31 de mayo de 2023

¿EDUCACIÓN CONCERTADA?

Educación Concertada viene de concierto, con cierto… privilegio. Tiene una contradicción en su esencia. Quieren ser educación privada pero con dinero público. O, dicho de otra manera, quiere ser educación pública pero con prebendas.

Conozco algunos centros concertados con una visión solidaria de la educación, que acoge a todo el mundo, que ayudan a los más necesitados, que son cooperativas lidiando con mil dificultades, que tienen proyectos educativos que apuestan por las personas con carencias. Pero la mayoría de los centros concertados son negocios que quieren hacer caja con la educación de la infancia, imponiendo su doctrina y, a veces, ni eso. Se valen de idearios religiosos, justificándose con el amor al prójimo y demás monsergas, para montar un negocio.

Los centros concertados, en su mayoría, viven en una contradicción permanente: son religiosos, que se supone ayudan a los más desfavorecidos, pero segregan al alumnado con dificultades; buscan la excelencia, evitando a quienes tienen más carencias. Son centros con idearios sagrados, por lo que deberían ayudar a los marginados de la sociedad, pero evitan a las personas empobrecidas.

Eligen a su profesorado sin mediación de oposiciones estatales igualitarias, porque se creen capaces de seleccionar a los mejores, aunque siempre hay una red clientelar. Y el Estado, supuestamente aconfesional, lo permite. Contratan de aquella manera y buscan la excelencia con engaño, evitando al alumnado que le baja la media. Ya se sabe que la estadística es una gran mentira: si la mitad de la población no come pollo y la otra mitad come un pollo, la estadística muestra que cada persona come medio pollo. Si evitamos  que entren en nuestro sistema a quienes no comen pollo, tendremos un alumnado bien alimentado.

Buscan el éxito educativo en contradicción con su ideario religioso y solidario, evitan a quienes tienen necesidades con mil excusas. Seleccionan al alumnado con más capacidad y crean una red de relaciones de gente adinerada que solo buscan el éxito social. Ya se sabe que para triunfar como escuela solo hay que seleccionar. Si eliges a los más exitosos siempre triunfas, pero a costa de la segregación y la marginación de los más necesitados.

Un buen colegio debería acoger a todas las personas, también a las marginadas, a los nadies, a la infancia destrozada, a quienes tienen dificultades, a los pobres, a los parias de este mundo… para darles posibilidades. Los peores colegios del mundo son los que buscan los estándares de calidad expulsando al alumnado con dificultades. Porque no aportan nada, no mejoran la sociedad, solo seleccionan, y luego se cuelgan medallas.

En la escuela pública siempre nos llegó alumnado con diversidad funcional, desechados de las escuelas concertadas con la escusa de que no tenían personal especializado para este tipo de alumnado. Me da risa, a la vez que tristeza, el argumento.

Vaya morro tienen quienes hacen este tipo de trampas. Si escoges a los mejores y luego evalúas, sin tener en cuenta los aprioris, seguro que tendrás mejores resultados. Pero no nos engañan, las  buenas escuelas son las que acogen gente con dificultades y las hace progresar en sus posibilidades. Podría nombrar a cientos de escuelas que trabajan para la mejora de la sociedad y la emancipación de sectores desfavorecidos. Sólo pondré un ejemplo: C.E.I.P. Nuestra Señora de Gracias, en Málaga, que apuesta por la infancia más necesitada.

Demos alas a la escuela pública, la única que mira a los ojos de cada persona, compensando sus dificultades, con la esperanza de crear una sociedad más justa e igualitaria.

20 de mayo de 2023

¿INTELIGENCIA ARTIFICIAL?

El coeficiente intelectual (CI) fue un hito en la historia educativa, pero se ha quedado anticuado, pasado de moda y cuestionado por la comunidad científica desde hace tiempo; aunque su simplicidad hace que siga vigente por ciertos especialistas, que también los hay, y una burocracia educativa que aún no ha renovado sus amarillentos formularios.

Alfred Binet inventó el primer test de inteligencia para ayudar a la infancia necesitada; pero, como toda técnica, se puede emplear para bien o para mal. Y el CI se ha utilizado en muchas ocasiones para etiquetar, clasificar y marginar, incidiendo negativamente en el desarrollo y las expectativas del alumnado.

Luego vino las inteligencias múltiples de Gardner: lingüística-verbal, lógica-matemática, visual-espacial, musical-auditiva, corporal-kinestésica, interpersonal, intrapersonal, naturalista, emocional, existencial, creativa, colaborativa. Un avance, no hay duda. Pero seguimos con el término inteligencia como Sancta Sanctorum.

En los últimos tiempos, hemos sufrido una avalancha de inteligencia emocional, hasta el punto de que hemos dejado de emocionarnos por saturación. Y no digo que existiera su necesidad en tiempos de racionalidad y usura, sino que el sistema lo ha asumido y se venden emociones hasta en supermercados.

El caso es que la inteligencia posee un halo de santidad, quiero decir de cientificidad. Solo nombrar el concepto damos por válido cualquier apellido que lleve asociado. Pero deberíamos preguntarnos: ¿qué entendemos por inteligencia?, ¿en qué somos inteligente? y, sobre todo, ¿para qué somos inteligentes?

Ahora nos invade la inteligencia artificial, una inteligencia propiciada por los nuevos tiempos. Al concepto inteligencia siempre le faltó una pisca de ética y, a la inteligencia artificial, no digamos.

Nunca lo más lógico, lo más certero, lo racional… es lo más ético, lo más moral. Ya se sabe que fueron científicos eficaces quienes idearon las cámaras de gas, la más alta tecnología para hacer el mal. Hoy sabemos que faltó ética y moral; y quizás sigue faltando, hoy día, en la llamada inteligencia artificial. Porque una cosa es la eficacia y otra, muy distinta, la ética: mirar el bienestar de toda la humanidad.

Lo importante no es el conocimiento a partir de datos y protocolos informatizados, sino hacia dónde queremos ir como comunidad humana. No es un tema lógico sino una cuestión ética. Ya lo dijo José Antonio Marina en su Ética para náufragos: ir a mucha velocidad, sin saber a dónde vas, es un contrasentido; porque podemos ir a marcha forzada en dirección contraria.

Así que debemos construir un concepto de inteligencia teniendo en cuenta una ética social. Es necesario incidir en que, sin moral, toda inteligencia puede ser dañina. Porque nunca un protocolo tuvo sentimiento, valores y, menos, ética.

Uno de los problemas que plantea la inteligencia artificial es su dificultad con la empatía, la moral, las emociones, con el amor y, sobre todo, con el sentido de vida. Porque la vida no va de lógica sino de ideario, sentimientos, solidaridad y ética. Lo han dicho tres intelectuales desde distintos saberes, el profesor de lingüística Ian Roberts, el filósofo Noam Chomsky y el experto en inteligencia artificial Jeffrey Watumull: los sistemas de IA carecen de razonamiento desde una perspectiva moral, por lo que son incapaces de distinguir bajo marcos éticos lo que se debe o no hacer.

Tuve una alumna, llamada María, la chica más buena de la clase, siempre con su sonrisa puesta ayudando a los demás. Conectó con su compañera con autismo, le ayudó enormemente, tenía una empatía especial. Pero su producción académica no sobresalía. Ella estaba en otras cosas. Espero que sus deficientes calificaciones no hayan mermado su integridad moral y, a pesar de su andadura por el sistema educativo, siga mejorando la sociedad como lo hizo en mi aula ayudando a su compañera.

