30 de noviembre de 2024

LO EMOCIONAL EN LA ESCUELA. Gómez Mayorga, C. (2024): Revista Galega de Educación. Nº 90, 2024.

La escuela de antaño dejó fuera del currículum los temas afectivos y sentimentales; pero lo emocional siempre estuvo presente, aunque no se explicitara. El mundo ha cambiado y la educación debe adaptarse a las nuevas concepciones educativas respetando las necesidades de la infancia en su crecimiento. Es imprescindible desarrollar la autonomía, tomar conciencia de las emociones, cultivar las relaciones afectivas, educar en valores, construir las competencias necesarias que el mundo actual nos exige, crear identidad individual y respetar a las demás personas aceptando la diversidad. Porque somos seres inteligentes a la vez que amorosos (Homo sapiens amans). Ya lo dijo Humberto Maturana: «El amor es la única emoción capaz de ampliar la inteligencia».[i]

En otro tiempo, lo importante era la conducta y el conocimiento. Creo que hemos avanzado cuando buscamos el origen de lo que nos mueve en la vida: las emociones, los valores y el amor. Dice José Antonio Marina de forma poética que «la cartesiana planta del conocimiento brota del humus cálido de la afectividad»[ii]. Esto complica nuestra tarea educativa, pero posibilita la solución de muchos interrogantes. La inteligencia, por tanto, no es mera racionalidad, sino que está atravesada por las emociones y por las relaciones afectivas. Por ello, estamos obligados a integrarlos en la tarea educativa.

Un texto de Eduardo Galeano nos ilumina sobre la necesidad de abordar los sentimientos unidos a lo racional: «Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza, nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra «sentipensante» para definir al lenguaje que dice la verdad»[iii].

La educación actual demanda trabajar en la escuela contenidos emocionales, pero no siempre acertamos en cómo abordarlos. A menudo, programamos actividades en las que hay que colorear al niño que está triste o contento en una ficha, mientras el alumnado se aburre como una ostra. Por el contrario, es necesario aprender sobre sentimientos en situaciones educativas vivas: conflictos diarios, riñas, miedos, actos solidarios, saludos, enfados y amores. Pero, sobre todo, es imprescindible hablar de ello. Dice Daniel Goleman, en su best-seller «Inteligencia emocional», que «la toma de conciencia de las emociones constituye la habilidad emocional fundamental, el cimiento sobre el que se edifican otras habilidades de este tipo, como el autocontrol emocional, por ejemplo».[iv]

En el aula, surgen a diario situaciones en las que los sentimientos se enredan, y son estas circunstancias las que debemos aprovechar para darles tratamiento educativo. No se trata de programar actividades sentimentales, sino de estar atento a toda emoción que se derrame en el aula, para dotarla de palabras, escucha y comprensión.

Sartre describe la emoción como «una brusca caída de la conciencia en lo mágico».[v] Yo lo aprendí de una alumna de 4 años, llamada Belén, que andaba a menudo derrochando emociones y nunca cumplía las normas: «Cuando yo era chica tomaba un bibi que tenía poderes, y se metió los poderes por todo el cuerpo y ya hacía yo magia y movía cosas». A partir de ese día le hablo con magia y consigo que casi siempre me obedezca. Había conquistado «la oreja verde» de la que habla Rodari[vi], necesaria para comprender el lenguaje emocional de la infancia.

Rebeca manifiesta sus celos buscando atención continua, y solo se relaja cuando explota con su llanto una emoción que la desborda. Sara, sin embargo, tiene un comportamiento más maduro y mitiga sus celos escribiendo continuamente el nombre de su hermano Alberto. Un día hablando de la muerte dijo Carlos: «Mi hermana se ha muerto». Le dije que era imposible porque la vi entrar al colegio esa mañana. Y me contestó: «Bueno, pero se va a morir al mediodía». El lenguaje posibilita la toma de conciencia sobre nuestras emociones. Afortunadamente, «el lenguaje nos permite poner en limpio lo que sabemos confusamente»[vii]. Debemos atender las emociones en la escuela porque los niños y niñas son pura emoción desbordada.

Cuando alguien tiene un sueño irascible lo cuenta en la asamblea y lo escribimos en «El libro de los sueños»[viii]. Esta actividad narrativa posibilita la expresión de muchos desasosiegos, transformándolos en maravillosas historias a nivel simbólico, liberando emociones difíciles de tolerar. Un día, nos cuenta Nerea: «Soñé con un toro y a mi hermano Carlos le dio un cornazo, y a mí no». «Yo tiré a mi hermano por la ventana y él me tiró a mí». Estas historias leídas una y otra vez, entre risas y bromas, hacen que la culpa se diluya, porque hemos expresado nuestras emociones agresivas de forma culturalmente aceptada. Si no superamos esta etapa de emociones desbordadas con lenguaje, las heridas nos acompañarán toda la vida.

La envidia es el sentimiento de querer ser el preferido frente a otra persona que posee algo que ansiamos. Es una consecuencia lógica de metodologías competitivas, en las que se valora a los listos, los triunfadores. Lo que desea el envidioso es ser querido, por lo que es evidente su inseguridad. Por ello, debemos diseñar metodologías cooperativas y solidarias. Aceptar la diversidad y realizar actividades que permitan diversos ritmos de aprendizajes es la mejor manera de superar estos sentimientos adversos.

El pensamiento requiere tiempo y quietud. La asamblea de clase es donde sentamos la cabeza para ponernos a pensar. La inteligencia emocional se desarrolla en grupo, construyendo significados cognitivos y emocionales entre todas las personas.

Cierto día, el sexo entró en la asamblea del aula en forma de conflicto del recreo. La monitora me advirtió que se había producido cierto problema de connotación sexual entre Olmo y Belén. Le dije que ya lo hablaríamos cuando los corazones se atemperaran, y nos fuimos para clase. Nos sentamos en la alfombra como todos los días, pero Belén, con el corazón acelerado y sentimientos de culpa, se resistía.  Esperaba alguna regañina. Coge el muñeco de títeres y comienza a expresar cierta agresividad en el lenguaje. Se dirige a mí y dice: « ¿te pica el culo?». Yo le contesto que no, porque yo no me lo toco con los dedos sucios. La respuesta le produce cierta desazón y me dispara con el muñeco. Luego va preguntando a todos los compañeros y compañeras con el muñeco y la mayoría responde que no. Cuando se relaja un poco, le invito a que se siente en la asamblea para hablar sobre lo que cada uno ha hecho en el patio. Margarita dice que ha habido un problema porque Belén ha enseñado el culo y Olmo se lo ha tocado. Juan Alberto puntualiza: «y la vulva». Olmo enrojece y Belén, rápidamente, dice que Olmo se lo dijo. Mis largas pausas propician la comunicación entre ellos. Juan Alberto volvió a intervenir: «¿entonces, si te dice que te tires por una ventana, te tiras?». Propongo hacer un teatro con lo ocurrido. Y es que la dramatización desdramatiza los conflictos. Un chico y una chica dramatizan la situación en la que uno le dice a la otra: «enséñame el culo», y la otra le contesta: «por qué no ves el tuyo que está más maduro». Cada pareja que sale va provocando una gran risotada de todos los demás. Unas veces es el chico el que demandaba que le enseñara el culo, y otras, la chica. Hasta Belén quiso hacer el teatro, y ante la demanda de Daniel para que le enseñara el culo, ella, bastante resuelta, contestó: «cógete tu culo que es más gordo». La gran risotada de toda la clase produjo un momento mágico que relajó el ambiente y desdramatizó el conflicto.

