29 de diciembre de 2021

A VECES, ES MIEDO

Para dar una solución, lo primero es hacer un buen diagnóstico. Hay demasiada gente intentando sanar lo aparente, andando por las ramas, y pocas veces buscando raíces.

Mucho se ha escrito sobre los problemas de conductas en la infancia y, sobre todo, en la adolescencia. Se ofrecen miles de programas para corregirlos. Existen centros específicos para combatirlos. Son demasiadas las consultas psicológicas que dan soluciones a estos comportamientos que nos ponen al límite. Pero, a veces, el problema no es lo que salta a la vista, no siempre las cosas son lo que parecen. A veces, lo tratable no es la conducta observable. A veces, las causas que lo producen, lo esencial, se esconden en lo más profundo de nuestra alma. A veces, el problema es el miedo.

Nuestra alumna se pone arisca cuando nos acercamos a ella. Pensamos que no debe rechazarnos porque queremos ayudarla en una actividad que se le resiste. Pero nos hace un desaire. Creemos que no nos merecemos tal reproche y nos enfadamos. Quizás no sea un tema de conducta. Quizás, alguna vez se le acercó a ella un hombre con otras intenciones. Quizás lo que siente es miedo. En mi caso, fui prudente y esperé a descubrir la causa de su sufrimiento y, poco a poco, fue tomando confianza y aflorando sus sentimientos agazapados en lo más profundo de su alma: el miedo.

Nuestro hijo nos grita porque no conducimos adecuadamente cuando lo llevamos en coche. Parece una conducta de mala educación y que nos falta al respeto. Pero puede que esté sintiendo miedo en la carretera, porque tuvo un accidente o un susto en un vehículo hace años, y no sabe gestionar la emoción que le produce la velocidad, y por eso responda de mala manera. Es necesario indagar más allá de los comportamientos. Porque puede que su desaire se deba al miedo.

Puede que nuestra hija adolescente nos diga con exabruptos que no tiene nada que ponerse. Ya sé que le dimos la posibilidad de comprarse ropa en su momento. Pero nos grita y hace que nos sintamos mal. Y es que la educamos lo mejor que supimos, y no hay derecho... Pero, quizás no tenga mala educación al hablarnos así, aunque no debiera, sino que está aterrorizada por no ser aceptada entre sus iguales en una etapa adolescente en donde se pone en juego su identidad cambiante. Quizás no sea mala conducta sino miedo a no ser aceptada, a no ser nadie, al fracaso, a la muerte en vida.

He visto, algunas veces, a niñas y niños que no hablan o que no miran lo suficiente. Los han tratado especialistas varios sin ningún resultado que solucione sus desvaríos. Pero he descubierto que el problema no estaba en su boca, ni en su vista, ni en su comportamiento. La herida era más profunda. Anidaba en lo más íntimo de su mente. Creo que era miedo. Pues eso, que, a veces, no es la conducta sino el miedo, siempre agazapado bajo la apariencia de desconexión o de ira.

Ya lo dijo Jorge Bucay en el cuento “La tristeza y la furia”. Cuenta que ambas fueron a nadar a la playa y dejaron su ropa en la orilla. Salió del agua, primero, la furia, siempre tan ansiosa, y cogió sin querer, sin pensar, la ropa que encontró, que era de la tristeza. Cuando la tristeza salió del agua se vistió con la ropa que quedaba, que era de la furia. Así que si veis por ahí gente con mucha rabia pensad que, quizás, sea la tristeza vestida con la ropa inadecuada. Eso nos cuenta el cuento; quizás, eso nos pase en la vida. Llevamos ropa que nos protege, pero lo importante nunca está en la apariencia. Hay que indagar en lo más profundo del alma.

Y es que, cuando nos invade el miedo, nos ponemos tristes, o nos sale la furia, o nos volvemos irascibles, o nos metemos para dentro. Por eso hay que diagnosticar descartando lo visible y escudriñando en lo profundo. Porque, muchas veces, lo que hay en el alma es miedo.

 

19 de diciembre de 2021

LA ESCUCHA QUE EDUCA

No educan las palabras. Y menos, si están vacías. No educan las liturgias sin sentido de la escuela tradicional: los libros de textos, las bancas alineadas, las tareas para casa, el timbre de la entrada, los silencios, las filas, los castigos, las copias o los exámenes. Lo que educa no es lo hablado, sino la escucha atenta del educador.