Quizás necesitamos, antes que inteligencia artificial, un desarrollo emocional, un sentir, un comprender, una solidaridad humana y mucha empatía. Quizás, deberíamos dejar de nombrar la inteligencia, para incidir en lo moral, en lo emocional, en el sentimiento y en la ética. Quizás, no es cuestión de inteligencia sino de justicia, de igualdad, de aceptar la diversidad humana, y de comprender que todas las personas, igual que las aves, son diferentes en su vuelo, pero iguales en su derecho a volar.  

13 de mayo de 2023

CUESTIÓN DE CONFIANZA

Émile Durkheim, sociólogo, pedagogo y filósofo francés, considerado uno de los padres fundadores de sociología científica, acuñó el concepto de solidaridad orgánica. En su obra La división del trabajo social, publicada en 1893, escribe: 

“En esta sociedad desarrollada cada individuo cumple una sola función especial de acuerdo a la división del trabajo social. Cada sujeto desarrolla sus dotes y talentos individuales de acuerdo a su rol profesional. La conciencia de que cada uno depende de otro y que todos están vinculados por un sistema único de relaciones sociales, creadas por la división del trabajo, genera el sentimiento de dependencia mutua, de solidaridad, de sus lazos con la sociedad”.

Es decir, las sociedades complejas se basan en la confianza de que cada cual aporta su granito de arena para que todo funcione. Por eso confiamos en que los alimentos que compramos sean saludables y pesan lo indicado, que la carrera de taxi es correcta o que nuestros impuestos sirven para cubrir necesidades sociales. Y no vamos todo el día pesando, midiendo, comprobando y sospechando de todo el mundo. Debemos tener confianza hasta en la policía, que se encarga de vigilar los desajustes para que la sociedad siga funcionando. La creación del Estado cumple este cometido: generar confianza. De lo contrario, estaríamos todo el día con paranoia, con suspicacia hacia el resto de la humanidad.

Pero, en estos tiempos, al profesorado se le ha quitado la confianza, y se ha construido todo un sistema de control sobre su trabajo: fichar al entrar al colegio desde su propio móvil, que está controlado con localizador para ver si llega a su hora; con burocracias mil para vigilar su trabajo: programaciones detalladas sobre lo que hará cada día a cada hora, informes de cada entrevista a las familias, actas de reuniones de Ciclo, de Claustro, de Consejo Escolar y de todo lo que se menee en la escuela. Siempre con un ejército de inspectores amenazando.

En consecuencia, el profesorado pasa la mitad de del tiempo justificando todo lo que hace, en vez de dedicarse a su labor sagrada: la educación de la infancia.

Se ha perdido la confianza en el profesorado. Y, como escribió Émile Durkheim hace más de cien años, la pérdida de la confianza es el principio del fin de la solidaridad orgánica.

Si sospechamos de todo, si desconfiamos del Estado y de la sociedad entera, viviremos siempre en alerta, siempre con miedos y paranoia. Y el miedo es la principal causa de inactividad. Una cosa es la crítica al sistema y otra, muy distinta, la desconfianza.

Se supone que quienes han estudiado una profesión tan humana, han aprobado unas oposiciones y ejercen el magisterio tienen una capacidad para educar, un mínimo de empatía con la infancia y un compromiso social. Siempre hay que intentar mejorar sus dotes educativas, pero el control desde la desconfianza no es la mejor solución.

Deberíamos promover, en vez del excesivo control, otras formas de mejorar la enseñanza. Desde la desconfianza solo se provoca miedo, pasividad, engaño, disimulo… En cambio, desde la confianza de que cada cual es responsable de su función social, nos mostraremos humildes, receptivos y abiertos para analizar nuestras carencias y seguir aprendiendo. Porque solo desde una perspectiva social de confianza podemos mejorar la educación de la infancia y, quizás también, la sociedad.

A ver si toma nota las Administraciones Educativas. ¡Ya está bien de tanto control y tan poca confianza a quienes intentan educar!


10 de mayo de 2023

CUESTIÓN DE MIRADAS

Un cuento es una buena forma de entrar en el malestar de la infancia e indagar en sus desasosiegos. Los cuentos clásicos se contaron de generación en generación, durante siglos, porque servían para dar sentido a los desvaríos del alma. Eran narraciones sobre mitos ancestrales que daban respuestas, en lo más íntimo de las personas, a sus miedos, retos, deseos e inquietudes. Porque los cuentos encierran un talismán curativo para muchos males del alma. 

Requirió de mi experiencia, aunque ya estoy jubilado, una compañera maestra de un aula de Cuarto de Primaria. Tenía dificultades con un chico con desajustes familiares, que pegaba y creaba mucha alteración en el aula. Después de explicarme los problemas de su alumno, me pidió un consejo. Muchas veces, el principio de la solución es un cuento. Porque cuando encuentras la fábula adecuado entras en el alma de la infancia para curar las heridas que provocan sus desajustes.

El caso es que fui a contar a su colegio el cuento Resdán, de Paco Abril. Es una historia que nos narra la historia de un niño llamado Andrés, que se siente mal porque, tanto en el cole como en casa, le insultan, castigan y empequeñecen por su conducta disruptiva. Cuando narro el principio de la desoladora historia, en donde el protagonista siente un dolor inmenso en su alma por todo lo que le insultan, este alumno díscolo se muestra interesado, se identifica y comienza a preguntar y conectar con la historia.

Resulta que el chico del cuento se llamaba Andrés, y ante tanto insulto, provocado por su mal comportamiento (nunca se sabe si es primero el mal comportamiento o éste es producto de su herida) se pone a dibujar para tranquilizarse. Y dibuja un monstruo con las peculiaridades que menos le gustan de él, y de las que sus semejantes hacen burlas.

La cuestión es que, no se sabe bien por qué (cosas que pasan en los cuentos) el monstruo dibujado sale del papel y, tímidamente, comienza a conversar con Andrés. Al dibujo lo llama Resdán, que es su nombre cambiando las letras. Porque algo de él había en ese garabato que salió del papel y le interpelaba.

Después de leer el cuento invité al alumnado a que escribieran sus nombres y alteraran sus letras hasta formar un nombre de un supuesto monstruo que se escondía dentro de sus almas. Luego los invité a que hicieran un dibujo con las cosas que no les gustaba de su persona o que les hicieron sufrir en algún momento.

Resulta que este chico con dificultades de comportamiento dibujó un monstruo todo de rojo, con la cara metida entre rejas. Mucho de su familia se mostraba en el dibujo. Me acordé de Melania Grein, quien, en el siglo pasado, investigó que el lenguaje de los niños no era la palabra sino del dibujo y el juego.

He de decir que este chico problemático se mostró, durante toda la sesión, concentrado, participativo, equilibrado y trabajador. El cuento le había llegado hasta lo más profundo de su alma, de su herida.

Cuando me despedí de la clase, en la que conté ese cuento tan especial, me vino este alumno con dificultades y me dio un abrazo esencial. Me costó desprenderme de él para irme. Algo había conectado en su alma a través del cuento Resdán. Y es que hay cuentos, introspectivos, esenciales, saludables, curativos… que son capaces de cambiar un destino.

Mi compañera maestra, tutora de este niño tan especial, me escribe después de la experiencia y me dice:

Desde que tú pusiste tus manos en mi alumno, yo lo vi de otra manera.