También con las familias debemos tener conexiones afectivas mediante una comunicación cercana y sincera. Vamos en el mismo barco, educa toda la tribu. Recuerdo un conflicto sentimental que me iluminó sobremanera. Un chico de cinco años se mostraba en clase desafiante, dominador, tirano, prepotente, controlador… Citamos al padre y a la madre juntos. Es necesario trabajar con la estructura familiar. Le pregunté a la madre que dónde dormía su hijo. Es imprescindible analizar los momentos esenciales de la vida: dormir, comer, deseos, sueños y necesidades. Me cuenta que su hijo se acuesta con ella, apretado, y no se duerme si no es tocándole el pecho con la mano. Miro a ambos y les digo: esa teta ya no es del niño, ya creció demasiado.  Mis precisas palabras sirvieron para mostrar el desajuste. A los pocos días ese padre, que antes estaba angustiado, me da un abrazo de los que ponen a los corazones a latir acompasados. También la madre se sintió liberada.

Por último, es imprescindible que los maestros y las maestras tengamos conciencia de nuestras emociones y sentimientos en la escuela, para no proyectar prejuicios en nuestro alumnado. A menudo, los calificamos como malos, cuando podrían ser, tan solo, algo inquietos y no lo soportamos; o vemos a otros como excelentes, cuando podrían ser sumisos e inseguros doblegados a nuestra autoridad. Y es que los niños y las niñas del aula son espejos en los que nos miramos: si nos vemos bien, nos reconfortan; si percibimos carencias, rompemos el espejo. Por tanto, analizar al alumnado debe comenzar por la toma de conciencia de quienes observamos. Ya lo dijo Confucio: «Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo».[ix]

Es por eso que, en el aula, debemos tratar las emociones en situaciones reales del aula, reflexionando sobre lo que sentimos, en contacto con las familias, tratándolas en asambleas y haciendo dramatizaciones, juegos, dibujos o narraciones con ellas.

 

 Bibliografía:

CONFUCIO: (2020): Las Analectas de Confusio. Herder Editorial.

GALEANO, E.: (1993) El libro de los abrazos. Editorial siglo XXI.

GÓMEZ MAYORGA, C. :(2004): Atando sentimientos con palabras. M.C.E.P. Sevilla.

GÓMEZ MAYORGA, C: (2021): Pensando la infancia. UMA Editorial..

GOLEMAN, D.(1995): Inteligencia Emocional. Akal.

MARINA, J.A.: (1996) El laberinto sentimental. Editorial Anagrama.

NOGUEROLES JOVÉ, Marta (2022): Humberto Maturana.Bajo Palabra. II Época. Nº 30.

RODARI, G.: (2006): Un señor maduro con una oreja verde La gallina que canta.: Editorial Andrés Bello.

SARTRE, J. P. (1971): Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid, Alianza Editorial.

 



[i] Marta Nogueroles Jové (2022): Humberto Maturana. Science, education and democracy from the biology of love. Bajo Palabra. II Época. Nº 30. Pgs: 139-154.

[ii] MARINA, J.A.: (1996) El laberinto sentimental. Editorial Anagrama.

[iii] GALEANO, E.: (1993) El libro de los abrazos. Editorial siglo XXI.

[iv] GOLEMAN, D.(1995): Inteligencia Emocional. Akal.

[v] SARTRE, J. P. (1971): Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid, Alianza Editorial.

[vi] RODARI, G.: (2006): Un señor maduro con una oreja verde La gallina que canta.: Editorial Andrés Bello.

[vii] MARINA, J. A. (1996): El laberinto sentimental. Barcelona, Anagrama.

[viii] GÓMEZ MAYORGA, C. (2004): Atando sentimientos con palabras. M.C.E.P. Sevilla.

[ix] Cunfucio: (2020): Las Analectas de Confusio. Herder Editorial. 

24 de noviembre de 2024

CUENTOS QUE NOS AYUDAN A CRECER. Hansel y Gretel

Los cuentos narran mitos ancestrales y nos regalan enseñanzas esenciales a través del tiempo. Hansel y Gretel es un cuento, de los hermanos Grimm, imprescindible en estos momentos hedonistas y de premuras. Porque, ¿quién no se ha extraviado alguna vez, en algún momento? Pues para eso están los cuentos, para ayudarnos en la búsqueda de senderos que nos guíen en esta vida incierta. 

Dos hermanos se pierden en el bosque, igual que la niñez se siente perdida en su construcción como persona, igual que todos nos perdemos en algún momento de nuestras vidas. Y es que la vida requiere de un riesgo necesario que debemos asumir en la búsqueda de la identidad.

La infancia siempre encuentra caminos contradictorios en su crecimiento: la independencia y la seguridad, dos necesidades incompatibles pero necesarias a la vez. Porque no hay independencia sin riesgo, ni seguridad sin lesión.

Hansel y Gretel huyen de sus padres, como sucede en todo crecimiento, para intentar construirse como personas independientes, evitando que sus progenitores maten su crecimiento con un exceso de protección. Buscan, fuera de la familia, la felicidad, la realización personal, el placer, la casita de chocolate del cuento.

La infancia en su desarrollo, como en el cuento, suele dejar migas de pan por el camino por si tiene que volver a casa buscando consuelo. Pero suele haber un riesgo: siempre hay pájaros acechando para borrar el rastro que dejamos cuando la vida se complica en demasía.

Este cuento habla del desarrollo y el crecimiento personal. Crecer es adentrarse en un bosque incierto a la vez que esperanzador, aunque siempre nos acecha el miedo de un futuro amenazador que nos obliga a mirar constantemente hacia atrás. Porque crecer es atreverse a experimentar, indagar, explorar, imaginar un futuro prometedor; pero, con el miedo a cuesta, cargando con la incertidumbre de un futuro incierto. Crecemos indagando un futuro embriagador, soportando la incertidumbre de una posible frustración, sintiendo el miedo de una bruja o de un monstruo que nos devore; y siempre con la duda de si sería mejor volver a casa, a una placentera etapa anterior, o atrevernos a explorar nuevos universos. Ese es el dilema del crecimiento que nos relata esta narración.

