18 de enero de 2024

CONDUCTAS, SÍNTOMAS Y DESVARIOS EN EDUCACIÓN

Una persona que se ve diferente frente una sociedad normalizada sufre, lo vemos a menudo en la escuela, y despliega un sinfín de comportamientos inadecuados que las administraciones educativas cosifican y diagnostican de forma rígida. Sin embargo, un conjunto de síntomas no es una enfermedad biológica sino que, a veces, es una interpelación. Es necesario analizar los comportamientos de la infancia con una visión lúcida. Necesitamos amplitud de miras para comprender la construcción de la subjetividad en cada persona. 

Recuerdo a un alumno de cuarto de primaria que llegó a nuestro colegio con un diagnóstico contundente, supuestamente con base biológica, y necesitado de medicación. Venía de un colegio concertado, diagnosticado, medicado; y con una autoestima por los suelos, lógicamente provocado. En cambio, yo sólo vi a un chico con una demanda desesperada de amor: inquieto, nervioso, asustado, receloso, lógicamente desatento…, aunque también deseante, algo que siempre salva de la locura. Cuando le mostré confianza, me mostró todo lo que le soliviantaba y se relajó. Tenía inquietudes familiares y un sinfín de sufrimientos. La escuela de donde venía no supo interpretar sus síntomas y le etiquetó con un diagnóstico paralizante, provocándole más conductas inapropiadas, enredando su desasosiego y pronosticándole un síndrome de moda en estos tiempos.

Toda persona quiere ser alguien, alguien reconocido, mirado, escuchado y querido, y despliega un sinfín de comportamientos para ser aceptado como persona. A veces, percibimos los comportamientos de la infancia de forma simplista, como una llamada de atención. ¡Por supuesto que nos interpela! Toda persona necesita ser querida y considerada. Pero su demanda no es sólo una conducta inapropiada, a veces, es un grito de desesperación.

La infancia siempre busca un vínculo donde aferrarse para construirse. Y ese sostén, que soporta, sostiene y soluciona, somos las familias, las amistades y el profesorado. No hay otra alternativa. Estamos ahí, intentando educar, pero siempre nos topamos con los procesos de desarrollo personal que se están produciendo, y no podemos ni debemos eludirlos.

Si nos fijamos sólo en los síntomas veremos enfermedad, entonces la solución es evidente: medicar, derivar, curar…, intentar eliminar todo atisbo de disrupción, inadaptación y desorden, deseando que el sujeto sane a toda costa. Es un pensamiento acorde con la lógica biológica, que elude toda circunstancia familiar, contextual, histórica, social, coyuntural o del lógico desarrollo.

Ante síntomas disruptivos existen dos opciones contrapuestas: diagnosticamos en función de la conducta, desatendiendo qué le pasa y siente esa persona, y etiquetamos y medicamos, o buscamos una interpretación de su comportamiento indagando en su historia personal y actuamos en consecuencia en todo el contexto en el que vive y sufre. Pues, antes de actuar, es necesario un diagnóstico adecuado atendiendo la subjetividad del sujeto.

Escuché una vez decir, a la prestigiosa psicoanalista argentina Beatriz Janín, que un diagnóstico no puede resumirse en unas palabras, debe tener al menos tres folios. Pues las etiquetas cosifican, estereotipan y despersonalizan, y para comprender qué le pasa a una persona debemos narrar toda una historia.

Un desajuste educativo es una oportunidad para aprender qué le pasa a la infancia, y una posibilidad para comprender qué nos pasa a quienes educamos. La demanda se genera en una familia, en una cultura, en una sociedad… Por lo que es una oportunidad para evaluar el contexto: familiar, educativo, cultural y social.

La función educativa consiste, además de las tareas docentes, en ser receptivo a la demanda de quienes se están construyendo como personas. Los síntomas, a menudo, son llamadas de auxilio que debemos soportar, comprender y dar respuesta. Si cosificamos las conductas con etiquetas no daremos solución a las desesperadas demandas. Si calificamos de vagos, hiperactivos o apáticos a un chico hemos puesto un tapón en la llamada de auxilio. Si etiquetamos como pasiva, torpe o espabilada, a una chica, encubriremos la causa de su sufrimiento.

Los docentes debemos descifrar el mensaje que nos muestra el alumnado. Para ello es imprescindible conectar con su sufrir: investigar, interpretar, empatizar, comprender…, todo menos permitir que nos afecten los retos identitarios como una amenaza personal. Para ello, quienes educamos, debemos estar suficientemente sanos en lo emocional. Solo así comprenderemos qué le pasa a nuestro alumnado, sólo así podremos ayudarles.

Porque, a veces, el desvarío lo tenemos quienes intentamos educar: las instituciones educativas homogeneizadoras, los poderes públicos insensibles, las familias súper ocupadas… Y proyectamos, en seres que aún se están construyendo, todos los desajustes del sistema.

Es necesario indagar en las conductas y síntomas de nuestro alumnado, pero también en las variables organizativas de los centros educativos, en nuestro estado de ánimo, en las circunstancias familiares y las realidades sociales en las que vivimos. Así sabremos qué le pasa a la infancia y, de camino, cómo mejorar los desvaríos del sistema educativo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Explicar lo que tú explicas también nos interpela. Estamos todos metidos en el invento y no valen respuestas simplistas o cortas
Te agradezco tus reflexiones.
Una vez un niño me dijo “yo no estoy para letras”. Y tenía razón, su madre estaba en depresión severa, su padre intentaba disimular…Cómo iba él a ocuparse en las letras si sus personas más queridas estaban sufriendo.
Hay que ampliar la escucha y la mirada.
Gracias!!

Anónimo dijo...

Gracias, Mari Carmen, por tu visión, siempre lúcida.

Emilio dijo...

Ojalá esté acertado acercamiento al sufrimiento de los niños estuviera más tenido en cuenta...a veces pienso que se nos empuja a ser como garantes de un orden público con los niños que a su manera hablan y nos piden que los escuchemos.
Pero no debemos abdicar de decirlo