Quizás todo sea una cuestión de miradas.

5 de mayo de 2023

A CORAZÓN ABIERTO

Dice Eduardo Galeano que «todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino». A partir de ahí, la sensación de trascender la propia existencia y transitar la eternidad se apodera de la persona. Es una sensación peligrosa, pero sumamente agradable y creativa. Es una sensación de inmortalidad que te hace bajar la guardia, vivir más intensamente y ser alguien esencial. 

Vivir parapetado no es vida. Porque educamos si nos mostramos tal cual somos, si nos damos, si dejamos expresarse al alumnado y oímos sus dificultades y deseos desde la escucha atenta de personas adultas sensibles y sinceras.

Solo educaremos si nos mostramos como seres humanos sintientes. Porque la educación va de conexiones amorosas, de navegar en mar abierto, de darse, de trasmitir sentimientos, conocimientos emocionales y deseos. 

Pero ¡cuidado! que navegamos, a menudo, en un mar social traicionero. Debemos abrir la mente en contextos inapropiados. Hay inconvenientes atrincherados que buscan nuestra vulnerabilidad en todo momento.

Sufrí el acoso de algunos colegas y de direcciones de colegios, que me percibieron como peligroso porque trabajaba de otra manera. Aunque sufrí por ello, siempre comprendí que fui un agente patógeno que amenazaba lo establecido. Poner en cuestión al sistema supone sufrir las embestidas lógicas de defensa del sistema. Así funcionan las organizaciones sociales. Es lo que hay. Pero seguí trabajando a corazón abierto.

Siempre tuve de mi lado a las familias para educar a sus vástagos. Pero una vez sufrí a un padre en contra de mi labor docente. Estaba en una lucha ideológica para poner uniformes a todo el alumnado en un centro público; y, como no estuve de acuerdo, embistió contra mi persona. Buscó todo los resortes del sistema para desprestigiarme. Menos mal que yo siempre ayudé a su hijo en sus dificultades, y no entré en pugna política. Siempre mostré mi preferencia por la diversidad del alumnado, y apoyé a quienes tenían dificultades, a pesar de sus familias.

Tuve una alumna que siempre estaba retando. El «no» era su primera opción, nada le venía bien. De ella aprendí que para decir sí había que tener los pies, muy estables, en la tierra. Y ella volaba por mil planetas insatisfecho. Mi posición educadora no podía ser la confrontación, sino ser un mar de amor amortiguando las embestidas con mis plácidas olas.

Conviví con un alumno que no sabía lo que quería y siempre me retaba. Su familia andaba conspirando junto a la dirección del centro, intentando justificar sus desvaríos, no asumiendo las dificultades de su hijo. Mientras, yo me mostraba humano en el aula, intentando indagar en las dificultades de ese niño que me retaba. Pronto descubrí que estaba excesivamente empoderado por unos padres que no aceptaban los desequilibrios de su hijo y buscaban una justificación desesperada fuera de su vástago. 

Siempre hubo quien me aconsejó que me parapetara, que no siguiera mostrándome, exponiéndome tal cual soy. Esa era la mejor solución para no sufrir demasiado. Pero yo continué luchando a corazón abierto. Amé a ese alumnado díscolo una y otra vez, mostré mi sonrisa más sincera a las familias, aún sabiendo que me hacían mal. Siempre creí que debemos mostrar lo que somos a pesara de las amenazas. Solo así podremos educar.

Ya sé que contradice la perspectiva psicológica de moda: mostrar seguridad, simular fortaleza, fingir, empoderarse, no admitir debilidades… Pero solo educaremos si nos mostramos tal cual somos, a corazón abierto, para que nuestro espejo refleje en la infancia una imagen ética y verdadera.

Así que, sírvanse un par de copas: una de vino y otra de abrazos. Quiero decir que para educar debemos mostrarnos tal y cómo somos, y conectar con el alumnado a corazón abierto. No hay otra posibilidad educadora, aunque tengamos que soportar los lógicos inconvenientes de quienes tienen miedo a que algo cambie y algunas embestidas a destiempo.

Si luchas a contracorrientes debes asumir los envites de quienes se resisten, de la tradición, de lo que se hizo siempre, de organizaciones que se defienden contra toda amenaza de cambio.

Para educar debemos mostrar lo que somos, compartir sentimientos, conectar… Pero teniendo cuidado, para que nadie nos dañe, para, así, poder seguir educando. Porque solo, a corazón abierto, podemos educar.

 

18 de abril de 2023

ESCUELAS SALUDABLES

Vivimos en un mundo vertiginoso y virtual, en el que nos enfrentamos a dificultades personales sin percatarnos de que los desajustes emocionales tienen una gran carga social y, por tanto, una responsabilidad política, económica y educativa. La solución no puede ser sólo, aunque necesaria, la terapia individual. Quizás la educación tenga algo que aportar en la prevención de una vida más saludable. 

Los Centros Educativos soportan el deterioro de la salud mental de la infancia en estos tiempos convulsos, y el profesorado se muestra desbordado. Para cambiar el statu quo primero hay que hacer un buen diagnostico del problema. Es necesario indagar en la multitud de causas sociales, culturales, económicas, familiares… que alumbren la compleja realidad, para poder intervenir de manera adecuada.

Veo en las noticias, ya sean en radio, periódicos de todas las tendencias o redes sociales, que la problemática de la salud mental se simplifica. Siempre se trata de forma individual: persona emocionalmente inestable, víctima, especialista en salud mental, protocolo de convivencia con medidas punitivas individuales, etc.

Es necesario el abordaje individual de los problemas en situaciones de emergencia, pero necesitamos comprender los problemas desde una visión más global. Es imprescindible analizar la sociedad actual, los conflictos sociales existentes, la cultura imperante, las crisis económicas, los nuevos valores, el ritmo de vida, la incidencia de las redes sociales...

Desde la educación debemos intervenir, de alguna manera, ante tanto desajuste. En los centros educativos se manifiestan todos los conflictos sociales aunque sus causas estén fuera, porque la escuela obliga a permanecer de 5 a 6 horas diarias a toda la población menor de 16 años.  Los centros educativos acogen, durante ese tiempo, a toda la población infantil y juvenil; por tanto, algo deberíamos poder hacer con la salud mental de nuestros jóvenes.

Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2021 se suicidaron 314 menores de edad. 22 de esos fallecidos tenían menos de 15 años. Por cada suicidio consumado hay más de cien intentos. La juventud que se quita la vida, o pasa por periodos de conflicto emocional, vive durante muchas horas diarias en instituciones educativas. Por tanto, algo debemos hacer para prevenir este problema tan acuciante. Al menos podríamos educar de forma más saludable para contribuir a contener tanto fracaso social.

Está de moda la enseñanza de las emociones a raíz de los problemas de salud mental, tan demandada por la sociedad. Pero, a veces, se programan actividades para el desarrollo emocional de forma específica, descontextualizada, sin tener en cuenta el funcionamiento de los centros educativos, las necesidades de la infancia y la problemática social. Creemos que la salud emocional hay que trabajarla de forma trasversal: en las metodologías, en las actividades, en los contenidos, en el apoyo a las familais y en toda la vida de del aula y de la comunidad educativa.