Poner oído, atender la demanda, la oreja alerta, mirar con atención, tener paciencia, escuchar… eso es lo que hace aprender al alumnado. Alguien se construye si es escuchado con deseo por un ser humano. Es la escucha atenta la que construye a una persona, la que crea identidad.

Lo descubrí con Mari Carmen Díez en su libro La oreja verde en la escuela, y en el suplemento dominical La oreja verde, de Paco Abril, en diario La nueva España de Gijón. En la escuela debemos de tener siempre una oreja verde que sea capaz de escuchar el lenguaje de la infancia. Porque no todas las orejas saben escuchar el lenguaje infantil.  Qué bien lo dijo Rodari en su poema La oreja verde.

…Es una oreja de niño, que me sirve para oír
cosas que los adultos nunca se paran a sentir:
Oigo lo que los árboles dicen, los pájaros que cantan,
las piedras, los ríos y las nubes que pasan,
oigo también a los niños, cuando cuentan cosas
que a una oreja madura, parecerían misteriosas…

Es la escucha atenta la que hace aflorar la expresión tímida de las niñas y niños del aula, que tienen mucho que decir pero creen que la escuela no es el lugar adecuado. Porque suele pasar que el profesorado habla, habla y habla; y pocas veces escucha. Y es que la escuela tiene tanto que decir (explicaciones, contenidos, normas, regañinas, actividades, correcciones…) que pocas veces gasta tiempo en poner oído.

Si miras con atención obras el milagro de que el alumnado hable. Y el que habla y dice es quien construye conocimiento, quien aprende, quien se educa. Porque al hilvanar el lenguaje estructuramos el pensamiento. Pero para ello, debe haber un desencadenante, que no es más que la escucha atenta del educando. Hace años que Michael Ende puso en boca de Momo el poder de la escucha:

Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no: simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de repente cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.

Así que debemos de emplear en la escuela metodologías y actividades que dejen hablar al alumnado mientras abrimos de par en par nuestras orejas verdes. Debemos hace asambleas en donde el alumnado diga, actividades de grupo donde conversen, hacer interrogantes que provoquen el diálogo y la discusión…, y taparnos la boca para que quienes se expresen y aprendan sean las chicas y chicos del aula.

La escuela, en definitiva, debería ser una gran oreja; un lugar donde toda la comunidad educativa pudiera decir lo que piensa y siente. Un espacio en donde todas las verdades subjetivas se expresasen para encontrar, después del diálogo y la convivencia, la gran verdad. Porque quizás, la verdad verdadera deba surgir de la construcción de pequeñas verdades cotidianas. Pero para ello, es imprescindible crear espacios que escuchen las voces de las chicas y chicos de aula, tantas veces silenciadas.

26 de octubre de 2021

PRESENTACIÓN DE "PENSANDO EN LA INFANCIA"

 PRESENTACIÓN DEL LIBRO PENSANDO EN LA INFANCIA

Es un honor estar en esta Universidad de Málaga que tanto me enseñó durante mis años de estudio de Magisterio y de Pedagogía. Es un placer regresar a esta institución, después de mi vida laboral,  para devolver algo de lo mucho que me dio en mi formación docente.

Estamos aquí para presentar mi libro Pensando en la infancia. Esta obra es un compendio de reflexiones que nacieron de la necesidad de plasmar esta tarea tan compleja que es la educación, con el anhelo de poner orden y concierto a mis emociones derramadas en muchos momentos de vida escolar. En él intento pasar a limpio mis incertidumbres cotidianas, dando pinceladas que iluminen la complejidad de este quehacer desafiante. Y mientras pinto con palabras modestas la realidad en la que he trabajo, voy juntando mis pedazos, como diría Eduardo Galeano, para navegar en equilibrio por esta misión de acompañar a la infancia en su crecimiento.

No sé si este texto aporta conocimientos científicos relevantes, pero siempre pensé que las maestras y maestros debíamos generar conocimiento experimentado de nuestra práctica y divulgarlo. Eso he intentado aportar con este modesto ensayo: narrar, desde la subjetividad de un maestro de escuela, las reflexiones que me han ido surgiendo en mi experiencia educativa.

Este libro que presento es terapéutico. Al menos lo ha sido para mí al escribirlo. Quienes nos dedicamos a la educación sabemos que esta tarea nos desestabiliza en muchos momentos. Siempre andamos tomando decisiones importantes y complejas de forma apresurada: enseñamos contenidos a la vez que educamos en valores, lidiando con las expectativas familiares, intentando cumplir la legislación curricular y asumiendo la responsabilidad de educar a las generaciones futuras en una sociedad cambiante e incierta. «Casi na».

