Supongamos
que un bebé, en sus primeros años de vida, en plena etapa de apego, se cría
mirando una tableta, el ordenador, la tele o el móvil. Es bien sabido que una
persona acaba de construir su cerebro fuera del útero de la madre. Pues,
supongamos que su mamá y papá abandonan a su vástago en manos de estos
artefactos tecnológicos para estar más tranquilos, o trabajan hasta altas horas
y dejan al bebé en casa de los abuelos. Sigamos suponiendo: los abuelos no
tienen tiempo, ni energía, ni pueden estar interactuando con el bebé todo el
tiempo y lo abandona demasiado rato frente a una pantalla, para que se
entretenga.
Pensemos
qué tipo de mente se formará si la estimulación es excesiva y la configuración
de su cerebro se forja con estímulos visuales y acústicos veloces en un cerebro
que aún procesa sin capacidad simbólica y con muchas limitaciones.
Pues
resulta que en estos momentos nos están llegando a los colegios chicos y chicas
construidos por pantallas, sin que medie nada de lo humano .
Sigamos
suponiendo. Este chico llega a la escuela, con poquitos años, bastante
desconectado. Y en la escuela infantil con unos 25 seres y sólo una persona a
su cargo, para poder manejarlos y que estén quietecitos, los conectan a la gran
pantalla. Es sorprendente lo enchufados que se quedan mirando los “cantajuegos”
o los dibujos animados de moda.
Vemos
a diario al nuevo alumnado que llega a los colegios con comportamientos poco
socializados. Y comienza la demanda: “este niño no me mira, no me hace caso y
no comunica demasiado”. Y desde la psicología se diagnostica con las etiquetas
que la ciencia ha construido en estos tiempos. Alguien los podría etiquetar de
desatentos, diagnóstico muy de moda últimamente, pero es algo más grave. No es
un problema neurológico, es un tema cultural de nuestra época. Aunque acabará
siendo un problema psiquiátrico, no lo dudemos. Los males sociales acaban
siempre fosilizando identidades. Ya se sabe que el cerebro, en los primeros
años de vida, se construye por interacción social y amorosa.
Será
difícil desandar lo andado. A ver cómo lo afrontamos. Menuda tarea se nos
encomienda al profesorado de las primeras etapas: generar seres ya
deshumanizados desde sus comienzos. Pues en esas estamos. Porque es posible que
si en la construcción del nuevo ser no media nada de lo humano no pueda
construirse una persona. Nos construimos como seres humanos cuando otro ser
humano nos interpela, nos habla, nos acaricia y dan sentido a los reflejos
primarios. Somos barro modelados por las manos, las palabras y los ojos de otro
ser que nos mira con deseo.
Nos
encontramos ante una nueva realidad. No es cuestión de reparar, no hay nada
roto. Simplemente hay una construcción diferente. Las personas somos historias
construidas a base de palabras y afectos. No es solución arreglar ningún
desperfecto porque nada se rompió, sino que se generó el cerebro de otra
manera. El ser humano se construye mediante el amor y el deseo de otro, y
comienza cuando el bebé conecta con esa primera mirada de la madre mientras lo amamanta.
Y ya cuelga en Internet un niño mamando mientras mira una pantalla. ¡Qué
horror!
Hasta
la Organización Mundial de la Salud ha realizado una guía para la población
mundial con la recomendación de “cero pantalla antes de los dos años; y hasta
los cinco años, mientras menos mejor”.
¿Y
qué podemos hacer? Creemos que es urgente que los adultos hagamos lo posible
para que la infancia pierda de vista los medios tecnológicos en los primeros
años de vida. Ya sabemos que el mercado y los poderes nos quieren conectados a
pantallas, desconectados de la vida; pero debemos rebelarnos. Es
imprescindible, antes de que sea demasiado tarde, que los políticos, educadores
y profesionales de la psique humana levanten la voz y adviertan del gran
peligro que el futuro nos depara.
Como
solución proponemos lo que siempre se hizo con los bebés: la manta en el suelo
para gatear, la pelota, canciones, los cinco lobitos, el escondite, el parque y
jugar a pillar. Y siempre bajo la atenta mirada de un adulto humano.
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