Hoy día, este cuento es muy necesario, porque la infancia busca como nunca el placer inmediato, la casita de chocolate, que satisfaga placeres momentáneos.

Pero el cuento nos muestra que en la búsqueda de la felicidad siempre hay obstáculos: bosques, monstruos o brujas que nos pueden devorar. Solo con la ayuda de otras personas, con ingenio y tesón podremos salir airosos, luchando y sufriendo miles de contrariedades que la vida nos depara.

Varias enseñanzas nos muestra este mito en forma de cuento: la necesidad de separarnos de nuestros progenitores para poder madurar, la búsqueda de nuestros deseos, pero aceptando la responsabilidad que nos acarrea y la necesaria autonomía para la conquista de la identidad personal.

Debemos contar cuentos a nuestro alumnado, a nuestros vástagos, a las nuevas generaciones, para que aprendan que la vida es el camino de nuestros deseos, en un bosque en el que siempre habrá dificultades que superar. Por eso son necesarios los cuentos en la infancia, porque recrean la vida de forma simbólica, y nos muestra caminos imaginados que nos pueden ayuden a crecer como personas.

 

24 de octubre de 2024

SOMOS HISTORIAS, Y VIVIMOS EN LAS BIBLIOTECAS

Érase una vez, en un país muy lejano… Tiempo y espacio indefinidos nos invitan a entrar en los cuentos. Esa es la esencia de estas pequeñas historias que contamos a la infancia desde tiempo inmemorial. Son relatos enigmáticos que se cuelan en nuestras almas y husmean en lo que nos pasa. Porque cuando escuchamos un cuento ponemos mucho de lo que somos en él. 

Los cuentos nos regalan mitos que las sociedades transmiten a las siguientes generaciones para desentrañar los conflictos vitales que vivimos los seres humanos. Estas historias nos invitan a soportar los desajustes de nuestras emociones ante la complejidad de la vida.

Así es como el cuento de Los tres cerditos nos empuja a crecer. Al principio nos identificamos con el cerdito pequeño, que es todo deseo; para luego comprender que es mejor ser el cerdito grande que ya tiene capacidad de trabajo y espera. En la madrastra de muchos cuentos proyectamos la ira hacia nuestros padres cuando nos ponen límites. También hay cuentos que nos hablan de que el amor nos hace humanos, como Pinocho, un muñeco de madera al que el deseo de ser padre de Geppetto lo convierte en un niño de verdad. Hay cuentos que nos ayudan a crecer; otros, a soportar la vida, la muerte, la separación, los celos…, o a desear ser alguien, conquistar tesoros, dominar el mundo o ser felices.

En mis clases de Educación Infantil siempre hay un cuento en la punta de la lengua. Todos sentados en la alfombra, haciendo un corro, luz tenue, silencio y con las orejas tiesas. Es muy importante la liturgia para acontecimientos sagrados como la narración de una historia.

Recuerdo cuando contamos La Bella Durmiente. Hicimos teatro para meternos dentro de la trama. Luego pasamos tiempo discutiendo sobre la diferencia entre estar dormido y estar muerto, o entre resucitar y despertar. Porque las niñas y niños de Infantil hacen filosofía y discuten sobre lo esencial de la vida que plantea cada historia.

Otro día narramos El pájaro del alma, un precioso cuento de Mijal Snunit. En él se narra que el alma está llena de cajas con las diferentes emociones, y que hay que aprender a abrir y cerrar cada caja para que no se nos derramen por el cuerpo.

Nadarín, de Leo Lionni, nos enseñó el valor de estar unidos ante el peligro y la adversidad. Siempre hicimos teatro con él y se nos metió muy adentro.

Juul, de Gregie de Maeyer y Koen Vanmechelen fue un cuento muy especial que nos ayudó a desarrollar nuestra identidad. Juul era un muñeco de madera que se iba destruyendo con cada insulto que recibía. Construimos al muñeco protagonista y se convirtió en nuestro compañero durante todo el curso. Y fueron muchas las personitas del aula que diariamente lo acariciaban y mimaban para que no sufriera. Ya se sabe que ayudando a los demás nos construimos.

Cada vez que comencé con un grupo de Infantil de tres años, que venía al cole por primera vez, conté el cuento Mua, de Jez Alborrough. Es un cuento mágico que ayuda en el periodo de adaptación a mitigar la angustia que sufren las niñas y niños que se separan de su familia para ir a la escuela. Porque el protagonista, el monito Gugu, también sufre con la separación de su madre. Pero, al final, la encuentra y acaba con un abrazo fraternal que mitiga el sufrimiento.

Son muchos los cuentos que nos enseñaron a aceptar las situaciones adversas y a tener esperanza en el futuro, como El patito feo de Anderser; y otros muchos que nos ayudaron a soportar los miedos. Porque en los cuentos las emociones se visten de letras, que ponen orden y concierto a lo que sentimos y nos desconcierta.

Por último, destacar Resdán, de Paco Abril. Un cuento que solemos trabajar en mi aula para reflexionar sobre las emociones que nos desbordan en forma de enfados; y esta historia nos permite sacar fuera, dibujando y dialogando, el monstruo que todas las personas llevamos dentro.

Cada vez que contamos un cuento en el aula, pasa a nuestra biblioteca. Y disfruto viendo a mi alumnado repasar sus páginas y revivir las historias aunque no sepa leer. Porque la lectura empieza mucho antes de que aprendan a descifrar las letras. Son los cuentos los que crean el deseo de la lectura, para descubrir el tesoro que encierran.

Nuestro cerebro tiene dos tipos de procesos con repercusiones educativas: uno simple y otro complejo. Lo dice Bruner, el famoso psicólogo constructivista, en su libro La educación, puerta de la cultura. Para cuestiones simples está la ciencia, pero para lo complejo, para lo humano, necesitamos de la narración, porque nuestro cerebro funciona con mitos, metáforas, cuentos y leyendas que concreten la complejidad de la vida. Por eso los cuentos son necesarios en la escuela de la primera infancia, porque construyen esquemas en nuestra mente, capaces de escudriñar la complejidad de este complejo mundo.

Y es que los cuentos tienen poder estructurante para nuestra psique porque la mente de la infancia se construye mediante la narración. Nos construimos narrándonos. Ponemos orden a nuestras emociones mediante el lenguaje. Y es así como una urdimbre de palabras va tejiendo nuestras mentes y nuestros corazones hasta completar una alfombra mágica que nos hace volar con la imaginación durante toda nuestra vida. Porque en cada cuento hay una enseñanza que va tejiendo nuestra existencia.