Así que cada vez que se me anudaba la garganta me ponía a escribir para desatar emociones con palabras. Si estas modestas reflexiones también son terapéuticas para quienes las lean, habrá tenido sentido escribirlas.

Es para mí un placer compartir mis vivencias educativas. Os leo la contraportada del libro que resume la obra, (para quienes tienen dificultades en captar la letra pequeña, como los que ya tenemos cierta edad).

«Esta obra recoge reflexiones sobre mis prácticas educativas a lo largo de mi vida laboral. Está dividido en dos partes correspondientes a mis etapas profesionales: más de veinte años en Educación Infantil y unos diez como especialista en Pedagogía Terapéutica. En ambas subyace la filosofía de una escuela innovadora y abierta a la diversidad. Solo pretendo mostrar, con este modesto ensayo, que quienes nos dedicamos a la educación estamos obligados a reflexionar diariamente sobre lo que vivimos en la escuela, en un intento de poner orden a las emociones que nos produce una tarea tan compleja como es la educación. Pero, además, tenemos el compromiso social y el deber moral de ir mejorando nuestra práctica educativa para contribuir, en la medida de lo posible, a crear una sociedad más justa y feliz. Espero que estas reflexiones de carácter pedagógico, con pretensiones literarias, no siempre conseguidas pero sinceras y sentidas, puedan ayudar a otras personas tanto como a mí me han ayudado al escribirlas».

Quiero dar las gracias a la Universidad de Málaga, que me regaló la posibilidad de publicar mis desvaríos; a las editoras, Rosario Moreno Torres, jefa de servicio, a Aurora Álvarez Narváez, y a todo el equipo. Doy las gracias más emocionales al director de la colección Innovación Educativa, Nacho Rivas, uno de mis profesores de Pedagogía, junto a Ángel Pérez, Miguel Ángel Santos, Nieves blanco, Miguel Melero, Mª Victoria Trianes y tantas otras personas que representan lo más grande de la pedagogía actual. ¡Qué suerte tuve de aprender de ellas! 

Gracias a las profesoras que me hicieron informes positivo para que mi libro viera la luz: Encarna Soto y Noelia Arcaraz. En una semana se leyeron Pensando en la infancia y escribieron muchas cosas bonitas sobre él. Gracias a quienes hicieron los informes positivos de lectura a ciegas por su generosidad, porque en el anonimato analizaron el libro y vieron sus posibilidades para el alumnado de Ciencias de la Educación. Ese era uno de los objetivos de esta obra: servir de ayuda a todas las personas que quieren dedicarse a enseñar y se encuentran tan perdidas como yo me encontré cuando empezaba.

También quiero dar las gracias a todas las maestras y maestros que me acompañaron y alentaron durante toda mi vida profesional, tanto en los cursos y jornadas que tuve el honor de impartir como en las redes sociales, en las que me animaron y valoraron mi trabajo.

Especialmente agradezco sobre manera a mis colegas de los grupos de trabajo e investigación con quienes tanto crecí: Sole, Maribel, Javi, Encarna, María José, Rosa, Gema, Isa, Ana, Cristina, Eli, Noemí, Carmen y Ana Laura.

Gracias a las niñas y niños con quienes compartí vivencias y a sus familiares, que tanto me ayudaron. No es verdad que las familias estén en contra de la innovación. Si explicas lo que haces y eres coherente las tendrás a tu lado colaborando. Siempre las sentí como aliadas.

Gracias a mi correctora Mari Cruz Ruíz, que supo ver y corregir mis dificultades disléxicas. Todo un verano escudriñando mis debilidades y enseñándome a poner negro sobre blanco en mis escritos. Gracias May, por enseñarme, entre muchas cosas, a poner las comillas españolas que no vienen en el teclado y son más chulas (Alt+174 y Alt+175). Desde que las utilizo mi escritura es más elegante.

Muchísimas gracias a mi maestra de toda la vida, a Mari Carmen Díez Navarro. Es un honor que me haya escrito el prólogo, bautizándome con el sobre nombre de una hermosa samba: El eterno aprendiz. Ella es responsable de que no haya escrito más, siempre se lo dije: «Todo lo que pasa en mi aula, ya lo has escrito tú con más poesías y profundidad de lo que yo podría». Es un honor y un placer haber compartido tanto con quien fue mi faro en la escuela, la mejor maestra de educación infantil de este país.

