La escuela de antaño
dejó fuera del currículum los temas afectivos y sentimentales; pero lo
emocional siempre estuvo presente, aunque no se explicitara. El mundo ha
cambiado y la educación debe adaptarse a las nuevas concepciones educativas
respetando las necesidades de la infancia en su crecimiento. Es imprescindible desarrollar
la autonomía, tomar conciencia de las emociones, cultivar las relaciones
afectivas, educar en valores, construir las competencias necesarias que el
mundo actual nos exige, crear identidad individual y respetar a las demás
personas aceptando la diversidad. Porque somos seres inteligentes a la vez que
amorosos (Homo sapiens amans). Ya
lo dijo Humberto Maturana: «El
amor es la única emoción capaz de ampliar la inteligencia».[i]
En otro tiempo, lo
importante era la conducta y el conocimiento. Creo que hemos avanzado cuando
buscamos el origen de lo que nos mueve en la vida: las emociones, los valores y
el amor. Dice José Antonio Marina de forma poética que «la cartesiana planta del conocimiento brota del humus cálido de la
afectividad»[ii].
Esto complica nuestra tarea educativa, pero posibilita la solución de muchos
interrogantes. La inteligencia, por tanto, no es mera racionalidad, sino que
está atravesada por las emociones y por las relaciones afectivas. Por ello,
estamos obligados a integrarlos en la tarea educativa.
Un texto de Eduardo
Galeano nos ilumina sobre la necesidad de abordar los sentimientos unidos a lo
racional: «Desde que entramos en la escuela
o la iglesia, la educación nos descuartiza, nos enseña a divorciar el alma del
cuerpo y la razón del corazón. Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los
pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra «sentipensante» para
definir al lenguaje que dice la verdad»[iii].
La educación actual demanda
trabajar en la escuela contenidos emocionales, pero no siempre acertamos en
cómo abordarlos. A menudo, programamos actividades en las que hay que colorear
al niño que está triste o contento en una ficha, mientras el alumnado se aburre
como una ostra. Por el contrario, es necesario aprender sobre sentimientos en
situaciones educativas vivas: conflictos diarios, riñas, miedos, actos
solidarios, saludos, enfados y amores. Pero, sobre todo, es imprescindible
hablar de ello. Dice Daniel Goleman, en su best-seller «Inteligencia emocional», que «la
toma de conciencia de las emociones constituye la habilidad emocional
fundamental, el cimiento sobre el que se edifican otras habilidades de este
tipo, como el autocontrol emocional, por ejemplo».[iv]
En el aula, surgen a
diario situaciones en las que los sentimientos se enredan, y son estas
circunstancias las que debemos aprovechar para darles tratamiento educativo. No
se trata de programar actividades sentimentales, sino de estar atento a toda
emoción que se derrame en el aula, para dotarla de palabras, escucha y
comprensión.
Sartre describe la
emoción como «una brusca caída de la
conciencia en lo mágico».[v] Yo
lo aprendí de una alumna de 4 años, llamada Belén, que andaba a menudo
derrochando emociones y nunca cumplía las normas: «Cuando yo era chica tomaba un bibi que tenía poderes, y se metió los
poderes por todo el cuerpo y ya hacía yo magia y movía cosas». A partir de
ese día le hablo con magia y consigo
que casi siempre me obedezca. Había conquistado «la oreja verde» de la que habla Rodari[vi],
necesaria para comprender el lenguaje emocional de la infancia.
Rebeca manifiesta sus
celos buscando atención continua, y solo se relaja cuando explota con su llanto
una emoción que la desborda. Sara, sin embargo, tiene un comportamiento más
maduro y mitiga sus celos escribiendo continuamente el nombre de su hermano Alberto. Un día hablando de la muerte
dijo Carlos: «Mi hermana se ha muerto».
Le dije que era imposible porque la vi entrar al colegio esa mañana. Y me
contestó: «Bueno, pero se va a morir al
mediodía». El lenguaje posibilita la toma de conciencia sobre nuestras
emociones. Afortunadamente, «el lenguaje
nos permite poner en limpio lo que sabemos confusamente»[vii].