Frente a la comunicación imperante en nuestros días, apocada con spots, emoticonos, eslóganes, marcas, logotipos y videos fugaces, proponemos la narración como antídoto al impacto, a la llamada de atención constante, a la manipulación de las pantallas. Lo educativo es la lectura pausada y el pensamiento reflexivo que otorgan los libros. El pensamiento fragmentado no genera reflexión. Planteamos, por tanto, la narración de historias, cuentos y leyendas en nuestras escuelas; porque el mayor antídoto para la desinformación es tener un cerebro construido con esquemas narrativos complejos, que sean críticos con el consumo rápido y perverso que nos llega por los medios de comunicación y las redes sociales. Y es que los cuentos nos prestan estructuras narrativas y contribuyen a la construcción compleja de nuestras mentes, ayudándonos a digerir todo lo que sentimos y anhelamos: temores, deseos, miedos y esperanzas. Por ello, es necesario visitar las bibliotecas, lugar de culto donde se encuentran los tesoros imprescindibles para soportar y disfrutar la vida.

Esperemos que la mascota Leo de esta biblioteca ayude a las niñas y niños de Villanueva de la Concepción a disfrutar de mil historias imaginadas para contribuir a crear una ciudadanía reflexiva, ética y feliz. Que así sea.


24 de octubre de 2024 Día de las Bibliotecas.

Inauguración de la Biblioteca escolar de Villanueva de la Concepción.  


 

29 de septiembre de 2024

EL MITO DE LA RELIGIÓN

Que las religiones surgen en la historia por una necesidad imperiosa, dando respuesta a nuestra ignorancia, al desamparo en que vivimos, creando certezas que mitiguen nuestra angustia vital…, no tengo la menor duda. Pero desde que la razón se impuso en la historia se ha desquebrajado todas las religiones existentes: por sus mentiras, invenciones, relatos inciertos y, sobre todo, por su maridaje con el poder. 

En estos momentos están matando a miles de personas inocentes en el mundo y los cristianos se manifiestan, en La Semana Santa, por una muerte mítica de dudosa existencia. Todo un símbolo que pretende mitigar la angustia existencial ante la muerte, ignorando las muertes verdaderas. Lo mismo hace las demás religiones y creencias.

Parece que necesitamos mitos que nos alumbren en la vida. Hay mitos políticos, religiosos, ideológicos y ancestrales. Solemos buscar razones simbólicas que den sentido a nuestras vidas. La importante no es que los mitos sean verdaderos, ya sabemos que son cuentos. Lo esencial es que nos ayuden a vivir. Porque he visto a gente sintiendo emociones espirituales mientras adoraba a una imagen católica, a un Buda o a una diosa de la fertilidad, aun sabiendo que son estatuas de madera. El caso es que los mitos nos alimentan el alma para seguir luchando en esta vida que suele tener momentos ingratos.

Conozco a gente que al final de su vida encontraron la fe, ya sea por miedo o por si acaso. Yo, en cambio, recorrí el camino contrario. Comencé en el Seminario intentando creer; pero con los años, cuando di la vuelta al jamón, me volví más ateo que nunca. Cinco años en el seminario y Dios se me escapó entre los dedos. Le di una oportunidad, pero no estuvo a la altura. No supo explicarme tantas mentiras de santos, tantas muertes en la infancia, tanta injusticia, tanta riqueza de La Iglesia, tanta pederastia, por qué las mujeres no pueden ser sacerdotisas o papas, tantas guerras malditas…, en fin, tanta injusticia injustificada. Ya sé que la fe no es una cuestión racional sino una creencia, una fe que solo Dios te otorga. Esa es la coartada.

Comprendo todo intento de lucha por la supervivencia y de aplacar la angustia vital, pero quizás debamos aprender a vivir en la incertidumbre y en armonía con La Naturaleza, en la certeza de que somos polvo antes y después de la vida. Es lo que hay, no hay más. O lo asumes o vives un espejismo de mitos inexistentes, aunque, a veces necesario. Acepto que la gente los tenga, quien soy yo… Pero no debemos engañarnos. Como dicen en mi pueblo: lo que hay es lo que es. Y no hay más cera que la que arde, y después de vivir viene el morir. Pero, mientras tanto, vivamos sin pensar demasiado en un futuro incierto que nos impida el disfrute, ni aceptemos mil historias fantásticas que nos nieguen la posibilidad de descansar en paz. Pues sin aceptación de la muerte no hay vida posible. 

Los seres humanos debemos asumir que vivimos en la incertidumbre, que somos parte de La Naturaleza, que como decía un alumno de mi clase: mi abuelo murió porque se quedó seco como las plantas. Como el resto de la naturaleza, nos secamos y morimos, pero dejamos semillas que siguen viviendo. Así es la vida. Ya sé que la mente de los seres humanos es simbólica y crea, construye e imagina siempre un final feliz. Y es bonito que lo haga. Pero eso solo sirve para seguir viviendo esperanzado. Que no es poco, y acepto toda religión, ideología o creencia que intentan dar respuesta al soliviando del vivir. Pero hay que aceptar que la vida se seca, como decía mi alumno. Quizás necesitamos de otros mitos que mitiguen la angustia vital.

No creo en pensamientos dicotómicos, de blancos y negros, sin grises. Las cuestiones son siempre complejas. Una cosa es luchar contra las iglesias hegemónicas, otra es luchar contra la fe; y otra muy distinta es lucha contra el poder. Y dentro de los ateos también hay grises: los hay que profesan religiones naturalistas, de derechas, de izquierdas o veganas, ya lo sé; pero también hay personas que no aceptan verdades absolutas y luchan por el bienestar y felicidad de las demás personas, independientemente de sus creencias. El mundo es complejo, en eso estaremos de acuerdo. Y no debemos simplificar para provocar desencuentros entre quienes solo queremos disfrutar del poco tiempo que vivimos antes de quedarnos secos. Y quienes prefieran creer en dioses que prometen disfrutes después de muertos, allá ellas. La cuestión es vivir la vida sin molestar demasiado a las demás personas. Esta religión, profeso.