Muchas gracias a todas las amistades que habéis venido hoy a acompañarme, porque sentirse tan arropado es el mejor regalo que te pueden hacer en esta vida. Gracias, porque habéis gastado vuestro tiempo para estar conmigo en este momento. El mejor regalo del mundo es la dádiva del tiempo en una época en la que éste es oro. Así que mil gracias por venir.

Por último, quería dedicarle este libro a mi familia que siempre está ahí, especialmente a mi mujer y mi hijo; y a mi madre que, seguro, está en su cielo.

Para acabar, decir que deseo que este modesto libro pueda ayudar a todas las personas que se dedican a educar, para que sigamos, siempre, Pensando en la Infancia.

(Universidad de Málaga, 25 de octubre de 2021)

 

 

6 de octubre de 2021

LOS NADIES

Mi admirado y querido Eduardo Galeano escribió en 1940 un poema sobre «Los nadies». Parece mentira pero sigue vigente, también en la escuela.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro
y sueñan los nadies con salir de pobres,

Llegó a infantil como cualquier niño; algo gordito, un poco juguetón, de aspecto tierno y con ojos temerosos, como muchos otros, un chico del montón.

Pronto comencé, ya desde infantil, a verlo castigado: porque no hacía bien las fichas, porque no atendía, porque se salía de la pauta, porque jugaba a todas horas… (Algo que en la escuela es demasiado habitual, aunque no debiera). Muchas  veces pasé por su clase y, al verlo contra la pared, como en otros tiempo (porque resulta que aún hay libertad de cátedra para estos menesteres inadmisibles), lo acogía en mis brazos y me abrazaba como si no hubiera un mañana. Una angustia inmensa me atravesaba el pecho. Ese chico de infantil no entendía nada. Quizás, tenía mala suerte.

…que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte,
que llueva a cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca,

Aún era pequeño y nadie intuyó sus dificultades. Y es que, a veces, el profesorado trata a todo el alumnado por igual y le exige hacer las mismas cosas. ¡Son tan defensores de la igualdad! (Maldita igualdad que no considera desde donde parte cada persona, y no tiene en cuenta la diversidad).

Pero este alumno no tuvo buena suerte en la vida, porque le tocó una familia pobre, no solo de dinero, también de estudios, de lenguaje, de cultura, de posibilidades, de relaciones sociales, de artefactos electrónicos, de juguetes, de comida sana… Y es que si no era nadie es normal que no tuviera nada.

…ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, 
por mucho que los nadies la llamen
y aunque les pique la mano izquierda,
o se levanten con el pie derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.

Su padre trabajaba todo el día en quehaceres físicos y pesados que la sociedad relega a los más desfavorecidos (así llaman ahora a los pobres de toda la vida). Su madre, enferma, cada día era acogida en un centro para tratar su dolencia. Su hermano y él, desde pequeño, haciéndose cargo de sus casi vidas.

Los nadies: los hijos de nadie,
los dueños de nada.

Al entrar en la Educación Primaria ya venía con un diagnóstico de discapacidad por inteligencia límite. Fue entonces cuando cambió, por arte de magia, de niño malo a un alumno con Necesidades Específicas de Apoyo Educativo (una nueva etiqueta).  De un concepto moral pasó a una consideración científica. Algo habíamos avanzado. ¡O no!

En primaria tuvo algo de suerte y le ayudaron maestras que se desvivieron por él, que trabajaron con sus necesidades y posibilidades, que le tuvieron consideración (parece mentira que dependamos del profesorado que nos toque en las escuelas, como en la tómbola). ¡No hay derecho!

Pero en la educación formal no depende todo del profesorado. Hay un sistema complejo de contenidos, metodologías, horarios, asignaturas, organización de los espacios y exámenes, que margina, humilla y ningunea al alumnado con más dificultades.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, 
corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, 
rejodidos:

Y es que el alumno en cuestión tenía dificultades para hablar. Aunque lo entendíamos, no cumplía con los estándares de calidad que la escuela actual demanda. Una institución educativa que exige éxitos, en vez de compensar inconvenientes sociales. ¡Lo nunca visto!

Él era consciente de sus dificultades, tenía un corazón muy grande, comprendía todas las situaciones que vivía, pero se expresaba a su manera.

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones,
sino supersticiones.

Es verdad que, a veces, se mostraba irascible con sus compañeros porque no lo incluían en los juegos, porque no sacaba buenas notas, porque era gordito, porque no sobresalía en nada.

Y, poco a poco, sin que nadie tuviera culpa, se fue forjando una baja autoestima porque fracasaba con todos los obstáculos que le ponían la vida y la escuela.

