Reconozco como referentes a esas maestras y maestros republicanos
que realizaron la primera innovación educativa en España en tiempos de la
República, que fueron silenciados por la dictadura posterior. Como ejemplo, Antoni Benaiges, maestro catalán, que
practicó la metodología Freinet en un pueblo de Burgos, que acabó torturado y
asesinado por las hordas falangistas, y que fue rescatado por la memoria
histórica mediante el libro y la película El
maestro que prometió el mar.
Cuando una película remueve a un tiempo los corazones y el
intelecto da en la diana. Eso ocurre con «El
maestro que prometió el mar», de Patricia Font.
Una película se construye con elipsis (es obvio que no
podemos narrar toda la historia en una hora y media de proyección). Pero es una
buena película cuando las elipsis sugieren una época compleja a partir imágenes
precisas que simbolizan todo un universo. Este es el caso de este filme.
Mediante un sinfín de anécdotas, símbolos y secuencias certeras, narra de forma
magistral la escuela que pudo ser y que se truncó por desavenencias históricas.
Un maestro promete al mar a una chiquillada de un pueblo de
Burgos en la España del año 1934. Pero las circunstancias históricas cortan de
forma violenta el buen propósito. El mar es una metáfora de la inmensidad de un
mundo por conquistar, de la amplitud de mira, de la vivencia de la naturaleza
y, sobre todo, de crecer como personas libres y auténticas, el propósito que
toda educación debe tener. Es una historia pasada que debemos traer al
presente.
En un primer momento la película nos recuerda a La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda, por la escenificación de un maestro republicano que se topa con una España rural analfabeta y sometida. La luz de Antoni, el maestro catalán protagonista de la historia, llena toda la película. Pero no solo trata de educación, lo esencial que narra es la necesidad de transmitir la memoria de nuestros antepasados a las próximas generaciones, como ya vimos en la película El olivo de Iciar Bollaín. Además, sugiere la convulsión que produce en una organización, como es un pueblo, la entrada de un ser que desestabiliza el sistema y que pone en guardia a los poderes fácticos del lugar. Me vino a la memoria la película Chocolat, de Lasse Haliström, en donde la protagonista lleva a una comunidad insípida los placeres de la vida mediante el chocolate, igual que el maestro de esta película transmite un aprendizaje vivencial y sabroso a este pueblo anquilosado, provocando la resistencia de los poderosos de una comunidad analfabeta, indefensa y muerta de miedos.
Siempre hay escuelas que prometen a su alumnado el mar, pero suelen
toparse con resistencias que lo dificultan. El
mar es ancho, grande, profundo, como narra el alumnado de esta película en
sus textos, pero las fuerzas vivas del pueblo son estrechos de miras, superficiales
y pequeñitas, aunque dominan el alma de la gente.
Frente a la imprenta de Freinet, que genera narraciones
creativas en el alumnado de esta escuelita, aparece el fuego que quema sus
escritos. Ahí radica una de las claves de la película: muerte o vida,
retroceder o avanzar, tradición o innovación.
La película narra la necesidad de desenterrar los huesos de
la memoria, para llenar el hueco que nos dejó la generación de nuestros padres
con sus silencios sellados, a cal y canto, por el miedo que inoculó los poderes
despóticos de tiempos pasados.
Es necesario que la memoria fluya por el río de la vida, de
generación en generación. El fluir de la memoria fue cortado por un dramático
muro de contención construido con miedo, silencio y terror; y se necesita nuevas
generaciones que lo hagan fluir de nuevo. Por eso es necesaria la visualización
de esta película por las nuevas generaciones, para desenterrar el pasado y que
siga fluyendo la vida. Porque ya se sabe que un pueblo que no conoce su
historia está condenado a repetirla.
Creo que la película no habla solo del pasado, sino que nos
interpela, hoy día, en una cuestión que las nuevas generaciones no suelen
preguntarse, porque perdieron información en un eslabón sometido y silenciado:
¿acaso la educación tiene una dimensión política?
El maestro de la película practica una metodología Freinet, creando
textos con una pequeña imprenta, con la correspondencia escolar, el
descubrimiento de la naturaleza, la asamblea escolar y mirando al alumnado a
los ojos. Pero hace más que eso. Este maestro simboliza a todo el profesorado
que, antes y ahora, educa partiendo del respeto a la infancia, poniendo oído a
sus pensamientos, opiniones y miradas sobre la vida. Porque la metodología no
es solo una técnica para transmitir un contenido académico, sino que debe ser
un propósito emancipador. Y este maestro republicano lo hizo.
Y es que de eso va también la película. O perpetuamos
situaciones sociales existentes o luchamos para construir un futuro prometedor
en el que todas las personas puedan disfrutar del ancho y profundo mar.
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