 

12 de julio de 2024

EN BUSCA DE LA PSICOMOTRICIDAD PERDIDA

En el aula de Educación Infantil, cada día, movemos el cuerpo y el alma: baile, juegos, teatro, canciones, cuentos… Los martes toca psicomotricidad y vamos al salón de usos múltiples; y jugamos con algún elemento que interactúa con nuestros cuerpos: pelotas, pañuelos cuerdas, ladrillos, picas, colchonetas o cajas de cartón. Hoy toca periódicos. Pongo música suave y despliego cada hoja en el suelo: despacito, al ritmo de la música, con parsimonia. El alumnado expectante, como siempre. Cuando tengo todo el suelo cubierto de papel, invito al alumnado a que me siga. Ando muy despacio sobre cada hoja, con cuidado, para no romperlas, al ritmo de una música lenta. Ya han sentido el ritmo y se mueven despacio, con la cadencia exigida. Van andando con cuidado sobre los diarios, para no romperlos, sobre la realidad impresa, sobre las noticias del mundo. 

Después de un tiempo, cambio la música. Ahora es un ritmo galopante que invita a desinhibirse. Comienzo a coger hojas del suelo, hago bolas de papel y se las tiro a mi alumnado. Ellos quedan asombrados, no se lo esperan. Pero los más díscolos empiezan a imitarme. Pronto, toda la clase comprenden el juego, se desmadran y comienza una guerra infernal con bolas de papel al ritmo de la música. Cada cual busca a su enemigo para interpelarle, a su amado para sugerirle, o a su amiga para soliviantarle. Es una guerra sin cuartel, una guerra de entusiasmo, una no-guerra de amor y emociones derramadas. Es un juego divertido para el alumnado porque invita a expresarse, le asombra y le sugiere mil batallas emocionales.

Después de un tiempo de entusiasmo desmedido, de agitación extenuante, de expresión exorbitada, de sentimiento liberador…, cambio a una música relajante. Cojo una bolsa de basura y comienzo a echar papeles en ella. Todos me imitan hasta llenar la bolsa y dejar el suelo limpio de nuevo. El aula queda intacta y nuestros corazones se relajan al compás de la música.

Invito a que se sienten y levanten la mano para expresar lo que ha sentido cada cual. Expresan con palabras lo que antes fue cuerpo, alma y emoción. Mientras hablan se van relajando y atan sentimientos con palabras.

Volvemos al aula y nos ponemos a trabajar. La clase está tranquila, atenta, centrada, equilibrada. Porque primero está el cuerpo, las emociones, los sentimientos…; luego vine el pensamiento a través del lenguaje; y así estamos preparados para que el intelecto se active y pueda aprender.

Pues resulta que ya no se hace psicomotricidad en muchas escuelas de Educación Infantil. Y me he preguntado cuándo se perdió esta necesaria costumbre. Indago y pienso que, quizás, se ha producido un cambio en el sistema educativo y no hemos sido conscientes. Porque si la administración educativa solo controla la burocracia resulta que lo que no está escrito no existe. Así que a escribir, a rellenar libros y fichas, a trabajar solo con lo que objetivamente deja constancia. Y es evidente que la psicomotricidad solo deja huellas en el alma, como los cuentos, el teatro o la música.

La psicomotricidad, tan necesaria, es difícil de materializar. Si lo que importa es lo que se escribe dejando constancia, pues el cuerpo en movimiento solo deja señales en el alma, y es difícil de evaluar.

Quizás deberíamos releer a Lapierre y a Aucouturier[i], para tomar conciencia de que, en Educación Infantil, hay que empezar por el cuerpo. Ese cuerpo que solo cuando se mueve conecta con el alma y el intelecto.



[i] LURDES MARTINEZ MINGUEZ (2023): PSICOMOTRICIDAD. PIKLER, LAPIERRE, AUCOUTURIER Y UAB DIFERENCIAS CONECTADAS. EDITORIAL GRAO- 9788419788276

 



[i] LURDES MARTINEZ MINGUEZ (2023): PSICOMOTRICIDAD. PIKLER, LAPIERRE, AUCOUTURIER Y UAB DIFERENCIAS CONECTADAS. EDITORIAL GRAO- 9788419788276

 

20 de junio de 2024

LA ATENCIÓN ROBADA

Hoy en día, el trastorno más diagnosticado en los Centros Educativos es el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad). En Estados Unidos, el porcentaje de niños y niñas diagnosticados es tan elevado que podríamos hablar de pandemia. Quizás, a veces, el problema no esté en el alumnado, sino en la sociedad que nos ha tocado vivir. Y es que suele confundirse las causas de los problemas con sus consecuencias.

Mi modesta hipótesis, que expongo para discusión, es contraria a lo comúnmente aceptado: no existe un déficit de atención en las nuevas generaciones, sino un deterioro de la atención causado por la tecnología, que gasta nuestra atención de tanto usarla. Paradójicamente, en la época donde más  atención se genera es donde más déficit de atención se diagnostica.

La televisión y los dispositivos móviles excitan la atención de la infancia para luego robársela. Si comparamos los dibujos animados de hace 20 años con los actuales, comprobamos que las secuencias de antaño se construían con pocos planos invitando a una comprensión pausada. En cambio, los dibujos animados de los últimos tiempos cambian de plano continuamente, excitando la mente en demasía, estimulando sobremanera, generando ansiedad constante y dificultando la comprensión. Además, otros elementos narrativos, como la música estridente, los colores excesivos y la proliferación de primeros planos emocionales, estimulan en demasía la tierna mente de quienes aún están en construcción permanente.

La infancia tiene un ritmo lento de crecimiento que posibilita la construcción de conocimiento y un desarrollo saludable. Si forzamos a las nuevas generaciones a una velocidad excesiva de procesamiento, respondiendo de forma automática a estridentes estímulos sensoriales, crearemos mentes ansiosas, incapaces de comprender y con nefastas consecuencias: una infancia sobreestimulada, con sintomatología hiperactiva, con dificultades para atender las explicaciones en la escuela, incapaces de concentrarse en la lectura de un libro o de tener la paciencia suficiente para comprender racionamientos complejos.

En los últimos tiempos aparece un pequeño artilugio rectangular, una pantalla muy sensible y gratificante que, como la lámpara de Aladino, estimula nuestros deseos. Y es sabido que el deseo desmesurado desata nuestra ansiedad. Así que estamos todo el día acariciando el espejo, buscando y gastando tiempo para satisfacer necesidades de forma inmediata, derrochando nuestra atención, en busca de una felicidad siempre insatisfecha.

Es por eso que nos falta interés para las cosas importantes. Y en la escuela, las niñas y niños llegan faltos de atención porque ya la gastaron con juegos infernales, fotos narcisistas y vídeos de inútiles influencers. El artilugio dichoso nos mira a los ojos con vivos colores y movimientos hipnóticos, mientras nos mete la mano en la cartera y solivianta nuestras mentes ingenuas, robándonos la atenta mirada, la escucha precisa, la comprensión necesaria.