Pero este chico, que yo atendía como especialista en Pedagogía Terapéutica, cada día me daba las gracias cuando le ayudaba. Quizás, porque yo lo miraba como a un alguien, como a una persona, y él lo percibía.

Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos,
sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.

Al acabar la Primaria, en la fiesta de despedida, nos abrazamos como si no hubiera un mañana. Me daba las gracias por tanto y yo agradecía su actitud de entrega. Pero a pesar de todo el esfuerzo, quizás, para los nadies no haya posibilidades de futuro.

Que no tienen nombre, sino número.

 Que no figuran en la historia universal,
sino en la crónica roja de la prensa local.

Ya lo imagino en el Instituto, ensimismado y receloso. Espero que tenga suerte y le toque profesionales sensibles; pero lo tiene complicado, porque todo no depende de la escuela ni del profesorado. La marginación social es siempre una cuestión política y económica, muy difícil de cambiar.

Los nadies,
que cuestan menos
que la bala que los mata.

24 de septiembre de 2021

INTENTANDO INNOVAR EN LA ESCUELA

Recuerdo, cuando empezamos a trabajar en Educación Infantil un grupito de maestras y maestros, un tanto ingenuos, que luchábamos en mil batallas contra los obstáculos que nos impedían enseñar con metodologías innovadoras. Nos persiguieron inspecciones educativas, direcciones de colegios, compañeras y compañeros. No comprendíamos nada. ¡Quienes deberían alentar la innovación en la escuela nos ponían zancadillas! 

Con el tiempo nos dimos cuenta que sufrimos por nuestra torpeza, por no comprender la dificultad de cambiar una organización educativa tan férrea y anquilosada como es la escuela.

Dimos cursos sobre lo que hacíamos en nuestras aulas por los Centros de Profesorado, en un intento de mostrar nuestras tímidas innovaciones sobre ambientes en el aula, lectoescritura constructivista o trabajo por proyectos. Fue una experiencia gratificante pero quizás, solo para quienes impartimos las ponencias, porque nos ayudó a sistematizar nuestra práctica. Pero ahora pensamos que no sirvieron demasiado para mejorar la escuela. Cuando vamos a cursos, conferencias, jornadas y encuentros educativos buscamos la pócima que calme nuestro desasosiego. Porque solo escuchando no se aprende demasiado; y es por eso que nos aferramos a nuestra experiencia pasada, a la escuela de cuando éramos niñas o niños: cartillas de leer, memorización, exámenes y castigos.

Ahora se sigue, en la mayoría de los colegios, enseñando a leer y escribir con el método tradicional, hace tiempo denostado por la ciencia. Quizás, no sirvió de mucho tanto esfuerzo para intentar convencer de nuestras evidencias educativas innovadoras. Si acaso, nos valió para reflexionar sobre nuestro trabajo, aumentar nuestra autoestima, para perfeccionar nuestra práctica y para mejorar como enseñantes. Pensando en la distancia, hemos aprendido que impartiendo charlas no cambiamos la realidad de la escuela.

Compartiendo experiencias y errores, hemos aprendido características esenciales de los Centros Educativos, como de cualquier organización social que se precie, que dificultan cualquier proceso de innovación y mejora. Estas son algunas de ellas:

- Siempre aprende el que habla de lo que hace y pocas veces el que escucha. Aprendemos mostrando lo que hacemos y reflexionando sobre ello. Quienes crecen son los ponentes, en esa liturgia de jornadas y conferencias. Quienes solo escuchan no cambia demasiado. Para aprender hay que, primero, hacer; luego, pensar y compartir el análisis de la acción; y, por último, llevarlo de nuevo a la práctica. Sabiendo como sabíamos que se aprende con la reflexión de nuestro trabajo en grupo, fuimos dando charlas, por los caminos, sobre nuestras prácticas. Era como enseñar un mapa del paisaje que recorrimos. Y, ya se sabe, que en el plano nunca está lo vivido.

- Todo intento de cambio produce una reacción (acción-reacción, principio físico que siempre se cumple). Nunca pretendas cambiar el status quo esperando el beneplácito. Si empujas al sistema, sentirás en tu alma la resistencia. De la innovación nunca se sales ileso. Cualquier intento de transformación produce sufrimiento, pero éste también enseña. Eso aprendimos intentando cambiar la escuela.

