6 de julio de 2021

 NO ME VOY DEL TODO

Me jubilo. Pero tengo todo el verano para hacerme a la idea. Para ir soltando lastres y amores. Aunque no creo que deje de ser maestro de escuela: se me clavó en el alma esta profesión-pasión.

Esto no es una despedida porque me fui yendo poco a poco, porque hace tiempo que me estoy despidiendo. No obstante, quisiera conservar ese poquito que me queda para no irme del todo del mundo educativo, que fue y sigue siendo una buena parte de mi vida.

Y es que me fui en gran medida cuando dejé la Educación Infantil. Esos fueron mis mejores años. En donde di todo lo que supe y no dejé de aprender para seguir dando más aún. En esos más de 20 años aprendí todo lo que sé de la infancia, porque esas niñas y niños de 3 a 5 años son la mayor universidad para quienes quieran aprender de la vida. Y yo siempre tuve las orejas abierta de par en par (y dicen por ahí que fui alumno aventajado). Todo lo que aprendí lo fui dando a quienes quisieron abrir sus orejas. No quise nunca quedarme nada para mí. Me encantó compartir experiencias. Eso me llenó de una gran satisfacción. Ya se sabe que quien da es quien más recibe.

Luego vino el gran reto de acabar mis años profesionales intentando ayudar a la infancia más necesitada. Siempre me dediqué a ella como tutor del aula; pero ahora dedicaría todo el tiempo a esas criaturas que fracasan en la escuela porque esta no está preparada para albergar la diversidad de la sociedad. Y creo que me equivoqué porque no se puede ayudar desde la especialización, desde la exclusividad, desde el diagnóstico. Solo podemos aprender en la diversidad del aula, en el grupo, con los iguales (como yo lo hacía antes de ser especialista en Pedagogía Terapéutica). Sólo podemos educar en la diversidad desde una concepción de aceptación de las diferencias, desde metodologías abiertas, desde la educación inclusiva de verdad, desde las tutorías de aula, desde proyectos integrales de centro. Porque en la escuela todas las personas debemos ser atendidos, cada cual a su manera y con su peculiaridad, por toda la comunidad educativa.

Esto no quiere decir que no haya aprendido en estos últimos cursos como especialista en Pedagogía Terapéutica. Cada niña, cada niño, me ha enseñado algo. Especialmente he aprendido de quienes tenían más necesidades. Gracias mil veces a esa infancia especial y sus familias por haberme enseñado tanto. Pero creo que no solo yo he aprendido con esas personitas peculiares, sino que también ha aprendido mi escuela. Estoy seguro de ello. Sé que todo el alumnado de mi cole ha mejorado su humanidad y empatía gracias a quienes tienen capacidades diferentes. Porque hay cosas que solo se aprende en la convivencia. Y también las maestras y maestro hemos aprendido, y las familias. Toda la comunidad educativa ha mejorado gracias a las personas con diversidad funcional. Hemos aprendido que nos educamos en comunidad, que nadie se educa en soledad, que la diversidad es riqueza, que, ante todo, somos seres humanos.

La madre de mi alumna más especial lleva días llorando mi ida. Sí, me jubilo. Me voy. Me ha llegado la hora (esa no, la de la jubilación). Y me sienta bien ese regalo de lágrimas tan sentidas. Pero ya le dije: si algo hice bien en el cole con tu hija es que me puedo ir tranquilo porque ella estará bien atendida. Y es que mi labor como especialista en Pedagogía Terapéutica fue la de cambiar el cole, no a la niña. Antes solían decir por los pasillos: ¿esta niña por qué no está en un centro específico? Hasta las especia-listas (no sé por qué del nombre porque muy listas no parecían) dijeron que esta chica debería estar en un centro especializado: porque no comunicaba, no entendía, porque solo realizaba rutinas, porque el centro no estaba preparado, etc.

Pero mira por dónde, esta chica tan especial, que no tenía expectativas de futuro, ya sabe leer y escribe sus deseos, está en mi cole incluida como parte importante del funcionamiento del centro, todo el alumnado la quiere, es parte de la comunidad educativa. Y sus compañeras y compañeros han mejorado como personas, han desarrollado empatía, aceptación de la diferencia, comprensión, amabilidad, paciencia, escucha… y tantos valores imprescindibles de la educación que necesitamos en esta sociedad. Y todo gracias a esta niña tan especial.

Es por eso que me voy sin sensación de abandono, porque sé que mi colegio seguirá funcionando igual que cuando yo estaba. Porque si algo he hecho bien ha sido no hacerme imprescindible. Siempre habrá profesorado que luchará por la aceptación de la diversidad. Lo mejor que hice es intentar que el colegio se impregnara de la aceptación de la diversidad del alumnado. Me gusta la idea de haber puesto mi granito de arena para el colegio funcione mejor. Espero haberlo conseguido de alguna manera. Porque educamos igual que las olas crean orilla: al retirarse.  

No digo adiós sino hasta siempre. Guardaré en mi alma un poquito de mi escuela igual que espero que otro poco de mí se quede en mi colegio de toda la vida. Quizás siga presente entre las paredes del colegio, o en el patio, en el árbol de morera que planté para darles comida, cada primavera, a los gusanos de seda de mi aula. Quizás siga, de algún modo, dentro del niño que no mira a los ojos, o de la niña que aletea, o del chico que tiene dificultades varias para las mates. Quizás siga junto a todas esas chicas y chicos, que solo necesitan que las amen como a las demás. Eso me haría mucha ilusión: haberme quedado flotando en el alma de las niñas y niños a los tuve el honor de ayudar mientras me hacían mejor maestro.

Pido perdón por si pude hacer daño intentando mejorar la escuela. Es difícil cambiar la educación sin llevarse a alguien «palante» en algún momento, solo quise lo mejor para lo único importante de la escuela: el alumnado. Y perdón, especialmente, a todas esas niñas y niños a quienes no supe ayudar lo suficiente.

Aquí seguiré con el poquito de escuela que me quedó dentro, por si alguien necesita ayuda en este duro quehacer que es la educación de la generación con el futuro más incierto. Porque quizás puedo ayudaros a comprender dos cosas que yo aprendí en mi vida profesional: la importancia de la educación y la dificultad que conlleva.

Gracias a tantas personitas que, en el camino, me han enseñado tanto, y gracias a todas las personas que gastan su tiempo con la infancia, porque de ellas es el reino de este mundo, que es el único cielo.