Los adultos gastamos demasiado tiempo en florituras con el celular, pero nuestra generación ya construyó su cerebro reflexivo, simbólico, crítico, estético y ético. Lo más grave lo sufre nuestra infancia, porque está construyendo la máquina de pensar de forma defectuosa. Las capacidades superiores de la mente son la simbolización, la reflexión, la creatividad y la conciencia. Pero las pantallas funcionan con nuestros instintos más primarios, como el perro de Pávlov, estímulo-respuesta, impidiendo desarrollar las instancias superiores de nuestra mente.

La atención es la nueva moneda de cambio, como las especies o la sal en tiempos pasados. Quienes dominan la atención obtienen el poder, votos y dinero. Y existe un nutrido grupo de marketing managers, publicistas, especialistas en comunicación, incluso algunos psicólogos, que se han vendido al poder, por treinta monedas de plata, para robar (gestionar, lo llaman) nuestra atención. Y es que la persuasión es el negocio más rentable de nuestro tiempo.

Los Centros Escolares, LA Administración, La Inspección Educativa, Las Direcciones, El Equipo de Orientación y Los Agentes de la Salud, suelen culpabilizar al alumnado del desvarío, diagnosticando de forma generalizada el déficit de atención al alumnado, sin ni siquiera ponerse a pensar que quizás es un déficit de la sociedad en que vivimos; y expenden diagnósticos, medicamentos, terapias y culpas a quienes solo son las víctimas del sistema. 

Antes de ofrecer la solución a un problema, debemos hacer un buen diagnóstico. Porque, quizás, el déficit de atención en el alumnado solo sea un excesivo desgaste promovido por poderes desalmados que buscan beneficios a cualquier coste. Se necesita amplitud de mira para no diagnosticar siempre al elemento más débil del sistema.

Quizás, el problema no está en el alumnado, sino en instancias superiores que nos roban la atención sin que  nos demos cuenta; porque nunca hubo tanta atención derramada, pero la malgastamos sin darnos cuenta.


11 de junio de 2024

PRÓLOGO DEL LIBRO DE MARI CARMEN DÍEZ: CONTIGO APRENDÍ

Contigo aprendí

Que existen nuevas y mejores emociones.

Contigo aprendí

A conocer un mundo nuevo de ilusiones.

Aprendí

Que la semana tiene más de siete días,

A hacer mayores mis contadas alegrías

Y a ser dicho yo contigo aprendí.

Contigo aprendí

A ver la luz del otro lado de la luna.

Contigo aprendí

Que tu presencia no la cambio por ninguna.

Descubrí

Que puede un beso ser más dulce y más profundo.

Que puedo irme mañana mismo de este mundo.

Las cosas buenas ya contigo las viví.

Y contigo aprendí

Que yo nací el día en que te conocí.

Armando Manzanero.

 

En mi libro “Pensando en la Infancia”, Mari Carmen hizo el prólogo iniciándolo con una samba titulada “El eterno aprendiz”, y yo hoy tengo el honor de invitarle a bailar con el bolero de Armando Manzanero “Contigo aprendí”. Y es que la  música siempre estuvo en nuestras vidas, en nuestras aulas, en la educación de esta etapa tan esencial que es la Educación Infantil. Y el aprendizaje siempre fue protagonista de nuestro quehacer educativo frente al llamado proceso de enseñanza. Porque pusimos el acento más en quien aprende que en quien enseña. Eduardo Galeano nos mostró que la vida es un fueguito que brota desde dentro. Las maestras y los maestros solo debemos poner las condiciones para que el fuego prenda en cada uno de los corazones de la chiquillada.

Este libro tan especial me recuerda todo eso que yo aprendí de Carmen Díez. He tenido el privilegio de mejorar como maestro con todas sus publicaciones, conferencias, cartas, encuentros y conversaciones. Mari Carmen Díez Navarro es un referente, no solo para mí, sino para todo el profesorado de Educación Infantil de este país y parte de Sudamérica, y ha sido una guía para que muchas escuelas infantiles se vuelvan más saludables, sensibles y amables con la infancia.

Mari Carmen, contigo aprendí a escuchar a los niños con esa «oreja verde» que tú nos regalaste. Contigo aprendí a poner el alma en la mirada de la infancia. Contigo aprendí a escudriñar en «el piso de abajo» de las niñas y niños del aula, allá donde se forjan los afectos y las emociones. Contigo aprendí a hacer arte con cualquier objeto cotidiano que tiramos a la basura. Contigo aprendí que los cuadernos de aula no deben ser «del todo pedagógicos» sino que deben estar llenos de vida. Contigo aprendí que no sólo educamos sino que somos generadores de salud, bienestar y vida. ¡Contigo aprendí tantas cosas!

Mari Carmen, con este libro también pones en valor (que así se dice ahora) toda tu historia de niña, lo que te enseñaron tu madre, tu padre, tus abuelos o tus vecinas. Reconoces la influencia que tuvo en ti, como maestra, esos cuentos, canciones, juegos, historias y experiencias de tu niñez. Es por ello que con este libro también tú digas “contigo aprendí” a todos los antepasados que te ayudaron a crecer. Y nos dejas un mensaje educativo que no debemos obviar: recuperar todo lo vivido y disfrutado de nuestra niñez que es el mejor material con el que podemos enseñar. Porque educamos con lo que aprendimos, con lo que sentimos, con lo que vivimos…, en fin, con lo que somos.

El caso es que yo aprendí que Mari Carmen aprendía de las niñas y los niños mientras ellos aprendían de ella. Su alumnado la recuerda siempre y ella lo recoge en estas páginas, ahora que ya son médicos, ingenieras, maestros o abogadas…, y siempre personas. Con ella aprendieron mil historias, cada cual cosas distintas. Porque, como buena maestra, siempre respetó la diversidad en el aula, mucho antes que la diversidad fuera palabra sagrada, Ella siempre profesó que cada cual aprende a su forma y manera, que somos diferentes y que cada quien tiene su fueguito que le arde por dentro en su momento y a su manera, y es necesario respetar el deseo y el entusiasmo, porque ese es el motor que nos mueve en la vida.

Este libro nos muestra lo esencial que podemos aprender de Mari Carmen, porque está lleno de vivencias desde la experiencia cotidiana del aula, desde el recuerdo que la emoción deja grabada en la memoria, con experiencias y actividades cotidianas que nos transporta a la esencia del aprendizaje y a la construcción de personas saludables.

El libro está estructurado en tres partes tituladas: Aprender, Criar y Convivir. Podría haber titulado: enseñar, educar y socializar, pero no es lo mismo. Porque Mari Carmen siempre huyó de las palabrejas psicológicas y pedagógicas para narrar lo que pasa en su aula; por eso siempre utiliza palabras comprensibles, sentidas y, a la vez, profundas. Emplea un vocabulario más cercano a la música que a la racionalidad científica. Y es, quizás por eso, que su enseñanza se nos cuela en el alma.