- No esperes el aplauso de quienes trabajan a tu lado. La inseguridad de algunas personas salta por los aires cuando te conviertes en espejo en los que se miran y no les gusta lo que ven. Es necesario conectar con redes de contactos lejos de donde trabajamos, donde nadie te conozca, (eso hicimos siempre). Allí encontrarás el verdadero valor de lo que haces. Al no existir relaciones de cariño, de poder, celos o rivalidad, juzgarán sólo tu trabajo y sabrás el verdadero valor de lo que haces. Son pocas las personas que tienen la suerte de trabajar juntas compartiendo y valorando a quienes tienes a tu lado; solo ocurre cuando el grupo ha trabajado mucho sus emociones personales.

- Si trabajas de forma diferente al resto de la gente, se necesita valor para navegar en soledad. Raras veces encuentras a personas que reconozcan tu trabajo y te ayuden en la tarea. Es muy importante descubrir entre tanta «normalidad» a quienes, como tú, busca innovar y mejorar la educación.  La innovación requiere de gente dispuesta a asumir la duda permanente y la soledad.

- Nunca te enfrentes al poder directamente, aunque tengas más razón que un santo. El poder es el que puede, no necesariamente el que sabe, y menos aún quien tiene razón. No malgaste saliva en explicar. El poder suele querer mantener la paz social del centro educativo que dirige. Si molestas demasiado, te castigan.

- Todas las personas tenemos un vacío, un hueco en nuestro interior que nos inquieta. Quienes nos dedicamos a educar se nos ensancha ese agujero. Debemos aprender a llenar nuestras lagunas para poder educar de forma saludable, pero siempre desde la experiencia. Los discursos y textos pedagógicos, las conferencias, la charlas, ponencias y reuniones… alumbran, sugieren y dan ideas, pero sólo cuando se practican y se viven en carne propia nos ayudan a mejorar, de lo contrario nunca diluyen nuestras carencias. Y es que aprendemos de la reflexión sentida, en grupo, de lo que hacemos. Aprendemos cuando una chispa se enciende, no cuando nos obligan a perfeccionarnos. Porque la llama del aprendizaje prende desde dentro. Y cada cual arde a su tiempo y manera.  Solo desde nuestro interior podemos tapar ese vacío que todas las personas llevamos dentro.

- Por último, debemos tomar conciencia de que trabajamos en una institución férrea que se resiste a cualquier cambio o innovación. La lucha para cambiar la escuela es dura, pero merece la pena.

17 de septiembre de 2021

OJOS AZULES QUE MIRAN, A VECES

Tengo un alumno con los ojos más bonitos del mundo, pero le cuesta mirar (paradojas de la vida). No sabemos el porqué pero tiene dificultades en conectar. Indagando e investigando fui descubriendo que había situaciones emocionales en las que se vinculaba: masajitos en la cabeza, sobre el suelo bocarriba, saltando en la cama elástica, con la canción Un Elefante se balanceaba… y jugando a Los tres cerditos con los muñecos del cuento dentro de una casita de cartón. Cada vez que me veía entrar a su clase me decía, mirándome a los ojos: ¡Los tres cerditos, Cristóbal! Y me regalaba una mirada azul cielo de esas que te atraviesan el alma. No hay placer más grande que una conexión visual de alguien a quien le cuesta mirar. 

Es un alumno propenso a diagnósticos, informes psicopedagógico, historial médico, dictamen de escolarización y no sé cuántas cosas más. Pero yo no me fijé en el color de sus ojos ni en las posibles etiquetas, sino en los momentos de conexión emocional, en su mirada azul cielo.

El caso es que nos íbamos de vacaciones de verano y le regalé esa casita de Los tres cerditos a su mamá, para que jugara con su hijo en verano. Y mira por dónde, esa madre me escribe diciendo que su hijo seguía desconectado, pero cuando le enseñaba la casita decía: ¡Cristóbal!, ¡Los tres cerditos! Soplaré, soplaré y la casa derrumbaré.

Y es que hay que buscar los momentos, actividades, juegos y relaciones donde se produzca ese milagro de conexión entre los seres humanos. Esos momentos mágicos que, no sabemos por qué, hacen vincular a la infancia con la realidad. Y, en la distancia, sigo conectado con el chico de ojos azules gracias a ese cuento en el que el lobo quiere comerse a quien que no tienen conciencia sobre la realidad.

La capacidad de conectar del profesorado tiene que ver con el carácter y la actitud de cada persona, con la forma de ser, con la abertura sentimental, con el estado mental, con el equilibrio emocional, con la capacidad de introspección... En magisterio, no solo hay que estudiar las teorías introspectivas, de las que a veces carecen los planes de estudios, sino que habría que aprender sobre lo que nos pasa a quienes nos dedicamos a educar cuando nos enfrentamos a un grupo de personas que empiezan a sentir la vida. Porque hay que aprenderse, hay que ponerse en juego  y vincularse. Sólo así podremos educar al alumnado.