Hace años que en Educación Infantil trabajábamos la salud mental de forma integral. Lo dejé reflejado en un artículo publicado en la revista Cuadernos de Pedagogía titulado Libros que hablan del cuerpo y del alma. Una alternativa al libro de texto en Educación Infantil. ([1])

En este escrito se describe cómo trabajábamos en el aula actividades saludables que tienen en cuenta la educación sentimental, las relación es afectivas, la expresión de emociones y demás materias del alma. Sin saberlo, estábamos incidiendo en la prevención de la salud mental, hoy día tan demandada.

El artículo recoge la construcción de cuatro libros realizados por el alumnado a partir de experiencias vividas en el aula: El libro de mi cuerpo, El libro de los juegos, El libro de mi vida y El libro de mis fantasías. Comenzaban con actividades con el cuerpo en movimiento, buscando aflorar emociones y sentimientos; continuaban con actividades de relaciones sociales: bailes, canciones cuentos, poesías y juegos, en donde se creaban conexiones amorosas; luego planteaban espacios para la expresión de lenguaje emocional en grupo, acabando con la materialización de un libro individual con dibujos y texto escrito en donde se plasmaba lo trabajado. Después de vivir mil experiencias, sólo entonces, pasábamos al papel para dejar reflejado lo sentido, compartido y disfrutado cada día. Así, a lo largo de semanas, íbamos construyendo textos con experiencias vividas, libros que hablaban del cuerpo y del alma.

La necesidad de actuar desde la escuela para mejorar la salud mental de la ciudadanía y prevenir futuras locuras es indiscutible. Pero, como todo lo que se aprende bien, debemos hacerlo en contextos emocionales, con actividades funcionales y metodologías inclusivas, aceptando la diversidad y provocando conexiones amorosas.

Es necesario actuar en todo el contexto educativo, crear una cultura saludable en todas las liturgias de la escuela. La salud mental se genera en las entradas y salidas al cole, en los patios de recreo, en las metodologías, con profesorado competente, con familias colaborativas, con direcciones vigilantes y personal no decente de visión educadora. Para mejorar la salud mental del alumnado debe arrimar el hombro toda la tribu. Para ello, el profesorado necesita formación en estos temas. 

Porque una escuela saludable es la que alberga risas, bailes, canciones y complicidad. La que establece conexiones amorosas, con actividades del cuerpo, con la mirada y la escucha siempre presente; estableciendo múltiples vías de comunicación, creando debates, encuentros, reflexiones, análisis, valoraciones, reconocimientos y abrazos; la que tiene huerto y flores, y sale de excursión al barrio y a la naturaleza...

En definitiva, una escuela es saludable si enseña la diversidad del mundo en que vivimos e indaga sobre lo que somos transmitiendo  los conocimientos necesarios para asumir los sufrimientos y placeres que nos brinda la vida.

4 de abril de 2023

RUIDO BLANCO

El título ya me embriaga, por sinestésico y poético: el color blanco comulgando con ruidos biológicos que llegan al oído de un bebé desde el vientre de una madre. Es un creativo invento de emprendedores audaces, que maridaron el ruido de la sangre con la pureza y ternura del blanco inmaculado de un bebé recién nacido. Nunca expertos en márquetin estuvieron tan precisos y fueron tan audaces. Parece que quisieran vender algo. 

Cuando conocí el concepto de ruido blanco indagué. Suelo dudar, por principio, de las nuevas teorías sobre la crianza de la infancia, porque suelen ser una moda pasajera. Y es que he visto muchos esnobismos sobre la crianza. Primero el “Duérmete niño”, ese libro que se convirtió en «best seller» incitando a maltratar a la infancia dejándolas llorar hasta reventar. Este método fue ideado en 1985 por el pediatra estadounidense Richard Ferber, y en España fue popularizado por doctor Eduard Estivill.  

Luego vino el “Baby Einstein”, con el que la productora de Walt Disney  descubrió que los miedos de las familias sobre la crianza eran un nicho de mercado prometedor. Vendieron millones de discos con simplificaciones de la grandiosa obra de Mozart y la promesa de crear generaciones de superdotados. He aprendido que toda nueva ocurrencia para mejorar el desarrollo de la infancia debemos ponerla en entredicho porque, detrás, siempre se esconde el mercado.

Y eso hice con la moda del «ruido blanco», ponerlo en stand by. Tuve una intuición: quizás el mercado actual esté detrás de esta ocurrencia. Así que busqué en internet el concepto en una conocida multinacional de reparto a domicilio por si sabían algo al respecto. Resulta que ofrecen cientos de artefactos que emiten ruido blanco por un módico precio, prometiendo la seguridad y la tranquilidad ante un vástago que nos soliviante cada noche con su llanto. Es la panacea. Un sonido de secadora que promete dormir al infante en un pis pas.

Lo siguiente que hice es indagar en publicaciones científicas sobre el tema, y no encontré investigación concluyente sobre las bondades de ese sonido tan de moda para dormir a bebés.

No es baladí que el creador del concepto fue un vendedor ambulante que en 1962, buscando una solución para el insomnio de su esposa, descubrió que el sonido del aire acondicionado ayudaba a dormir a su mujer. Y en su garaje construyó una máquina que replicaba ese sonido, convirtiéndose hoy en número el uno en ventas bajo la firma de Marpaz.

Reflexiono sobre el tema y me pregunto: ¿Puede una máquina suplantar la crianza? ¿Debe un artefacto tranquilizar a un ser humano? Y en caso de que funcione, ¿estaremos creando un condicionamiento con ese sonido para poder dormir durante toda la vida? ¿Puede el mercado sustituir al arrullo de ser humano? ¿Debemos delegar nuestra responsabilidad de crianza a un artefacto?...

Concluyo que todo lo que nos ofrece el mercado debemos ponerlo en cuarentena, porque nadie da duros a cuatro pesetas. En esta época de economía liberal, hay que estar muy atentos, porque conocen nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestros miedos, nuestras necesidades, nuestras incertidumbres, nuestros deseos. Y están al acecho para vendernos humo por mucho dinero.

La creación de un ser humano solo es posible gracias a otro ser humano, con deseo y emoción, sin artefactos que mediaticen, que  metabolice, interprete y dé sentido a los desvaríos deseantes de bebés que fueron biología, pero demandan interacciones sensibles para convertirse en personas. Así que para dormir a nuestros bebés debemos hacer lo que siempre hicieron nuestras abuelas: acunarles, abrazarles, contarles cuentos y susurrar canciones de cuna. Nunca debería el mercado sustituir el arrullo de un humano.

22 de marzo de 2023

SOBRE LO HUMANO

La primera comunicación es sensitiva, luego motriz y por último simbólica. Eso nos dice la ciencia hasta ahora. Una personita sin lenguaje verbal abre la boca para pedirnos que abra un cajón y salta para decirnos que lo cojamos en brazos. Piensa y se comunica con el cuerpo. Es demasiado complejo el lenguaje simbólico. Antes debe desarrollar los primeros soportes mentales para, a partir de ahí, construir con base firme las altas torres del pensamiento que, por último, será reflexivo. 

Las sensaciones del cuerpo es lo primero, luego, en lo motriz está el incipiente pensamiento. Mucho después viene la palabra. El lenguaje se articula con conexión emocional; sólo entonces es posible la verdadera comunicación. Lo último es la escritura. Porque para escribir, antes hay que sentir, actuar, pensar y tener intención comunicativa. Sólo así lo escrito llevará un mensaje dentro. Porque escribir no es hacer garabatos, ni pintar sonidos, sino transmitir mensajes a los seres queridos, es dibujar emociones que lleguen a otros corazones.