Y cuando en la primera parte habla de aprender, cuenta mil historias que pasaron en su aula de las que hace reflexiones profundas mientras su alumnado juega en el patio. Y realiza narraciones singulares sobre las actividades cotidianas que acontecen en el aula de infantil, como contar cuentos, recitar poesías, jugar o trabajar en los «ricos talleres». Y siempre con la emoción presente. Y es que como ella dice: «enseñar y aprender son verbos muy afectivos».

Y cuando en la segunda parte escribe sobre criar, analiza con palabras sencillas y ejemplos cotidianos la complejidad de esta sociedad tan contradictoria en la que vivimos y los problemas que genera en el alumnado; y plantea que también debemos intervenir desde la escuela sobre las dificultades que la sociedad plantea. Explica con palabras coloquiales como afrontar la muerte, las separaciones, los límites, la violencia, las excesivas pantallas o los conflictos que a diario contempla la infancia. Además critica cada «modernura» que nos llega con nombres supuestamente científicos que quieren dar soluciones definitivas a los problemas de la escuela, pero que solo ponen luces de neón a lo que se ha hecho toda la vida de forma natural.

Y cuando en la tercera parte nos habla de convivir nos narra anécdotas de su colegio en las que comprendemos que nadie se educa solo, que la educación solo es posible desde el convivir de los seres humanos; porque nos construimos juntos, con las demás personas. Por eso en su aula siempre organiza encuentros, asambleas y discusiones compartiendo pareceres sobre cualquier tema. Pero, sobre todo, escribe, reescribe y argumenta de mil maneras, con citas y anécdotas por doquier, que la Educación infantil es la etapa más importante de la vida. Cuando habla del convivir también trata sobre cómo nos educamos fuera de la escuela; con el cartero, con los juegos y cuentos de la abuela, con la vida familiar, con las pantallas y los videojuegos, Porque convivimos con todo lo que nos rodea y ahí radica la complejidad de la formación de la infancia en este mundo tan complejo. Ya se sabe que educa toda la sociedad con sus valores y sus miserias.

Ya conocíamos que Maricarmen tiene una oreja verde, como la que describió Rodari, capaz de escuchar el lenguaje de la infancia, pero en este libro, además, tiene una mirada especial, capaz de escudriñar cualquier movimiento o conversación de la chiquillada, ya sea en clase, en un tren o mirando por la ventana a la vecindad. Por eso debemos aprender de ella, porque antes de dar soluciones a los problemas ha realizado un buen diagnóstico sobre la realidad de la infancia con su oreja verde y su atenta mirada.

Gracias, Mari Carmen, por seguir regalándonos libros como quien regala flores, para que podamos seguir oliendo a azahar y a jazmín, mientras decimos al unísono: ¡contigo aprendí!

Gracias por regalarnos este libro con el que seguiremos aprendiendo de ti.

 

Cristóbal Gómez Mayorga

«El eterno aprendiz»

 

 

 

5 de junio de 2024

EL MONITO GUGÚ. UN CUENTO PARA MITIGAR LA ANGUSTIA DE LA SEPARACIÓN.

Hace poco, ya jubilado como maestro, me abordan algunas maestras de Educación Infantil dándome las gracias por El Monito Gugú. Es una narración que solía realizar en mi aula para mitigar la angustia que produce la separación del alumnado con sus familias en los primeros días de escolarización. Me dicen que sus niñas y niños piden a diario que narre el cuento y le cante la canción, y que todos quieren llevarse el monito a casa. 

Es bonito, después de tanto tiempo, recoger los frutos de semillas sembradas. Pues hace veinte años que regalé a los cuatro vientos, en conferencias y jornadas, un cuento con canción y actividades que en mi clase funcionó en el periodo de adaptación. Y mira por donde, después de años, el monito Gugú sigue dando seguridad y cariño a la infancia en esos momentos de desamparo al entrar en una institución como la escuela.

El periodo de adaptación de los niños y niñas que por primera vez van a la escuela es uno de esos momentos existenciales que necesitan de la narración para elaborar la nueva realidad.

Y es que «la narración es un conjunto de palabras ordenadas de tal forma que impregna el alma de los niños y niñas y ata con lazos los sentimientos más desaforados para que no se desboquen».[i]

En este cuento se trabajan sentimientos como la angustia que produce la separación, el amor, la tristeza, la alegría; y se muestran valores como: la aceptación de la diferencia, la capacidad de frustración, la espera, la ayuda, la solidaridad, etc.

El cuento ¡Mua!, de Jez Alborouch, narra la hazaña de Gugú[ii], un pequeño monito que se pierde en la selva y busca a su mamá. La separación de la madre le deja afligido, especialmente cuando ve a los demás con sus respectivas madres. En un largo camino por la selva a lomo del elefante, tropieza con diversas familias de animales, hasta que al fin encuentra a su mamá. El cuento acaba con una maravillosa imagen del abrazo del monito con su madre.

Existen dos formas diferentes de buscar la verdad en función del objeto de conocimiento. Por un lado están las ciencias empíricas que empleamos para las cosas simples, concretas, objetivas y controlables. Pero en la vida nos topamos a diarios con situaciones difíciles que debemos dominar. Para ello contamos con la narración como una forma rica y compleja de comprender la realidad. Eso nos enseña Bruner en su libro La educación puerta de la cultura.[iii] Los cuentos son los mitos idóneos para la infancia; son narraciones que representan un conflicto existencial que resuelve de forma simbólica, por lo que pueden ayudar a los niños y niñas a asumir los conflictos vitales que les suponen la adaptación al mundo, la separación de sus familias y la conquista de su autonomía.

 

Letra de la canción: 

Cuanto más chiquito

el corazón más blandito. (bis)

 

El monito Gugú se ha perdido

y llora porque mamá se ha ido. (bis)

 

Cuanto más chiquito

el corazón más blandito. (bis)

 

La mamá ve a Gugu desde lejos;

le trae cacahuetes, le da besos. (bis)

 

Música: 






[i] Gómez Mayorga, C. (2000): Atando sentimientos con palabras. MCEP. Sevilla.

[ii] Alborouch. Montena, Jez (2000): ¡Mua! Mondadori, S.A. Barcelona.

[iii] Brunesr, J. (2013): La educación puerta de la cultura. Visor. 