Si no eres capaz de mirar a los ojos de alguien, cómo vas a educar. Las niñas y los niños te huelen. No hay posibilidad de engaño con las emociones de la infancia. Conectar tiene que ver con la consideración de la otra persona desde la verdad de lo que eres. Quizás, este sea el secreto: entrar en lo personal, escuchar, mirar, sentir, sostener y conectar. Y de eso va el vínculo para educar. No sirven, por tanto, los protocolos pseudopsicológicos de técnicas que se aprenden para enseñar. No se puede educar si no nos entregamos.  Es imprescindible conectar, vincular afectivamente y darnos en cuerpo y alma. Eso me enseñó ese niño de ojos azules inquietantes a quien le cuesta mirar.

Sufro una Administración Educativo con unos ojos preciosos, pero que nunca miran donde tienen que mirar. Porque resulta que el personal educativo nos desvivimos por ayudar al niño de ojos azules; pero llevamos dos años, desde el Equipo de Orientación, pidiendo un apoyo para que le ayude a poder estar en el aula con los demás, porque no controla esfínteres y tiene ciertas necesidades. Pero esos ojos maravillosos de la Administración Educativa que se muestran en los discursos políticos, especialmente cuando hay elecciones, miran para otro lado, no saben ver la realidad.

La familia de este chico lleva dos años viniendo al colegio, diariamente, a cambiar el pañal de su hijo: y, ahora, ya desesperada, desea poner un apoyo llamado sombra mediante la asociación de Autismo, que la administración no paga, cuando la educación es gratuita y las leyes se llenan la boca con palabras de inclusión, gratuidad y diversidad.

Lástima de ojos azules preciosos que le cuesta mirar y tiene que mendigar la ayuda de una Administración insensible que, aunque muestre unos supuestos preciosos ojos, no sabe ver lo que es su responsabilidad.

 

27 de agosto de 2021

La teta de mamá

Es difícil de comprender el sufrimiento que generan los celos en la infancia. Para explicarlo siempre pongo el mismo ejemplo: que tu pareja se enamore de otra persona.

Imagina que eres madre, eres feliz, estás repleta de amor y caricias y, de pronto, descubres a tu pareja agarrado a una teta que no es la tuya. Esos labios que saborearon tus pechos ahora habitan otra ambrosía.

Imagina que eres padre, eres feliz, estás repleto de amor y caricias y, de pronto, encuentras a otra persona saboreando el néctar del pecho de tu pareja.

Pues imagina una personita pequeña que mamaba de la teta de su mamá y ahora esa teta es para otra personita. Piensa que dormía en la cama de sus padres y, ahora, un bebé ocupa ese lugar placentero. Sólo entonces comprenderás el sufrimiento que genera ese desplazamiento. 

Si los adultos sufrimos con una infidelidad, pensemos en una niña de tres años o en un niño de cuatro o cinco que viven esa realidad. Pues eso les pasa a las criaturitas que tienen una hermanita o un hermanito, que poseían una madre en exclusiva y ahora tienen que compartir amores.

 A los seis o siete años ya están en otra situación. Ya soltaron el pecho, ya son mayores, ya soportan a un inútil bebé, que solo llora, duerme, mama y se hace caca encima; que no sabe comer y tiene que chupar la teta de su mamá. Cuando somos mayores nos identificamos con la mamá o el papá que cuidan al bebé. A edades más maduras ya no hay celos, hay comprensión, cuidado, identificación y empatía, porque salimos del egocentrismo infantil. Nos situamos en otra posición y es entonces cuando crecemos.

Si nos viene una hermana o un hermano pequeño tenemos que acostumbrarnos, primero, a la reciente situación y, después, reubicarnos en la nueva estructura familiar. Ya no somos en exclusiva, ahora somos alguien más. Nos han robado lo que creíamos nuestro, lo que éramos. Tenemos que salir del egocentrismo infantil por fuerza mayor, pero, a veces, no estamos preparados.

Y es que la edad de los críos es muy importante. No es lo mismo tener dos años, tres o siete. No es igual tener la capacidad de comprender una nueva situación a que se dispare la emoción incontrolada de quien aún no tiene conciencia ni pensamiento lógico. Por ello hay que tener paciencia y comprensión para elaborar las nuevas situaciones que encontramos en la infancia.