Pero hay gente y escuelas que creen que hay que aprender a escribir mientras antes mejor, saltándose etapas imprescindibles en el desarrollo. Y no. Hay que comenzar por los cimientos y con paciencia, para que no se nos hunda el castillo de naipes del desarrollo. Primero, lo sensorial; luego, lo motriz, la imitación, la conexión emocional, el dar sentido a los desvaríos del cachorro, para que comience a digerir la complejidad de la existencia; y así, poco a poco, se conquista la cumbre de lo humano: lo simbólico, el pensamiento, la construcción de la subjetividad y la consciencia.  Y por último la escritura pensada. Porque escribir sin conciencia ni es escritura ni nada.

Todo esto es una obviedad sabida, investigada y publicada pero, es necesario recordar, hoy día; porque dicen que hay inteligencia artificial, que es el no va más. Debemos de estar alerta del peligro que nos viene. Será divertido jugar con artilugios considerados inteligentes y artificiales, seguro que aportará valor añadido al mercado; pero la educación de la infancia necesita personas sintientes que construyan personas. Sólo pasito a pasito y con amor se construye un ser humano. Es necesaria sospechar sobre la tecnología que nos quiere suplantar.

Igual que sólo es posible injertar plantas del mismo género y de la misma especia, la humanidad sólo brotará futuras generaciones si se conecta con yemas de humanidad.  La construcción humana sólo es posible desde lo humano. Lo demás es inteligencia  deshumanizada. No existe, por tanto, inteligencia artificial.  Si hay inteligencia siempre deber ser humana. Lo demás es algoritmo deshumanizado.

Dice Wikipedia que algoritmo es una secuencia de pasos finitos bien definidos que resuelven un problema. Por lo que los algoritmos ni sufren, ni padecen, ni son humanos y mucho menos inteligentes. Son producciones mecánicas. Serán resolutivas, eficaces y productivas, pero ni inteligentes ni humanas.

Para crear a un ser humano es imprescindible que alguien de la misma especie interprete, dé significado y metabolice los desvaríos amorosos de un ser biológico que fue imaginado y deseado.

27 de febrero de 2023

LA CONSTRUCCIÓN DE UN SER HUMANO

A un sabio camarero (toda persona sabe que quien está detrás de la barra de un mostrador ha escuchado lo suficiente como para ser un filósofo de la vida) le preguntaron que de dónde era su hijo adoptado. El veterano camarero respondió: no sabemos, aún no habla. Cuando hable ya sabremos el idioma y de dónde proviene.

El camarero hizo un chiste, pero la ingenua clientela se sintió complacida; tenía la creencia errónea de que somos seres biológicamente determinados. No sabía que el lenguaje, como la identidad, es una construcción social.  

Cuenta Umberto Eco que Federico II de Sicilia, en el siglo III, quiso saber si el idioma primigenio de la humanidad era el hebreo, como indicaban sus asesores religiosos. Para ello, encerró a unos infantes con sus nodrizas con la consigna de que los cuidaran, los amamantaran y los lavaran, pero que no tuvieran comunicación con ellos. El caso es que, al cabo de un tiempo, los infantes conversaron con Dios. No, no hablaron en el idioma hebreo que pronosticaron sus asesores, sino que murieron. Porque el ser humano vive gracias a la palabra, al afecto y la conexión emocional, y esos bebés no lo tuvieron.

En la construcción de un ser humano hay algo más que el cuidado y el alimento. Es necesaria personas que den sentido y humanicen los movimientos, aleteos, llantos y risas que los bebés expresan por simple estímulo interno. Existe un halo mágico que humaniza cuando una persona hace algo con lo que le bebé emite.

No podemos negar la base biológica que nos determina como especie pero, para ser un ser humano, no es suficiente. Somos los únicos mamíferos que nacemos sin terminar, que nos completamos fuera de la madre. Quizás la posición bípeda del homo erectus fue la causa. Nos lo cuenta Juan Luis Arsuaga en sus descubrimientos de Atapuerca. Al adquirir una posición erguida y estrechar las caderas, la mujer parió un ser sin acabar para que pudiera salir por sus entrañas. Por eso el ser humano nace inmaduro y se completa después de haber nacido.

Dicen los científicos que una criatura humana nace incompleta, que viene al mundo solo con un tercio de su cerebro desarrollado. En los primeros tres años, completa el ochenta por ciento de sus posibilidades. Así que ya sabemos de la importancia de los primeros años de vida y las posibilidades educativas de la primera infancia.

Debemos, por tanto, dar importancia a la crianza en los primeros años de vida en las familias, en la calle, en los centros educativos, en los parques…, o con las pantallas. Cada contexto tendrá sus consecuencias.

Aprendemos a andar sobre el primer año; a hablar, a partir de los dos, y a pensar… Algunas personas no lo consiguen en toda su vida. Fuera de broma, los humanos somos irremediablemente seres sociales. Nos hacemos humanos en la interacción de los demás y con el contexto social y cultural en el que nos desenvolvemos.

El lenguaje es una construcción social. Esto supone cariño, escucha, miradas, mimos y música emocional. La inteligencia artificial nunca podrá educar ni enseñar una lengua a una criatura. Porque no es cuestión de algoritmos sino de piel, de risas, de emociones compartidas, de inteligencia humana, de mirada a los ojos, de escucha, de dar sentido a la otra persona, de digerir los estímulos deseantes y convertirlos en complicidad sentida. Solo así construimos personas humanas.

Por eso, además de aprender didácticas y pedagogía, las maestras y maestros, debemos ser personas reflexivas, sintientes y molientes con capacidad de conexión, personas que den sentido a los desvaríos de nuestro alumnado. Solo así construiremos ciudadanos reflexivos y sensibles, a seres humanos saludables.


24 de febrero de 2023

HACIENDO Y PENSANDO

Una frase de Confucio, y hace años ya de eso, nos da la clave para la innovación educativa:

«Me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí».

Pero seguimos contando, mostrando, explicando, demostrando…, de forma convincente, cada trocito de conocimiento en las escuelas. Así solo provocaremos que el alumnado siga reproduciendo lo que aprendimos en otros tiempos, pero no conseguiremos mejorar la educación. Porque se aprende haciendo.

Hannah Arendt, la filósofa que puse en jaquea la filosofía, en su obra La condición humana, dice que los filósofos se han ocupado del conocimiento, cuando de lo que hay que ocuparse es de la acción. Recuerda la enseñanza de Confucio: «lo hice y lo aprendí».

Quizás necesitamos una Filosofía del hacer. Filosofar es pensar, lógicamente, pero necesitamos un pensamiento que surja de la acción, a la vez que hacemos lo que pensamos. Esa es la coherencia educativa, hacer a la luz del pensamiento. Quizás esa deba ser la esencia de una educación iluminada por la filosofía.

En el aula de Infantil, tenemos ambientes diversos con distintas posibilidades de actividad. El alumnado puede hacer infinitas actividades en el rincón de naturaleza, en el de juegos lógicos, en la biblioteca, en los talleres, en la máquina de luz, en el patio, en el rincón de juego simbólico o en el aula de usos múltiples. Así van desarrollando la autonomía, la socialización, el lenguaje y la autodisciplina: ¿Quieres saltar? pues tiene que ser en aquel espacio. ¿Quieres pintar?, debes hacerlo en el lugar adecuado y luego limpiar lo que ensucies. ¿Quieres jugar? pero no puedes molestar a los demás. Son los espacios y el funcionamiento del aula los que limitan el comportamiento y permiten el aprendizaje. Así ayudamos a desarrollar la capacidad de frustración, evitamos las conductas desafiantes y damos posibilidades educativas al alumnado de diversas capacidades.

