativa, colaborativa. Un avance, no hay duda. Pero seguimos con el término inteligencia como Sancta Sanctorum.

En los últimos tiempos, hemos sufrido una avalancha de inteligencia emocional, hasta el punto de que hemos dejado de emocionarnos por saturación. Y no digo que existiera su necesidad en tiempos de racionalidad y usura, sino que el sistema lo ha asumido y se venden emociones hasta en supermercados.

El caso es que la inteligencia posee un halo de santidad, quiero decir de cientificidad. Solo nombrar el concepto damos por válido cualquier apellido que lleve asociado. Pero deberíamos preguntarnos: ¿qué entendemos por inteligencia?, ¿en qué somos inteligente? y, sobre todo, ¿para qué somos inteligentes?

Ahora nos invade la inteligencia artificial, una inteligencia propiciada por los nuevos tiempos. Al concepto inteligencia siempre le faltó una pisca de ética y, a la inteligencia artificial, no digamos.

Nunca lo más lógico, lo más certero, lo racional… es lo más ético, lo más moral. Ya se sabe que fueron científicos eficaces quienes idearon las cámaras de gas, la más alta tecnología para hacer el mal. Hoy sabemos que faltó ética y moral; y quizás sigue faltando, hoy día, en la llamada inteligencia artificial. Porque una cosa es la eficacia y otra, muy distinta, la ética: mirar el bienestar de toda la humanidad.

Lo importante no es el conocimiento a partir de datos y protocolos informatizados, sino hacia dónde queremos ir como comunidad humana. No es un tema lógico sino una cuestión ética. Ya lo dijo José Antonio Marina en su Ética para náufragos: ir a mucha velocidad, sin saber a dónde vas, es un contrasentido; porque podemos ir a marcha forzada en dirección contraria.

Así que debemos construir un concepto de inteligencia teniendo en cuenta una ética social. Es necesario incidir en que, sin moral, toda inteligencia puede ser dañina. Porque nunca un protocolo tuvo sentimiento, valores y, menos, ética.

Uno de los problemas que plantea la inteligencia artificial es su dificultad con la empatía, la moral, las emociones, con el amor y, sobre todo, con el sentido de vida. Porque la vida no va de lógica sino de ideario, sentimientos, solidaridad y ética. Lo han dicho tres intelectuales desde distintos saberes, el profesor de lingüística Ian Roberts, el filósofo Noam Chomsky y el experto en inteligencia artificial Jeffrey Watumull: los sistemas de IA carecen de razonamiento desde una perspectiva moral, por lo que son incapaces de distinguir bajo marcos éticos lo que se debe o no hacer.

Tuve una alumna, llamada María, la chica más buena de la clase, siempre con su sonrisa puesta ayudando a los demás. Conectó con su compañera con autismo, le ayudó enormemente, tenía una empatía especial. Pero su producción académica no sobresalía. Ella estaba en otras cosas. Espero que sus deficientes calificaciones no hayan mermado su integridad moral y, a pesar de su andadura por el sistema educativo, siga mejorando la sociedad como lo hizo en mi aula ayudando a su compañera.

Quizás necesitamos, antes que inteligencia artificial, un desarrollo emocional, un sentir, un comprender, una solidaridad humana y mucha empatía. Quizás, deberíamos dejar de nombrar la inteligencia, para incidir en lo moral, en lo emocional, en el sentimiento y en la ética. Quizás, no es cuestión de inteligencia sino de justicia, de igualdad, de aceptar la diversidad humana, y de comprender que todas las personas, igual que las aves, son diferentes en su vuelo, pero iguales en su derecho a volar.  

No hay comentarios: