16 de octubre de 2022

LA LANTANA

Recuerdo a un alumno que nos llegó con ocho años y varios fracasos a cuesta de diferentes colegios. Era un chico algo áspero, con espinas, poco sociable, difícil de tratar, como la lantana (esa planta que tengo en mi jardín, leñosa, con espina y un olor poco agraciado, pero con unas florecillas diminutas que forman inflorescencias maravillosas, que solo aprecias si te acercas).

Vislumbré, desde el primer día, sus colores especiales y sus peculiaridades creativas por desarrollar que ya apuntaban maneras. Me dijo que nadie lo quería en los colegios que había estado, y por eso había inventado una pócima para hacerse invisible. Le puse oído y me interesé por sus pesquisas para poder sobrevivir en este mundo tan cruel. Me contó cómo conseguía sus poderes y quedé prendado de una imaginación descomunal, y por las estrategias del ser humano para sobrevivir a la adversidad.

En clase no hacía nada de las rutinas cotidianas. En vez de eso se dedicaba a inventar. Con folios y un rollo de cinta adhesiva era capaz de montar mil historias. Un día construyó una mano articulada con papel. Inmortalicé con mi móvil aquel invento digno de un intrépido arquitecto. Otro día construyó, plegando folios, un muñeco tridimensional. Eso me dijo: es Doraemon en 3D. También hacía comic, cambiando perspectivas y alternando distintos planos. Me dejaban alucinando. Lo dicho, una persona peculiar, un artista. Pero fue objeto de diagnósticos varios y de reprimendas por parte de la Institución Escolar.

Mi trabajo como especialista en Pedagogía Terapéutica fue tratar de convencer al resto de profesorado de sus capacidades especiales y de que no se fijaran en su etiqueta y en sus dificultades para hacer las tareas de clase. En tres años en nuestro colegio comenzó a ser valorado por su trabajo y comenzó a realizar las actividades de clase de manera minuciosa. Sólo había que valorar su inventiva para que aceptara trabajar. Guardo dibujos de él para cuando sea famoso, porque no me cabe la menor duda de que algún día lo será. O quizás acabe siendo un loco, o las dos cosas, que también se da. Todo depende del medio en que habite de cómo lo miren. Sólo de gente diferente podemos esperar algo nuevo en este mundo de mediocridad. Ya lo dijo el loco y artista Vincent Van Gogh:

La normalidad es una ruta pavimentada:

se camina cómodamente,

pero ahí no crecen las flores.

Nuestro trabajo en educación es cultivar todas las plantas, sabiendo que hay flores suaves y ásperas, bellas y fructíferas, amables y difíciles de cultivar. Pero siempre debemos evitar los caminos de asfalto fáciles de transitar.

Recuerdo a menudo una chica de mi colegio con problemas graves de conducta, según su diagnóstico escolar. Intuí que su peculiaridad era ser una «Pippi Calzaslargas».  Cuando su clase se desplazaba en el colegio en fila, ella era la última, y siempre iba dando volteretas. O como ella decía: maestro, es que estoy haciendo la rueda. Pues eso, siempre con las bragas al aire, mostrando sus destrezas, intentando ser alguien especial. En clase se pasaba el día haciendo dibujos, manualidades, creando cuentos y mil historias. Todo el día imaginando pero sin hacer nada de lo que le mandaban. Así se muestra la lantana en mi jardín, como una planta especial, lidiando con las demás plantas y arañando a quienes osen tocarlas, luchado por su identidad.

También me viene a la memoria, mientras riego la lantana de mi jardín, a un chico que venía de otro colegio con un diagnóstico invalidante, de esos que se te queda pegado para toda la vida y te forja un carácter congruente con la etiqueta que te asignaron. Pero siempre lo vi como alguien peculiar. Parecía un científico. Como no hacía las tareas de clase el profesorado nunca se enteró de sus cualidades. Supe que era experto en dinosaurios, en volcanes, en animales, en astrología y mil cosas más. Cada día me venía con una historia que había descubierto y de la que yo no tenía ni la más mínima idea, pero siempre le ponía oído. Era un chico lantana, de eso, no había duda.

Las personas, como las plantas, somos todas diferentes. Y esas diferencias son las que nos hacen singulares. La visión homogeneizadora nos empobrece. La diversidad de la naturaleza es un valor que debemos fomentar. Es por eso que cuido cada planta de mi jardín con algo peculiar, como la lantana; y aprendo de cada persona especial que encuentro en mi escuela porque, gracias a las diferencias, el mundo avanza.

 


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