Es necesaria una conexión afectiva con las niñas y los niños de aula, pero debemos huir de establecer una relación de dependencia con el alumnado: decirle siempre lo que deben hacer, valorar su trabajo (está bien o está mal), evaluar constantemente… Porque nuestra tarea es enseñarles a que sean autónomos y libres, evitando la dependencia del adulto.  Es necesario diferenciar lo que son relaciones de vínculo, de cariño, de amor, de afectividad…, con relaciones de poder, de saber-poder. Educamos para ayudar a las niñas y niños en su desarrollo, no para diagnosticar sus carencias y, menos, para proyectar nuestras dificultades. 

Pero además de hacer, hay que enseñar a pensar. Dice el filósofo español Emilio Lledó:

«A mí me llama la atención que siempre se habla, y con razón, de libertad de expresión. Es obvio que hay que tener eso, pero lo que hay que tener, principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente?»

La escuela cambiará si enseñamos desde la acción, pero siempre reflexionando sobre lo que hacemos. Así se crea una ciudadanía autónoma, crítica y libre.

Necesitamos actuar a la luz de la filosofía, para construir este mundo de otra manera; solo así cambiaremos la escuela, la sociedad en la que vivimos y, quién sabe si también, el mundo.


15 de febrero de 2023

EDUCAR SE CONJUGA EN SOCIEDAD

No somos células, no somos tejidos, no somos órganos, ni tan siquiera somos organismos. Somos personas con conciencia construidas en sociedad.

Por tanto, educar es crear un colectivo de personas conscientes, autónomas, sociables, responsables, reflexivas, empáticas, solidarias y éticas. No se construyen individuos aislados. Somos, irremediablemente, seres sociales. Para educar se requiere de la colectividad. Educa la tribu entera y se educa a toda la tribu, lo demás es la ley de la selva.

Así que la finalidad de la educación es crear grupos cooperativos, comunidades, ciudadanía solidaria y responsable, sociedades felices y bien avenidas.

El individuo es una falsa construcción de la cultura imperante. Nos sentimos individualidad pero nos debemos a la comunidad, porque ella nos construyó. Esta es la paradoja en la que vivimos: somos seres sociales aunque nos sintamos individualidades.

Debemos ser seres críticos con la sociedad que nos construyó. Es pura dialéctica. No somos tan libres como creemos, nos debemos a la comunidad; aunque debemos seguir intentando ser individualidades, tomando conciencia de nuestros lastres familiares y sociales.

Para que una persona sea autónoma, disciplinada y responsable, es necesario construir sujetos sintientes que reflexionen sobre sus acciones teniendo en cuenta al resto de la humanidad. Un comportamiento adecuado requiere de cierta autodisciplina, con gestión de las emociones ante la complejidad con que el mundo nos interpela. Es necesario asumir los desajustes y las contradicciones que la compleja vida nos genera. Y eso solo es posible teniendo en cuenta la sociedad en la que vivimos.

Debemos, por tanto, asumir una mirada holística, solidaria, empática, inclusiva y diversa.

La felicidad, o es colectiva o no es. Los destellos de emociones desatados en un «like» en las redes sociales no es más que un chute de adrenalina momentáneo que nos deja con ganas de más. El bienestar debe ser social, duradero, estable, equilibrado y contenido. Los altibajos nunca fueron buenos, y el egocentrismo menos. Porque detrás de una emoción desorbitada siempre hay un bajón irremediable. Solo un bienestar lento y compartido nos hace vivir en paz y armonía. Y eso solo es posible en sociedad.

Difícil tarea la de educar hoy día. Porque en estos tiempos hedonistas, liberales, individualistas, de «selfies» y postureo, de satisfacción inmediata y necesidades vanas, la felicidad llega a ráfagas fugaces a nivel individual, y nos hacen salivar durante segundos, pero nos deja con ganas de más. El resto del tiempo estamos deprimidos e insatisfecho. Porque la verdadera felicidad siempre fue del grupo, de la pareja, de las amistades, de la familia, de comunidades, de los pueblos… Solo la felicidad compartida es perdurable.

Desde la escuela debemos realiza actividades de grupo, de cooperación, de ayuda… para construir personas sociables. Es la única posibilidad. Vamos en el mismo barco. O nos hundimos o salimos a flote juntos, aceptando las diversas opiniones, la complejidad de este mundo, la aceptación de la incertidumbre.

Dice José Antonio Marina en su último libro (El deseo interminable, Ariel, 2022): que se haya puesto de moda la felicidad individual es catastrófico, porque se está diciendo que cada uno piense en su felicidad psicológica rompiendo la relación de la felicidad social, con la justicia, con la ética y con la felicidad pública.

Se está limitando a las personas a su felicidad egocéntrica, rompiendo la posibilidad de una felicidad social. Es una vuelta al narcisismo. Las propuestas de la psicología positiva son reaccionarias y antiéticas. Estamos en una pobreza intelectual y un absoluto colapso del pensamiento crítico.

Si no buscamos una verdad colectiva reinará la ley del más fuerte. Necesitamos, hoy más que nunca, un pensamiento crítico desde una perspectiva social. Quienes educamos debemos tener en cuenta que nos enfrentamos a la complejidad de una sociedad diversa y, en ella, es difícil luchar por una vida más justa y una felicidad más duradera sin contar con el resto de humanidad. 

7 de febrero de 2023

El HERRERO Y EL ALFARERO

Nunca vi a un herrero quejarse de la dureza del hierro. Jamás conocí a un alfarero protestar por la fragilidad de la arcilla. Cada profesional ha indagado en las dificultades de su trabajo y asume como reto el material que se le resiste. En cambio veo, a menudo, a cierto profesorado lamentarse de su material de trabajo: la infancia. Que si es duro de mollera, que si no se aplica demasiado, que si es vago, que si no se esfuerza, que si le falta actitud, que si es de la generación de cristal.

Ya sabía el herrero de la dureza del hierro, ya sabía el alfarero de la fragilidad del  barro. Cada profesional debe conocer a fondo el material con el que trabaja, para tenerlo en cuenta y hacer arte con ello. He visto estatuas de duro metal que insinúan la sensualidad de un cuerpo. He visto la rudeza de guerreros luchando esculpidos con maleable barro.

El herrero conoce la naturaleza del hierro, su dureza, su punto de fusión, sus posibilidades y límites. El alfarero es cuidadoso con sus manos porque sabe que trabaja con un material maleable y frágil. Los educandos deberíamos conocer la dureza, fragilidad, posibilidades y maleabilidad de nuestro alumnado. Que cada cual tiene un punto de fusión. De ahí la dificultad de educar. Unas personas son fuertes como el metal, otras, maleables como el barro. Y ahí debe estar el profesorado para tocar a cada cual con la caricia adecuada.

He visto maestras y maestros que de una chica pobre creó una mujer luchadora, maestros que llevaron a la universidad al hijo de un obrero, maestras y maestros que dieron vida a duros amasijos de hierros y barros apelmazados creando a personas felices. Como Geppetto, que  construyó a Pinocho de un trozo de madera con el deseo de ser padre. Porque el deseo hace la magia de convertir el hierro, el barro y a la infancia en esencia con alma.

