27 de febrero de 2023

LA CONSTRUCCIÓN DE UN SER HUMANO

A un sabio camarero (toda persona sabe que quien está detrás de la barra de un mostrador ha escuchado lo suficiente como para ser un filósofo de la vida) le preguntaron que de dónde era su hijo adoptado. El veterano camarero respondió: no sabemos, aún no habla. Cuando hable ya sabremos el idioma y de dónde proviene.

El camarero hizo un chiste, pero la ingenua clientela se sintió complacida; tenía la creencia errónea de que somos seres biológicamente determinados. No sabía que el lenguaje, como la identidad, es una construcción social.  

Cuenta Umberto Eco que Federico II de Sicilia, en el siglo III, quiso saber si el idioma primigenio de la humanidad era el hebreo, como indicaban sus asesores religiosos. Para ello, encerró a unos infantes con sus nodrizas con la consigna de que los cuidaran, los amamantaran y los lavaran, pero que no tuvieran comunicación con ellos. El caso es que, al cabo de un tiempo, los infantes conversaron con Dios. No, no hablaron en el idioma hebreo que pronosticaron sus asesores, sino que murieron. Porque el ser humano vive gracias a la palabra, al afecto y la conexión emocional, y esos bebés no lo tuvieron.

En la construcción de un ser humano hay algo más que el cuidado y el alimento. Es necesaria personas que den sentido y humanicen los movimientos, aleteos, llantos y risas que los bebés expresan por simple estímulo interno. Existe un halo mágico que humaniza cuando una persona hace algo con lo que el bebé  emite.

No podemos negar la base biológica que nos determina como especie pero, para ser un ser humano, no es suficiente. Somos los únicos mamíferos que nacemos sin terminar, que nos completamos fuera de la madre. Quizás la posición bípeda del homo erectus fue la causa. Nos lo cuenta Juan Luis Arsuaga en sus descubrimientos de Atapuerca. Al adquirir una posición erguida y estrechar las caderas, la mujer parió un ser sin acabar para que pudiera salir por sus entrañas. Por eso el ser humano nace inmaduro y se completa después de haber nacido.

Dicen los científicos que una criatura humana nace incompleta, que viene al mundo solo con un tercio de su cerebro desarrollado. En los primeros tres años, completa el ochenta por ciento de sus posibilidades. Así que ya sabemos de la importancia de los primeros años de vida y las posibilidades educativas de la primera infancia.

Debemos, por tanto, dar importancia a la crianza en los primeros años de vida en las familias, en la calle, en los centros educativos, en los parques…, o con las pantallas. Cada contexto tendrá sus consecuencias.

Aprendemos a andar sobre el primer año; a hablar, a partir de los dos, y a pensar… Algunas personas no lo consiguen en toda su vida. Fuera de broma, los humanos somos irremediablemente seres sociales. Nos hacemos humanos en la interacción de los demás y con el contexto social y cultural en el que nos desenvolvemos.

El lenguaje es una construcción social. Esto supone cariño, escucha, miradas, mimos y música emocional. La inteligencia artificial nunca podrá educar ni enseñar una lengua a una criatura. Porque no es cuestión de algoritmos sino de piel, de risas, de emociones compartidas, de inteligencia humana, de mirada a los ojos, de escucha, de dar sentido a la otra persona, de digerir los estímulos deseantes y convertirlos en complicidad sentida. Solo así construimos personas humanas.

Por eso, además de aprender didácticas y pedagogía, las maestras y maestros, debemos ser personas reflexivas, sintientes y molientes con capacidad de conexión, personas que den sentido a los desvaríos de nuestro alumnado. Solo así construiremos ciudadanos reflexivos y sensibles, a seres humanos saludables.


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