PRÓLOGO
Cuando un autor ya ha
publicado varios libros, es digno de consideración. Juan Manuel Jiménez Muñoz,
mi amigo en la niñez y la adolescencia, fue compañero de estudio, luego médico
y, por último, un gran escritor. Pero en medio de todo eso le pasaron miles de
historias que hoy, con este libro, quiere sacar a la luz. “Libélula invisible” es
una novela autobiográfica escrita mitad con pluma, mitad con el alma: una
novela cautivadora que, en ocasiones, se adentra en el ensayo novelado para dialogar
con el lector.
Las constantes
pesadillas sobre su padre están en el origen de esta autobiografía salpicada de
acontecimientos históricos, unos sucesos que convierten a los protagonistas en
libélulas que buscan la invisibilidad. Porque “Libélula invisible” es
un título poético que alude a la necesidad de ir de puntillas por la vida
cuando nos sentimos vulnerables. Es un título contundente que encubre miedo y
dolor justo en la etapa más importante de nuestras vidas: la niñez. A la vez, ser libélula invisible imprime un
carácter tímido, con mucho sufrimiento que, irremediablemente, genera
desajustes emocionales.
Estrenamos vida cada
vez que la familia, la escuela o la sociedad nos regalan trajes nuevos. Estos
distintos ambientes se describen de forma magistral en la novela: una niñez
amenazada, un internado de curas, unas historias de guerra, mil batallas
adolescentes, un convento de monjas, recuerdos familiares alrededor de una mesa
camilla, los avatares de un médico de familia… y una madurez precoz a causa de
circunstancias adversas.
La vida va dejando
roces y descosidos; no todo es disfrute; hay también arañazos en el devenir de
la historia. Pues bien, la escritura autobiográfica puede reconstruir cualquier
desvarío sufrido en tiempos pasados. «¿Para
qué escribe uno si no es para juntar sus pedazos?», dice Eduardo Galeano en
El libro de los abrazos.
Es un atrevimiento de
la buena literatura hurgar en las entrañas de nuestra niñez: allí nos toparemos,
inevitablemente, con el alma desnuda. Ya era talentoso mi amigo Juan Manuel cuando
estudiábamos la EGB, y por ello le apodábamos Pitagorín: un apodo con reminiscencias griegas que le venía de
perlas, pues era experto en matemáticas, historia y narrativa, y ayudaba a los
demás con generosidad y entrega.
Viví con Juan Manuel nuestra
etapa más determinante. Primero, la niñez y adolescencia en el internado: esos
años de búsqueda de identidad. Luego compartí con él un curso de bachillerato
en un piso de estudiantes. Yo hacía la comida mientras él barría la casa de
manera voluntariosa. Una profética amistad que rememoramos en esta novela,
aunque cambiando los papeles: hoy es él quien guisa un estupendo relato
mientras yo escribo un modesto prólogo, como el que barre la cocina; eso sí:
con muchísimo cariño.
Las biografías son
sanadoras. Porque escribir sobre uno mismo es hurgar en el pasado para transcribir
emociones embarradas en la arcillosa mente de la infancia, momento crucial en la
construcción de la persona. Eso ha hecho Juan Manuel con este magnífico libro:
abrirse en canal para mostrar sus encefalogramas, resonancias, TAC,
radiografías y demás técnicas diagnósticas de su propia alma. Como médico
siempre buscó una huella biológica en los desvaríos familiares y en su vida.
Quizá, en tiempos pasados, confundió cerebro con mente. Pero ahora da un paso
de gigante y se atreve a dudar de las evidencias de la biología para indagar en
la incertidumbre del ser humano, en las constelaciones familiares, históricas y
sociales que nos conforman.
Hay que ser audaz para
mostrarse desnudo a los lectores. Pero Juan Manuel, con su excelente prosa, disecciona
pulcramente lo más difícil de todo: cómo nos construimos los seres humanos. Y
es que en la forja de cualquiera intervienen tantos millones de circunstancias
como estrellas en el firmamento, tantas variables como neuronas tenemos, tantas
posibilidades como conexiones en nuestro cerebro.
Para indagar en nuestra
biografía debemos tener una visión holística. Y en este libro aparece esa
complejidad que conforma a los seres humanos: un espacio geográfico como La
Axarquía, con su clima, sus costumbres, sus montañas acariciadas por el sol, en
donde se trabaja la tierra con sufrimiento; un mar cercano que endulza la vida
con su brisa salada; un momento histórico determinado: el franquismo, la
transición y un posfranquismo convulso; una familia concreta, con sus secretos bajo
la alfombra; y un intento de digerir todas estas circunstancias para salir a
flote.
Dijo Eduardo Galeano
que «no estamos hechos de átomos, sino de
historias». Y Juan Manuel, al escribir este libro, desenmaraña un ovillo de
historias para mostrarnos, pasado a limpio y de forma nítida, una explicación coherente
de su vida. Él ha abierto su corazón para comprenderse y, mediante la
escritura, ha tejido su nuevo semblante que, aunque con cicatrices obvias, ya
puede ir luciendo por la vida: médico, escritor, padre de familia, abuelo
entrañable y considerado gurú en las redes sociales.
Escribir es la mejor terapia
para una persona con un padre que infunde pavor, una madre paciente, unos
hermanos sufrientes y un internado masculino y religioso que también deja su
huella. Pero, además de novela, “Libélula invisible” es un estudio
de caso: esa metodología que parte de situaciones concretas para luego
generalizar en teorías. En la historia que se narra hay materia suficiente para
teorizar sobre principios esenciales: cómo desarrollamos la identidad en
función del contexto; la niñez como etapa determinante en la construcción de
una persona, la historia familiar que imprime nuestro carácter, las fallas en la
autoestima, las relaciones sociales, el despertar a la sexualidad, el primer
amor, las causas de la maldad, la legitimidad del suicidio o el difícil pero
imprescindible perdón.
Como buena novela, Libélula
invisible tiene su intriga: es «el Aquello»,
un enigmático suceso que el autor desengrana poco a poco para tenernos
expectantes hasta el final. “Aquello”
es un pronombre demostrativo al que Juan Manuel sustantiva y da categoría
esencial porque le quita el sueño. «El
Aquello» designa algo que está lejos en el espacio, en el tiempo y en la mente;
algo innombrable, un enigma difícil de traer de nuevo a la memoria por el dolor
que generó y sigue produciendo; el germen de un desvarío; la incógnita que da
sentido a la historia y nos atrapa en su lectura. Un «Aquello» que recorre la novela como un fantasma y que solo al
final, cuando toma cuerpo con palabras, obra el milagro de la sanación.
En definitiva: “Libélula
invisible” es una obra magistral que indaga en lo más íntimo del ser
humano para extrapolarlo a nuestras vidas, un libro valiente que invita a escudriñar
nuestras emociones y a curar nuestras heridas. Porque también los lectores
podemos remendar nuestros desgarros leyendo esta entrañable novela.
Cristóbal Gómez Mayorga.