Hoy en día, el trastorno más diagnosticado en los Centros Educativos es el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad). En Estados Unidos, el porcentaje de niños y niñas diagnosticados es tan elevado que podríamos hablar de pandemia. Quizás, a veces, el problema no esté en el alumnado, sino en la sociedad que nos ha tocado vivir. Y es que suele confundirse las causas de los problemas con sus consecuencias.
Mi modesta hipótesis, que expongo para discusión, es
contraria a lo comúnmente aceptado: no existe un déficit de atención en las
nuevas generaciones, sino un deterioro de la atención causado por la tecnología,
que gasta nuestra atención de tanto usarla. Paradójicamente, en la época donde
más atención se genera es donde más déficit
de atención se diagnostica.
La televisión y los dispositivos móviles excitan la atención de
la infancia para luego robársela. Si comparamos los dibujos animados de hace 20
años con los actuales, comprobamos que las secuencias de antaño se construían
con pocos planos invitando a una comprensión pausada. En cambio, los dibujos
animados de los últimos tiempos cambian de plano continuamente, excitando la
mente en demasía, estimulando sobremanera, generando ansiedad constante y
dificultando la comprensión. Además, otros elementos narrativos, como la música
estridente, los colores excesivos y la proliferación de primeros planos
emocionales, estimulan en demasía la tierna mente de quienes aún están en
construcción permanente.
La infancia tiene un ritmo lento de crecimiento que
posibilita la construcción de conocimiento y un desarrollo saludable. Si forzamos
a las nuevas generaciones a una velocidad excesiva de procesamiento, respondiendo
de forma automática a estridentes estímulos sensoriales, crearemos mentes
ansiosas, incapaces de comprender y con nefastas consecuencias: una infancia
sobreestimulada, con sintomatología hiperactiva, con dificultades para atender
las explicaciones en la escuela, incapaces de concentrarse en la lectura de un
libro o de tener la paciencia suficiente para comprender racionamientos
complejos.
En los últimos tiempos aparece un pequeño artilugio
rectangular, una pantalla muy sensible y gratificante que, como la lámpara de
Aladino, estimula nuestros deseos. Y es sabido que el deseo desmesurado desata
nuestra ansiedad. Así que estamos todo el día acariciando el espejo, buscando y
gastando tiempo para satisfacer necesidades de forma inmediata, derrochando nuestra
atención, en busca de una felicidad siempre insatisfecha.
Es por eso que nos falta interés para las cosas importantes. Y
en la escuela, las niñas y niños llegan faltos de atención porque ya la
gastaron con juegos infernales, fotos narcisistas y vídeos de inútiles influencers. El artilugio dichoso nos
mira a los ojos con vivos colores y movimientos hipnóticos, mientras nos mete
la mano en la cartera y solivianta nuestras mentes ingenuas, robándonos la
atenta mirada, la escucha precisa, la comprensión necesaria.
Los adultos gastamos demasiado tiempo en florituras con el
celular, pero nuestra generación ya construyó su cerebro reflexivo, simbólico,
crítico, estético y ético. Lo más grave lo sufre nuestra infancia, porque está
construyendo la máquina de pensar de forma defectuosa. Las capacidades superiores
de la mente son la simbolización, la reflexión, la creatividad y la conciencia.
Pero las pantallas funcionan con nuestros instintos más primarios, como el
perro de Pávlov, estímulo-respuesta, impidiendo desarrollar las instancias
superiores de nuestra mente.
La atención es la nueva moneda de cambio, como las especies o
la sal en tiempos pasados. Quienes dominan la atención obtienen el poder, votos
y dinero. Y existe un nutrido grupo de marketing
managers, publicistas, especialistas en comunicación, incluso algunos
psicólogos, que se han vendido al poder, por treinta monedas de plata, para
robar (gestionar, lo llaman) nuestra atención. Y es que la persuasión es el
negocio más rentable de nuestro tiempo.
Los Centros Escolares, LA Administración, La Inspección
Educativa, Las Direcciones, El Equipo de Orientación y Los Agentes de la Salud,
suelen culpabilizar al alumnado del desvarío, diagnosticando de forma generalizada
el déficit de atención al alumnado, sin ni siquiera ponerse a pensar que quizás
es un déficit de la sociedad en que vivimos; y expenden diagnósticos,
medicamentos, terapias y culpas a quienes solo son las víctimas del sistema.
Antes de ofrecer la solución a un problema, debemos hacer un
buen diagnóstico. Porque, quizás, el déficit de atención en el alumnado solo
sea un excesivo desgaste promovido por poderes desalmados que buscan beneficios
a cualquier coste. Se necesita amplitud de mira para no diagnosticar siempre al
elemento más débil del sistema.
Quizás, el problema no está en el alumnado, sino en
instancias superiores que nos roban la atención sin que nos demos cuenta; porque nunca hubo tanta
atención derramada, pero la malgastamos sin darnos cuenta.
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