Una compañera de Educación Infantil me manda una foto del
regalo que le ha salido a su hija en una bola
sorpresa, de esas máquinas que hay por las aceras para sacarles unas perras a las familias que quieren evitar
una rabieta.
La sorpresa se la llevó mi amiga al ver el regalo que le tocó
a su hija pequeña: un hermoso y voluminoso culo de goma de una chica manga en una tarjeta. Era un dibujo de
una sensual mujer con un voluminoso trasero de goma, en relieve, invitando a
tocar. El mercado sabe que el sexo vende y mientras antes comience a crear una
cartera de clientes, mejor; aunque para ello destruya la inocencia de la
infancia.
En mi aula de Educación Infantil, algunas alumnas, intentando
agradar, o contrastar información de sus familias que no entendían, se levantaron
la camiseta y me mostraron sus tops,
a modo de sujetador, cuando apenas habían cumplido 5 años. Evidentemente,
alguien puso esa prenda en ese inocente cuerpo, sexualizándolo, sin percatarse
de la disfunción que podía generar en el desarrollo de esa chica.
Se ha normalizado que las chicas y chicos de 4 o 5 años
tengan novios o novias. Yo me quedo anonadado
cuando veo el beneplácito gracioso de sus familias. No me refiero a
jugar a ser novios, que eso es normal si surge de la infancia, en un intento de
jugar a comprender lo oculto; sino a la complicidad de la familia en sexualizar
a sus infantes. No saben el mal que están haciendo en el desarrollo de sus
vástagos. Y es que, hoy día, se visten igual las madres y las hijas, los padres
y los hijos, en una cultura que ningunea la infancia.
Que las chicas jueguen a pintarse las uñas o los labios es
normal, porque el juego simbólico es un tanteo para crecer y sentirse mayores;
o que se metan un muñeco bajo el vestido para simular un embarazo también es
aceptable. El juego simbólico es parte del desarrollo de la infancia. Pero que
las chicas vengan a clase con las uñas y los labios pintados, y maquilladas, es
algo pernicioso, creo. Y que los chicos vengan con tatuajes con bolígrafo en
sus brazos, enseñando músculos, y retando, no es un simple juego sino un
reflejo de la sociedad en la que se están desarrollando. Por eso debemos estar
expectantes, tanto familias como profesorado.
Eso me viene a la cabeza cuando una amiga, educadora social,
me cuenta que está tratando muchos casos de agresiones sexuales de
preadolescentes de diez años. Y es que todo lo que sembramos tiene
consecuencias.
Es necesario ir quemando faces poco a poco, desarrollar cada estadio
del desarrollo en todas sus posibilidades, sin adelantar ninguno, para así
poder sustentar el peso de otras etapas. El desarrollo humano es como una
pirámide. En la base, en los primeros años, el máximo de desarrollo: sensorial,
psicomotriz, de contacto, lenguaje y conexión amorosa, etc. Sobre ese soporte
se sostiene lo simbólico: el juego, las primeras relaciones sociales, la
seguridad y el desarrollo de la identidad. Estos aprendizajes son imprescindibles
para soportar la compleja adolescencia y la juventud, dos momentos de cambios en
la vida hacia la adultez, que necesitan de una base equilibrada.
No debemos alterar esta secuencia del desarrollo, una
hipersexualización de la infancia antes de tiempo produce desajustes psíquicos
con consecuencias posteriores nefastas.
He visto en mi escuela a chicas de 10 años vestirse como
jóvenes cuando van de fiesta un sábado por la noche, y se exhiben en Tik-Tok con poses sensuales, con bailes
eróticos de traseros insinuantes, aderezado con seudo-músicas actuales. Es lógico que no atiendan cuando se explica
un tema de ciencias o matemáticas.
La hipersexualización de la infancia se genera por un mercado
que hace clientela para un futuro boyante. Por eso desde la escuela debemos ser
tajantes y contrarrestar tanto desvarío. Las niñas y niños vienen a la escuela
a educarse y debe prevalecer el respeto a sus etapas de desarrollo. Debemos
contrarrestar toda la carga de hipersexualización de la infancia que el mercado
nos impone. Porque, tarde o temprano, nos explotarán en la cara todo lo que
hemos tolerado.
Así qué, en la escuela debemos contrarrestar tanta pantalla,
y jugar a la gallinita ciega, al corro de la patata, a la estatua, al mate o a
cualquier juego o deporte tradicional, para que las niñas y niños de nuestras
escuelas puedan tener una base en la que sustentar su futura existencia. Ya
vendrán otros momentos placenteros y complejos cuando tengan edad para ello.
Cada cosa a su tiempo.