Debemos atender las emociones en la escuela porque los niños y niñas son pura
emoción desbordada.
Cuando alguien tiene un
sueño irascible lo cuenta en la asamblea y lo escribimos en «El libro de los sueños»[viii].
Esta actividad narrativa posibilita la expresión de muchos desasosiegos, transformándolos
en maravillosas historias a nivel simbólico, liberando emociones difíciles de
tolerar. Un día, nos cuenta Nerea: «Soñé
con un toro y a mi hermano Carlos le dio un cornazo, y a mí no». «Yo tiré a mi hermano por la ventana y él me
tiró a mí». Estas historias leídas una y otra vez, entre risas y bromas,
hacen que la culpa se diluya, porque hemos expresado nuestras emociones agresivas
de forma culturalmente aceptada. Si no superamos esta etapa de emociones
desbordadas con lenguaje, las heridas nos acompañarán toda la vida.
La envidia es el
sentimiento de querer ser el preferido frente a otra persona que posee algo que
ansiamos. Es una consecuencia lógica de metodologías competitivas, en las que
se valora a los listos, los triunfadores. Lo que desea el envidioso es ser
querido, por lo que es evidente su inseguridad. Por ello, debemos diseñar
metodologías cooperativas y solidarias. Aceptar la diversidad y realizar actividades
que permitan diversos ritmos de aprendizajes es la mejor manera de superar
estos sentimientos adversos.
El pensamiento requiere
tiempo y quietud. La asamblea de clase es donde sentamos la cabeza para ponernos a pensar. La inteligencia
emocional se desarrolla en grupo, construyendo significados cognitivos y
emocionales entre todas las personas.
Cierto día, el sexo
entró en la asamblea del aula en forma de conflicto del recreo. La monitora me
advirtió que se había producido cierto problema de connotación sexual entre
Olmo y Belén. Le dije que ya lo hablaríamos cuando los corazones se
atemperaran, y nos fuimos para clase. Nos sentamos en la alfombra como todos
los días, pero Belén, con el corazón acelerado y sentimientos de culpa, se
resistía. Esperaba alguna regañina. Coge
el muñeco de títeres y comienza a expresar cierta agresividad en el lenguaje.
Se dirige a mí y dice: « ¿te pica el culo?». Yo le contesto que no, porque yo
no me lo toco con los dedos sucios. La respuesta le produce cierta desazón y me
dispara con el muñeco. Luego va preguntando a todos los compañeros y compañeras
con el muñeco y la mayoría responde que no. Cuando se relaja un poco, le invito
a que se siente en la asamblea para hablar sobre lo que cada uno ha hecho en el
patio. Margarita dice que ha habido un problema porque Belén ha enseñado el
culo y Olmo se lo ha tocado. Juan Alberto puntualiza: «y la vulva». Olmo
enrojece y Belén, rápidamente, dice que Olmo se lo dijo. Mis largas pausas
propician la comunicación entre ellos. Juan Alberto volvió a intervenir:
«¿entonces, si te dice que te tires por una ventana, te tiras?». Propongo hacer
un teatro con lo ocurrido. Y es que la dramatización desdramatiza los
conflictos. Un chico y una chica dramatizan la situación en la que uno le dice
a la otra: «enséñame el culo», y la otra le contesta: «por qué no ves el tuyo
que está más maduro». Cada pareja que sale va provocando una gran risotada de
todos los demás. Unas veces es el chico el que demandaba que le enseñara el
culo, y otras, la chica. Hasta Belén quiso hacer el teatro, y ante la demanda
de Daniel para que le enseñara el culo, ella, bastante resuelta, contestó:
«cógete tu culo que es más gordo». La gran risotada de toda la clase produjo un
momento mágico que relajó el ambiente y desdramatizó el conflicto.
