Que Buñuel fue un genio del séptimo arte es indiscutible, que fue un visionario de nuestra
época, cada vez lo tengo más claro. Acabo de ver por enésima vez su película «Ese oscuro objeto del deseo», basada en
la novela de Pierre Louÿs, «La mujer y el
pelele».
El deseo tiene mucho de inconsciente, de lo que nos mueve por
dentro sin que nos demos cuenta. Es por eso que el pelele se deja engañar, una y otra vez, por la protagonista de
la película, y se convierte en un ser sumiso y dependiente. No le queda otra,
porque actúa por impulsos que la razón no controla.
Acabo de leer la novela, de Santiago Lorenzo, titulada Las
ganas, un concepto castizo y esencial para definir el deseo; eso que nos
mueve por dentro y que está siempre acechante, siempre mediatizado por la razón
que la cultura nos impone.
El liberalismo se fundamenta en la libertad individual frente
al estado democrático: se sustenta el deseo más primario. Supone que, si cada
cual busca su bienestar, el bien común será para todas las personas, y quien no
lo alcanza es porque no se esfuerza demasiado. Además, argumenta que si todos
buscamos el bien propio el bien común se produce de forma natural (la llamada mano negra del liberalismo que todo lo
regula). ¡Nada más lejos de la realidad!
Creo que la vida es compleja y no podemos reducirla a la
simplicidad de dos opciones. Ni todo debe ser libertad individual, ni todo puede
ser un poder del estado que nos controle. Ahí está la dificultad, en gestionar racionalmente
el deseo.
Si damos libertad individual, siempre ganarán quienes tienen
más posibilidades; es como dejar a las zorras convivir con las gallinas sin
ninguna norma que impida las relaciones de poder entre ellas. Por el contrario,
si damos todo el poder al Estado, sin ningún control, es como tener fe en un
único dios verdadero, con la de dioses y sensibilidades existentes. Los grandes
filósofos nos mostraron que en el centro siempre está la virtud. En mi pueblo
dicen: ni tan cavos ni con tres pelucas.
Ya fracasó el liberalismo en «La crisis del veintinueve», y el totalitarismo comunista también
fracasó, cuando se alejó de la filosofía marxista y comenzó a controlar y
reprimir toda idea reflexiva contraria al dogma, con la caída del muro de
Berlín. Lógicamente, porque limitó en demasía la libertad individual.
El sistema capitalista liberal, que padecemos en occidente, comenzó
a estudiar la psicología del deseo, y se hizo experto en marketing. Y fue entonces cuando diseñaron un proyecto de manipulación
de los seres humanos creando narraciones que colonizaran las mentes de las
personas, y controlaron a la gente para que libremente fueran esclavos.
Todo comenzó con la Coca
Cola, una bebida anodina que supieron aderezar con mucha azúcar y con
imágenes deseosas: juventud, la chispa de
la vida y la felicidad. Y fue entonces cuando comprendieron que el deseo
vende. Y se hicieron de pecunias y de poder.
Luego le siguieron los perfumes. Se vendía sin que nadie los
oliera. Bastaba con hacer un anuncio que sugiriera: placer, éxito, sensualidad,
emoción… Unas insinuantes caderas, un torso desnudo y unas imágenes cálidas
fueron suficientes. Ya tenían la clave del negocio: influir en las mentes
deseantes. Encontraron la llave para abrir la puerta del deseo que todas las
personas llevamos dentro. Y, a partir de ahí, se podría vender cualquier cosa.
El tema no estaba en el producto sino en activar el deseo inconsciente.
El paradigma del control de las mentes, en Italia y España, la
materializó Telecinco con el «Cacao
Maravillao», una marca de un producto inexistente, pero que se anunciaba con
chicas insinuantes en un programa de televisión. Consiguieron millones de demandas
de un producto que no existía. ¡Eureka! Habían descubierto la llave de la
manipulación humana.
A partir de entonces, miles de psicólogos vendidos al
sistema, multitud de expertos en imagen y sonido, publicistas y muchos
autoproclamados periodistas, pusieron en marcha la maquinaria de vender
productos e ideas políticas aunque fueran una falacia. Tenían que comer. Así
llegó Berlusconi al poder en Italia. Y, luego, otros supuestos políticos a
muchos países.
Necesitamos en este mundo de narraciones más complejas que
nos ayuden a seguir viviendo en un mundo en el que la libertad individual
conjugue de forma adecuada con el bien común. Ahí está la dificultad.
Es por eso que debemos estar atentos, quienes nos dedicamos a
la educación, a los estímulos que vienen de fuera vendiendo ideas y narraciones
que controlan nuestras mentes.
En estos tiempos, la manipulación se ha perfeccionado con las
redes sociales, y han inventado mil argucias para embaucarnos de forma
inconsciente.
Quizás la escuela debería asumir un nuevo contenido, además
de dar matemáticas, lengua, historia o música. Quizás debemos crear una gran
asignatura titulada «Que no nos engañen: las argucias publicitarias de los
poderes mediáticos».
Debemos, en los centros educativos, tomar conciencia de lo
que somos, aprender cómo nos construimos y en qué sociedad nos movemos, para
que seamos conscientes del deseo que nos han incautado, desarrollando una
actitud crítica ante la sociedad en la que vivimos, siendo consciente de lo que
somos y evitando la manipulación imperante. Solo una educación crítica nos
liberará de tanta inmundicia. Un nuevo reto educativo que afrontar. No hay otra.
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