6 de octubre de 2021

LOS NADIES

Mi admirado y querido Eduardo Galeano escribió en 1940 un poema sobre «Los nadies». Parece mentira pero sigue vigente, también en la escuela.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres,

Llegó a infantil como cualquier niño; algo gordito, un poco juguetón, de aspecto tierno y con ojos temerosos, como muchos otros, un chico del montón.

Pronto comencé, ya desde infantil, a verlo castigado: porque no hacía bien las fichas, porque no atendía, porque se salía de la pauta, porque jugaba a todas horas… (Algo que en la escuela es demasiado habitual, aunque no debiera). Muchas  veces pasé por su clase y, al verlo contra la pared, como en otros tiempo (porque resulta que aún hay libertad de cátedra para estos menesteres inadmisibles), lo acogía en mis brazos y me abrazaba como si no hubiera un mañana. Una angustia inmensa me atravesaba el pecho. Ese chico de infantil no entendía nada. Quizás, tenía mala suerte.

…que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,

Aún era pequeño y nadie intuyó sus dificultades. Y es que, a veces, el profesorado trata a todo el alumnado por igual y le exige hacer las mismas cosas. ¡Son tan defensores de la igualdad! (Maldita igualdad que no considera desde donde parte cada persona, y no tiene en cuenta la diversidad).

Pero este alumno no tuvo buena suerte en la vida, porque le tocó una familia pobre, no solo de dinero, también de estudios, de lenguaje, de cultura, de posibilidades, de relaciones sociales, de artefactos electrónicos, de juguetes, de comida sana… Y es que si no era nadie es normal que no tuviera nada.

…ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, 
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.

Su padre trabajaba todo el día en quehaceres físicos y pesados que la sociedad relega a los más desfavorecidos (así llaman ahora a los pobres de toda la vida). Su madre, enferma, cada día era acogida en un centro para tratar su dolencia. Su hermano y él, desde pequeño, haciéndose cargo de sus casi vidas.

Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.

Al entrar en la Educación Primaria ya venía con un diagnóstico de discapacidad por inteligencia límite. Fue entonces cuando cambió, por arte de magia, de niño malo a un alumno con Necesidades Específicas de Apoyo Educativo (una nueva etiqueta).  De un concepto moral pasó a una consideración científica. Algo habíamos avanzado. ¡O no!

En primaria tuvo algo de suerte y le ayudaron maestras que se desvivieron por él, que trabajaron con sus necesidades y posibilidades, que le tuvieron consideración (parece mentira que dependamos del profesorado que nos toque en las escuelas, como en la tómbola). ¡No hay derecho!

Pero en la educación formal no depende todo del profesorado. Hay un sistema complejo de contenidos, metodologías, horarios, asignaturas, organización de los espacios y exámenes, que margina, humilla y ningunea al alumnado con más dificultades.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, 
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, 
rejodidos:

Y es que el alumno en cuestión tenía dificultades para hablar. Aunque lo entendíamos, no cumplía con los estándares de calidad que la escuela actual demanda. Una institución educativa que exige éxitos, en vez de compensar inconvenientes sociales. ¡Lo nunca visto!

Él era consciente de sus dificultades, tenía un corazón muy grande, comprendía todas las situaciones que vivía, pero se expresaba a su manera.

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.

Es verdad que, a veces, se mostraba irascible con sus compañeros porque no lo incluían en los juegos, porque no sacaba buenas notas, porque era gordito, porque no sobresalía en nada.

Y, poco a poco, sin que nadie tuviera culpa, se fue forjando una baja autoestima porque fracasaba con todos los obstáculos que le ponían la vida y la escuela.

Pero este chico, que yo atendía como especialista en Pedagogía Terapéutica, cada día me daba las gracias cuando le ayudaba. Quizás, porque yo lo miraba como a un alguien, como a una persona, y él lo percibía.

Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.

Al acabar la Primaria, en la fiesta de despedida, nos abrazamos como si no hubiera un mañana. Me daba las gracias por tanto y yo agradecía su actitud de entrega. Pero a pesar de todo el esfuerzo, quizás, para los nadies no haya posibilidades de futuro.

Que no tienen nombre, sino número.

 Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.

Ya lo imagino en el Instituto, ensimismado y receloso. Espero que tenga suerte y le toque profesionales sensibles; pero lo tiene complicado, porque todo no depende de la escuela ni del profesorado. La marginación social es siempre una cuestión política y económica, muy difícil de cambiar.

Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

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