16 de mayo de 2024

PRÓLOGO A LIBÉLULA INVISIBLE DE J.M. JIMÉNEZ MUÑOS

 PRÓLOGO

Cuando un autor ya ha publicado varios libros, es digno de consideración. Juan Manuel Jiménez Muñoz, mi amigo en la niñez y la adolescencia, fue compañero de estudio, luego médico y, por último, un gran escritor. Pero en medio de todo eso le pasaron miles de historias que hoy, con este libro, quiere sacar a la luz. “Libélula invisible” es una novela autobiográfica escrita mitad con pluma, mitad con el alma: una novela cautivadora que, en ocasiones, se adentra en el ensayo novelado para dialogar con el lector. 

Las constantes pesadillas sobre su padre están en el origen de esta autobiografía salpicada de acontecimientos históricos, unos sucesos que convierten a los protagonistas en libélulas que buscan la invisibilidad. Porque “Libélula invisible” es un título poético que alude a la necesidad de ir de puntillas por la vida cuando nos sentimos vulnerables. Es un título contundente que encubre miedo y dolor justo en la etapa más importante de nuestras vidas: la niñez. A la vez, ser libélula invisible imprime un carácter tímido, con mucho sufrimiento que, irremediablemente, genera desajustes emocionales.

Estrenamos vida cada vez que la familia, la escuela o la sociedad nos regalan trajes nuevos. Estos distintos ambientes se describen de forma magistral en la novela: una niñez amenazada, un internado de curas, unas historias de guerra, mil batallas adolescentes, un convento de monjas, recuerdos familiares alrededor de una mesa camilla, los avatares de un médico de familia… y una madurez precoz a causa de circunstancias adversas.

La vida va dejando roces y descosidos; no todo es disfrute; hay también arañazos en el devenir de la historia. Pues bien, la escritura autobiográfica puede reconstruir cualquier desvarío sufrido en tiempos pasados. «¿Para qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos?», dice Eduardo Galeano en El libro de los abrazos.

Es un atrevimiento de la buena literatura hurgar en las entrañas de nuestra niñez: allí nos toparemos, inevitablemente, con el alma desnuda. Ya era talentoso mi amigo Juan Manuel cuando estudiábamos la EGB, y por ello le apodábamos Pitagorín: un apodo con reminiscencias griegas que le venía de perlas, pues era experto en matemáticas, historia y narrativa, y ayudaba a los demás con generosidad y entrega.

Viví con Juan Manuel nuestra etapa más determinante. Primero, la niñez y adolescencia en el internado: esos años de búsqueda de identidad. Luego compartí con él un curso de bachillerato en un piso de estudiantes. Yo hacía la comida mientras él barría la casa de manera voluntariosa. Una profética amistad que rememoramos en esta novela, aunque cambiando los papeles: hoy es él quien guisa un estupendo relato mientras yo escribo un modesto prólogo, como el que barre la cocina; eso sí: con muchísimo cariño.

Las biografías son sanadoras. Porque escribir sobre uno mismo es hurgar en el pasado para transcribir emociones embarradas en la arcillosa mente de la infancia, momento crucial en la construcción de la persona. Eso ha hecho Juan Manuel con este magnífico libro: abrirse en canal para mostrar sus encefalogramas, resonancias, TAC, radiografías y demás técnicas diagnósticas de su propia alma. Como médico siempre buscó una huella biológica en los desvaríos familiares y en su vida. Quizá, en tiempos pasados, confundió cerebro con mente. Pero ahora da un paso de gigante y se atreve a dudar de las evidencias de la biología para indagar en la incertidumbre del ser humano, en las constelaciones familiares, históricas y sociales que nos conforman.

Hay que ser audaz para mostrarse desnudo a los lectores. Pero Juan Manuel, con su excelente prosa, disecciona pulcramente lo más difícil de todo: cómo nos construimos los seres humanos. Y es que en la forja de cualquiera intervienen tantos millones de circunstancias como estrellas en el firmamento, tantas variables como neuronas tenemos, tantas posibilidades como conexiones en nuestro cerebro.

Para indagar en nuestra biografía debemos tener una visión holística. Y en este libro aparece esa complejidad que conforma a los seres humanos: un espacio geográfico como La Axarquía, con su clima, sus costumbres, sus montañas acariciadas por el sol, en donde se trabaja la tierra con sufrimiento; un mar cercano que endulza la vida con su brisa salada; un momento histórico determinado: el franquismo, la transición y un posfranquismo convulso; una familia concreta, con sus secretos bajo la alfombra; y un intento de digerir todas estas circunstancias para salir a flote.

Dijo Eduardo Galeano que «no estamos hechos de átomos, sino de historias». Y Juan Manuel, al escribir este libro, desenmaraña un ovillo de historias para mostrarnos, pasado a limpio y de forma nítida, una explicación coherente de su vida. Él ha abierto su corazón para comprenderse y, mediante la escritura, ha tejido su nuevo semblante que, aunque con cicatrices obvias, ya puede ir luciendo por la vida: médico, escritor, padre de familia, abuelo entrañable y considerado gurú en las redes sociales.

Escribir es la mejor terapia para una persona con un padre que infunde pavor, una madre paciente, unos hermanos sufrientes y un internado masculino y religioso que también deja su huella. Pero, además de novela, “Libélula invisible” es un estudio de caso: esa metodología que parte de situaciones concretas para luego generalizar en teorías. En la historia que se narra hay materia suficiente para teorizar sobre principios esenciales: cómo desarrollamos la identidad en función del contexto; la niñez como etapa determinante en la construcción de una persona, la historia familiar que imprime nuestro carácter, las fallas en la autoestima, las relaciones sociales, el despertar a la sexualidad, el primer amor, las causas de la maldad, la legitimidad del suicidio o el difícil pero imprescindible perdón.

Como buena novela, Libélula invisible tiene su intriga: es «el Aquello», un enigmático suceso que el autor desengrana poco a poco para tenernos expectantes hasta el final. “Aquello” es un pronombre demostrativo al que Juan Manuel sustantiva y da categoría esencial porque le quita el sueño. «El Aquello» designa algo que está lejos en el espacio, en el tiempo y en la mente; algo innombrable, un enigma difícil de traer de nuevo a la memoria por el dolor que generó y sigue produciendo; el germen de un desvarío; la incógnita que da sentido a la historia y nos atrapa en su lectura. Un «Aquello» que recorre la novela como un fantasma y que solo al final, cuando toma cuerpo con palabras, obra el milagro de la sanación.

En definitiva: “Libélula invisible” es una obra magistral que indaga en lo más íntimo del ser humano para extrapolarlo a nuestras vidas, un libro valiente que invita a escudriñar nuestras emociones y a curar nuestras heridas. Porque también los lectores podemos remendar nuestros desgarros leyendo esta entrañable novela.

 

Cristóbal Gómez Mayorga.