Arte es crear con lo que, supuestamente, su material imposibilita. La cuestión es dar vida con alma de cualquier materia. Porque, quizás, el arte es subvertir la materia con la que se trabaja. Y la educación debería ser un arte, el arte de construir seres humanos sintientes y pensantes a pesar de sus dificultades.

Pero resulta que hay profesionales que echan la culpa de su fracaso al material con el que trabajan. Se lo tienen que mirar. Para trabajar en algo es imprescindible conocer las dificultades de la profesión, especialmente cuando se trabaja con material humano, el material más complejo y difícil de lidiar.

Para ello es imprescindible saber de Pedagogía, Psicología, Sociología, Antropología, Biología, Historia, Filosofía… Es necesario conocer la complejidad de un ser humano. Quejarse del material de trabajo denota incompetencia profesional.

Es evidente la complejidad y dificultad de conocer a fondo a los seres humanos, y más cuando están en desarrollo; pero no es admisible que, ante nuestra dificultad e ignorancia, pongamos la causa de nuestro fracaso en el material con el que trabajamos.

Una educación exitosa no es crear algún alumnado sublime, sino no haber dejado demasiadas piezas descartadas, demasiados guijarros rotos, herrumbres desahuciadas. El éxito en educación depende de profesionales que conocen y aman su material de trabajo: la infancia.

30 de enero de 2023

¿DIOS EN LA ESCUELA?

Dios debería existir en las iglesias y en el cielo. Es lógico y evidente, ¿pero en las escuelas? Es difícil explicar cómo un estado aconfesional, según La Constitución y el sentido común, puede dedicar tiempo, dinero y recursos para hablar de un dios de dudosa existencia, nunca demostrado por la ciencia. Quien crea, total respeto; pero el supuesto dios no tiene derecho a inmiscuirse en los centros educativos y, menos, en la ciencia.

Que es posible que exista, es una creencia. En la escuela vamos a aprender sobre evidencias. Es verdad que la realidad religiosa es un fenómeno digno de estudio, pero solo eso. Debemos aprender sobre nuestras creencias, pero no enseñar a creer en ellas.

Recomiendo el libro de Juan Eslava Galán (2oo9): El catolicismo explicado a las ovejas. Editorial Planeta. Destaco unas palabras de su obra:

“Sin embargo, seguimos creyendo en la Anunciación, en la Concepción virginal, en el pesebre, en la matanza de los Santos Inocentes, en la huida a Egipto y en todo el pack navideño. Los hipercríticos y los descreídos creen tener la respuesta: os parece verdad porque vuestra mamá, la catequesis y el colegio de curas os han impreso indeleblemente esa patraña en el disco duro del cerebro para que, cuando alcancéis la madurez del sentido común, ni os planteéis si es verdad o mentira. Por eso lo aceptáis, por absurdo que parezca, sin cuestionarlo bajo el escrutinio de la razón. Incluso lo creen personas instruidas que siguen siendo católicas y se creen las pamemas evangélicas que les lee el cura en el sermón dominical”.

Quizás, como dijo alguien, la religión es un delirio colectivo. La definición de delirio reza que es un pensamiento confuso y falto de consciencia del entorno. Por tanto, una cosa es estudiar el hecho religioso y otra muy distinta es dar credibilidad en la escuela a una creencia no científica. Es necesario saber por qué los seres humanos necesitaron de dioses y desde cuándo existen en la historia; es interesante conocer las creencias de dioses en cada cultura y su necesidad, a qué obedecen, cómo cada religión cree que su dios  es verdadero, cómo a lo largo de la historia cada pueblo ha utilizado sus religiones para justificar sus guerras y conquistas.

Que muchas personas creen en la divinidad, que han existido miles de dioses, a quienes supuestamente debemos la vida, a lo largo de la historia, que hay cientos de religiones cada cual con sus liturgias y dioses, es un contenido a estudiar. Pero creer que el dios de cada cual es el único verdadero, eso no se lo cree ni Dios. Y vemos cómo miles de escuelas enseñan a un dios como único y verdadero, en todos los países, en todas las culturas, en todas las religiones. Aunque es necesario respetar las creencias de cada cual, deberíamos dar prioridad en las escuelas al conocimiento, a la filosofía y a la ciencia.

Recuerdo un dicho de mi pueblo sobre el tema que reza así: ¡No creo ni en mi religión, que es la verdadera, voy a creer en la tuya!

¿Qué pasa con los delirios que agrupan a muchas personas? ¿Acaso la existencia de un dios depende de la mayoría? He aquí la contradicción y la esencia de muchos conflictos hoy día. Cada pueblo cree que su religión es la única y verdadera, y cuando chocan dos pueblos con credos diferentes se lía la cosa.

Si no sabemos la verdad, entonces, deberíamos aprender de las investigaciones, la ciencia, las reflexiones y discusiones de la gente que piensa. Esto es lo que hemos llamado ciencia. En política, llamamos democracia a la convicción provisional de que no sabemos la vedad absoluta y, por tanto, nos guiamos por verdades provisionales compartidas por la mayoría de la comunidad. Pero las creencias son algo personal y no debería inmiscuirse en la vida social. Por supuesto que desde diferentes religiones hay gente que aporta a la sociedad, me consta. Solo me refiero a que el tema de la fe no debería estar en las escuelas. 

Quizás, deberíamos enseñar en la escuela a pensar; a comprender el hecho religioso, a estudiar las religiones que en el mundo han sido y a escudriñar las necesidades espirituales que tenemos los seres humanos. Pero también debemos indagar en la historia, e investigar cómo el poder de cada época se ha servido de un dios para justificar conquistas, guerras, atrocidades y desmanes. La mayoría de las guerras y matanzas de este mundo tienen como justificación a un dios que las ampara. Mal dios es el que soluciona los conflictos con la muerte de quienes piensan diferente. También podríamos estudiar todo el bien que han hecho comunidades religiosas por el bien de la humanidad. Pero eso son acontecimientos históricos dignos de estudiar. La cuestión es sacar de las escuelas el hecho religioso porque es contradictorio con la esencia de la educación.

Ahí anda la ciencia y la filosofía, desde hace milenios, intentando evitar muertes injustificadas, buscando verdades provisionales para evitar la extinción de la diversidad existente en el mundo. Lo fácil es crear un dios que nos exima de la culpa de tantas atrocidades ejercidas en la historia, que nos diga que somos los elegidos, que nos mitiguen de tanta culpa, que nos sitúe en la verdad absoluta.

Si no existiera ningún dios, los seres humanos seríamos libres y responsables. Quizás creamos divinidades para librándonos de las estúpidas consecuencias de nuestras acciones. Quizás, por eso, deberíamos enseñar en la escuela a ser responsables.

Es posible que, los poderes de cada tiempo, inventaran y utilizaran a un dios para mitigar sus culpas. Quizás, consecuentemente, el mundo va como va. Por eso, hay que quitar a los dioses de la escuela, para que los futuros ciudadanos aprendan que son responsables del mundo en el que viven y dejan a sus descendientes.

