En Europa, la mayoría de niñas y niños de primera infancia, de cero a seis
años, van a kindergarten. Estos
centros carecen de un currículum formal pero tienen una visión educativa y
socializadora. Se da importancia al juego libre, a la autonomía y a las
relaciones sociales para promover el desarrollo personal. No es imprescindible
el aprendizaje de la lectura y la escritura. Saben que es un tema cultural que
necesita de madurez. Lo importante es el desarrollo de la identidad de cada
infante.
Una vez comuniqué con un maestro del norte de Europa, y cuando le
pregunté por el tema de la enseñanza de la lectura y la escritura se quedó
desconcertado y me respondió: si las
niñas y niños ya están maduros para aprender un código simbólico, no suelen
tener problemas, eso me dijo, Lo comprendí después de un tiempo.
El problema lo creamos en España, porque empezamos con las letras antes
de tiempo; no dejamos que el cerebro madure y adquiera las competencias
necesarias. Lo más grave es que estamos dejando de trabajar en la maduración
previa necesaria: la psicomotricidad, el juego simbólico y libre, el lenguaje
oral, los cuentos, canciones, poesías y teatro. Nos estamos dedicando a
colorear y completar actividades simples en libros estereotipados que
aportan poco a la madurez de la infancia,
y a dibujar letras como si eso tuviera algo que ver con la escritura.
Las personitas más maduras pueden aprender a leer y se valoran como
mejores, mientras las que necesitan más tiempo de desarrollo y tardan en descifrar
los símbolos escritos se sienten mal en la escuela, porque se comparan,
irremediablemente, con sus iguales. Así comienza la discriminación en la
escuela.
El objetivo de la etapa de infantil en la mayoría de países europeos es crear
un entorno seguro para favorecer la convivencia, la creatividad, la autonomía y
el desarrollo de la identidad de forma segura.
El dilema es: ¿mejor empezar a enseñar las letras antes de tiempo o esperar
a que maduren todos los requisitos para emprender a leer? Pues resulta que en España,
todas las editoriales, que son la principales guías educativas, han resuelto el
dilema de forma equivocada. Y se programa empezar a leer y a escribir saltándose
los llamados prerrequisitos, eludiendo la imprescindible madurez y las
capacidades necesarias; poniendo a las niñas y niños a trazar garabatos sin
sentidos y a memorizar que la m con
la a dice ma.
Primero está lo sensorial, luego lo motriz, lo psicomotriz, porque no
hay movimiento sin consentimiento mental. Luego viene lo simbólico, un gran
salto en el desarrollo del cerebro. A continuación emerge la conciencia:
vislumbrar lo que somos frente a las demás personas en contexto. Y solo al
final estaremos preparados para trepar sobre las altas cumbres de la
comunicación escrita. Sólo entonces seremos capaces de utilizar un medio
comunicativo tan complejo como la escritura.
Porque aprender a leer y a escribir no es trazar garabatos, no es
deletrear sonidos sin comprender el significado. Aprender a escribir es ser
capaz de comunicar, a partir de signos, con personas amadas. Aprender a leer es
viajar por un mar de posibilidades escritas por otras personas. Porque el
aprendizaje de esos signos no es previo a la comunicación. Primero está el
deseo y la emoción por comunicar. Solo así aprenderemos a escribir de forma
significativa.
Siempre recordaré la carta de una alumna de tres años a su abuelo que
estaba malito y que decía: o ieo e muea.
E ieo uo. Con las vocales que conocía quiso decir: no quiero que te mueras. Te quiero mucho. Sin palabras me quedé.
Había empleado sus rudimentarios conocimientos sobre la escritura con vocales
para comunicar algo sentido. Así comienza, creo, el aprendizaje de la escritura
y la lectura, con signos que llevan dentro la emoción y el deseo de comunicar.
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