También con las
familias debemos tener conexiones afectivas mediante una comunicación cercana y
sincera. Vamos en el mismo barco, educa toda la tribu. Recuerdo un conflicto
sentimental que me iluminó sobremanera. Un chico de cinco años se mostraba en
clase desafiante, dominador, tirano, prepotente, controlador… Citamos al padre
y a la madre juntos. Es necesario trabajar con la estructura familiar. Le pregunté
a la madre que dónde dormía su hijo. Es imprescindible analizar los momentos esenciales
de la vida: dormir, comer, deseos, sueños y necesidades. Me cuenta que su hijo
se acuesta con ella, apretado, y no se duerme si no es tocándole el pecho con
la mano. Miro a ambos y les digo: esa
teta ya no es del niño, ya creció demasiado. Mis precisas palabras sirvieron para mostrar
el desajuste. A los pocos días ese padre, que antes estaba angustiado, me da un
abrazo de los que ponen a los corazones a latir acompasados. También la madre
se sintió liberada.
Por último, es
imprescindible que los maestros y las maestras tengamos conciencia de nuestras
emociones y sentimientos en la escuela, para no proyectar prejuicios en nuestro
alumnado. A menudo, los calificamos como malos, cuando podrían ser, tan solo,
algo inquietos y no lo soportamos; o vemos a otros como excelentes, cuando
podrían ser sumisos e inseguros doblegados a nuestra autoridad. Y es que los
niños y las niñas del aula son espejos en los que nos miramos: si nos vemos bien,
nos reconfortan; si percibimos carencias, rompemos el espejo. Por tanto,
analizar al alumnado debe comenzar por la toma de conciencia de quienes
observamos. Ya lo dijo Confucio: «Cuando
veas a un hombre bueno, trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo,
examínate a ti mismo».[ix]
Es por eso que, en el
aula, debemos tratar las emociones en situaciones reales del aula, reflexionando
sobre lo que sentimos, en contacto con las familias, tratándolas en asambleas y
haciendo dramatizaciones, juegos, dibujos o narraciones con ellas.
Bibliografía:
CONFUCIO: (2020): Las Analectas
de Confusio. Herder Editorial.
GALEANO, E.: (1993) El libro de
los abrazos. Editorial siglo XXI.
GÓMEZ MAYORGA, C. :(2004): Atando
sentimientos con palabras. M.C.E.P. Sevilla.
GÓMEZ MAYORGA, C: (2021):
Pensando la infancia. UMA Editorial..
GOLEMAN, D.(1995): Inteligencia
Emocional. Akal.
MARINA, J.A.: (1996) El laberinto
sentimental. Editorial Anagrama.
NOGUEROLES JOVÉ, Marta (2022):
Humberto Maturana.Bajo Palabra. II Época. Nº 30.
RODARI, G.: (2006): Un señor
maduro con una oreja verde La gallina que canta.: Editorial Andrés Bello.
SARTRE, J. P. (1971): Bosquejo de
una teoría de las emociones. Madrid, Alianza Editorial.
[i] Marta Nogueroles Jové
(2022): Humberto Maturana. Science, education and democracy from the biology of
love. Bajo Palabra. II Época. Nº 30. Pgs: 139-154.
[ii] MARINA, J.A.: (1996)
El laberinto sentimental. Editorial Anagrama.
[iii] GALEANO, E.: (1993)
El libro de los abrazos. Editorial siglo XXI.
[iv] GOLEMAN, D.(1995): Inteligencia
Emocional. Akal.
[v] SARTRE, J. P. (1971):
Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid, Alianza Editorial.
[vi] RODARI, G.: (2006): Un señor maduro con
una oreja verde La gallina que canta.: Editorial Andrés
Bello.
[vii] MARINA, J. A. (1996):
El laberinto sentimental. Barcelona, Anagrama.
[viii] GÓMEZ MAYORGA, C.
(2004): Atando sentimientos con palabras. M.C.E.P. Sevilla.
[ix] Cunfucio: (2020): Las
Analectas de Confusio. Herder Editorial.
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