Creo que sacar la religión de la escuela es una manera de hacer a las generaciones futuras responsables del mundo en el que viven. Porque la educación debería crear espacios para pensar, dudar, reflexionar, compartir conocimientos y buscar un mundo mejor para todas las personas, sin dioses ni creencias absurdas. Quizás, debemos, como educandos, hacer pensar al alumnado. Y, para ello, debemos sacar la religión de las escuelas. Porque la fe es algo personal que debería estar en las iglesias y en el supuesto cielo. Pero los centros educativos deberían ser espacios de pensamiento, reflexión, duda y conocimiento. 

6 de diciembre de 2022

QUERERLA ES CREARLA

«Quererla es crearla» es el sugerente título del documental de la directora chilena Cecilia Barriga, estrenado en el Museo Reina Sofía de Madrid y distribuida ahora por todo el planeta sensible a la diversidad. 

La película parte del proyecto de investigación de la Universidad de Málaga «Narrativas emergentes sobre la escuela inclusiva desde el Modelo Social de la Discapacidad. Resistencia, resiliencia y cambio social», dirigido por el profesor titular de la Universidad de Málaga y doctor en Pedagogía Nacho Calderón Almendro.

Las cosas no son lo que son, sino que terminan siendo como queremos que sean. No es solo una «profecía de autocumplimiento» sino que es la lucha por un deseo. Lo que queremos con fuerza, y luchamos para que se produzca, acabará siendo. No basta con querer, también hay que luchar. Ese es el significado del título del documental: querer una escuela inclusiva implica remangarnos para crearla. Porque nadie nos regala nada, todo cambio social se produjo, a lo largo de historia, después de muchas luchas y esfuerzos.

El documental narra, a través de historias entrecruzadas de varias familias españolas, situaciones de vidas reales que reivindican una escuela y una sociedad diversa e inclusiva.

Aunque los derechos de la infancia, se supone, debieran ser concedidos, no suele ser así. Hay familias que han tenido que luchar hasta llegar a la ONU para conseguir el derecho de su hijo a estar en la escuela ordinaria como las demás personas. Eso se cuenta en la película. También se cuenta cómo toda una Ministra de Educación atiende a chicas y chicos que sufrieron rechazos y vejaciones de las instituciones y de la sociedad en nuestro país por ser «diferentes». Pero lo principal que narra el documental es lo fácil que es convivir entre personas diversas cuando hay voluntad, y cómo la diferencia nos abre la mente, cómo la normalidad no debiera ser más que aceptar la diversidad que somos, irremediablemente, los seres humanos.

«La educación inclusiva es un derecho fundamental, que habilita la posibilidad de participar en el mundo», afirma el investigador de la UMA Nacho Calderón, quien señala que, con este film, se demuestra que no es algo lejano e inalcanzable, sino una experiencia real que viven muchas personas diariamente.

El colectivo de las personas con discapacidad asegura que su lucha contra la segregación educativa y social «no surge de un idealismo infundado, sino que se asienta en el derecho internacional, y particularmente en el artículo 24 de la Convención de los Derechos de Personas con Discapacidad».

Parece difícil pero el documental nos muestra que es más fácil de lo que pensamos. Solo hay que dejar que la vida fluya, escuchar a cada persona tal cual se expresa, dejarlas ser como son, atender sus necesidades…, y mucho cariño, empatía, respeto y amor.

Viendo el documental sentí emoción, entusiasmo, optimismo, ilusión…; y salí mejor persona que cuando entré en la sala; es lo que tiene una buena película: que nos solivianta, que nos interroga, que nos invita a hacer malabarismos con nuestras convicciones, que nos cambian por dentro.

Magnífico documental. Me ha encanta, me he emocionado, he aprendido, lo he vivido... Seguidle la pista. No os lo perdáis. La diversidad es la vida misma, por mucho que ciertas instituciones lo impidan. Es una película en la que la gente de cualquier condición se muestran tal y como son, y nos revela lo que somos todas las personas: seres con emociones, deseos, sufrimientos, luchas, sentimientos y cariños. 

Enhorabuena a Cecilia Barriga, la directora, porque ha sabido poner la cámara, sin que se note, en el corazón da cada persona. Mil gracias a las familias que luchan diariamente para que esta sociedad mejore aceptando la evidente diversidad. Gracias Nacho, por ser el hilo invisible que está siempre tejiendo historias de «nadies», visibilizándolos y dándoles voz. Gracias porque estas narraciones son imprescindibles para que la escuela cambie, para que esta sociedad sea cada día más humana y todas las personas seamos más felices.

Ha sido un placer compartir el documental. Es genial. Crea conciencia y nos solivianta el alma, porque está hecho con retazos de verdad.

27 de noviembre de 2022

DE VUELTA CON LAS PANTALLAS

No podemos impedir que las pantallas inunden nuestras vidas. Es lo que hay, es lo que toca. Lo que sí deberíamos hacer, quienes nos dedicamos a la educación, es enseñar a utilizarlas de forma adecuada, despertar el espíritu crítico, analizar posibilidades y ser contundentes con los perjuicios que generan. 

Resulta que, en muchos colegios de Educación Infantil, en la etapa más sensorial y motriz, la generadora de mentes, la que crea identidades, la que desarrolla el cerebro incipiente, la que debe apostar por el desarrollo integral de los futuros ciudadanos…, utilizan las pantallas para apaciguar, para entretener, para evitar conflicto, para desactivar al alumnado inquieto de esta etapa tan vital, para desconectar de la vida.

Se me viene alma al suelo cuando veo a la primera infancia bailando con la pantalla, conectando sus tiernos corazones con el «Cantajuego» o con algún baile de «Tik-Tok». Y es que ahí no hay conexión humana. El baile tiene sentido cuando el espejo refleja conexión de corazones acompasados, cuando conectamos con personas que nos modelan, cuando sentimos nuestro cuerpo en primera persona. Veo, cada vez más, que la infancia está danzando con pantallas, desconectada de lo humano. Y eso no es bailar.

Se me cae el alma cuando veo al alumnado de infantil desayunando mientras contempla, embobado, algún entretenimiento en la gran pantalla, impidiendo estar atentos a las sensaciones que pudieran experimentar: al gusto, al tacto, a lo que saborean cada mañana. Siempre utilicé la actividad del desayuno para que fueran conscientes de lo que comían, de su importancia, de las texturas, ingredientes, de la esencia de sus desayunos y del placer de una comida sana.

Me indigno cuando en muchas escuelas infantiles no se hace psicomotricidad, y se sustituye por movimientos estereotipados que refleja la gran pantalla que preside demasiadas escuelas; porque no hay tiempo, porque hay que hacer el libro, porque las editoriales mandan… porque no escuchamos el alma y las necesidades de la infancia.

Me desilusiono cuando ya no existe gente en la escuela que narre un cuento, con sus ojos conectando, con su ¡entonces! y ¡de pronto!... penetrando el corazón de la infancia.

Porque en la escuela hay que bailar, contar cuentos, mostrarse, darlo todo, arriesgar y desnudarse; hay que mostrar lo que somos, hay que entregarse, hay que ponerse en juego. Solo así traspasaremos la sensible piel de la infancia, adentrarnos en el alma y educar.

Lo dicho: las pantallas nos impiden penetrar en el alma de la infancia para crear la magia del desarrollo humano. Deberíamos pensarlo.

Solo personas amorosas construyen subjetividades, solo ojos penetrantes crean a seres humanos. Y, ya se sabe, las pantallas no tienen ojos ni almas, son solo espejos que la cultura actual nos ha puesto en frente para mirarnos y, al mismo tiempo, desconectarnos.