Hace muchos años, por eso lo cuento, una maestra de infantil me pidió ayuda para que le acompañara en una tutoría con familia. Un niño de cuatro años se mostraba en clase desafiante, dominador, tirano, prepotente, controlador… Le dije que citara tanto al padre como a la madre. Es necesario, siempre, trabajar en la estructura familiar. Le pregunté a la madre que donde dormía el hijo. Es imprescindible analizar los momentos importantes de la vida: dormir, comer, ir al baño, deseos y necesidades.

Después de un ratito de charla y de establecer un buen rapporte, me cuenta la madre que su hijo se acuesta con ella, apretado. Y no se duerme si no es tocándole el pecho con la mano. Miro al padre y le digo: esa teta ya no es del niño, ya creció demasiado. Ahora puede ser tuya de nuevo. A los pocos días ese padre, que antes estaba angustiado, me da un abrazo de los que se ponen los corazones a latir al mismo ritmo. Algo importante tuvo que ocurrir en el lecho familiar gracias a mis palabras certeras.

Es evidente que la entrevista dio sus frutos. Tomaron conciencia de que había llegado el momento de una reubicación familiar. Ya no podía sostenerse la diada madre-hijo, sino que tendría que cambiar a una estructura triangular donde padre y madre estén arriba y el hijo en el vértice de abajo.

El caso es que ese padre y esa madre, después de la entrevista, reestructuraron su familia, y el hijo aprendió cuál era su sitio en la configuración familiar y, como consecuencia, en el colegio desaparecieron las conductas desafiantes, sin castigos ni medicamentos. Y es que, a veces, las palabras, si son certeras, curan.

Es importante saber siempre el lugar que ocupan las niñas y niños en la familia, si son únicos, parejas o familia numerosa, y en qué posición están los descendentes en la estructura familiar. También es imprescindible vislumbrar cómo se comportan en la escuela;  y, sobre todo, es imprescindible saber la función que tiene la teta de mamá en esa estructura social.

 

6 de julio de 2021

 NO ME VOY DEL TODO

Me jubilo. Pero tengo todo el verano para hacerme a la idea. Para ir soltando lastres y amores. Aunque no creo que deje de ser maestro de escuela: se me clavó en el alma esta profesión-pasión.

Esto no es una despedida porque me fui yendo poco a poco, porque hace tiempo que me estoy despidiendo. No obstante, quisiera conservar ese poquito que me queda para no irme del todo del mundo educativo, que fue y sigue siendo una buena parte de mi vida.

Y es que me fui en gran medida cuando dejé la Educación Infantil. Esos fueron mis mejores años. En donde di todo lo que supe y no dejé de aprender para seguir dando más aún. En esos más de 20 años aprendí todo lo que sé de la infancia, porque esas niñas y niños de 3 a 5 años son la mayor universidad para quienes quieran aprender de la vida. Y yo siempre tuve las orejas abierta de par en par (y dicen por ahí que fui alumno aventajado). Todo lo que aprendí lo fui dando a quienes quisieron abrir sus orejas. No quise nunca quedarme nada para mí. Me encantó compartir experiencias. Eso me llenó de una gran satisfacción. Ya se sabe que quien da es quien más recibe.

Luego vino el gran reto de acabar mis años profesionales intentando ayudar a la infancia más necesitada. Siempre me dediqué a ella como tutor del aula; pero ahora dedicaría todo el tiempo a esas criaturas que fracasan en la escuela porque esta no está preparada para albergar la diversidad de la sociedad. Y creo que me equivoqué porque no se puede ayudar desde la especialización, desde la exclusividad, desde el diagnóstico. Solo podemos aprender en la diversidad del aula, en el grupo, con los iguales (como yo lo hacía antes de ser especialista en Pedagogía Terapéutica). Sólo podemos educar en la diversidad desde una concepción de aceptación de las diferencias, desde metodologías abiertas, desde la educación inclusiva de verdad, desde las tutorías de aula, desde proyectos integrales de centro. Porque en la escuela todas las personas debemos ser atendidos, cada cual a su manera y con su peculiaridad, por toda la comunidad educativa.

Esto no quiere decir que no haya aprendido en estos últimos cursos como especialista en Pedagogía Terapéutica. Cada niña, cada niño, me ha enseñado algo. Especialmente he aprendido de quienes tenían más necesidades. Gracias mil veces a esa infancia especial y sus familias por haberme enseñado tanto. Pero creo que no solo yo he aprendido con esas personitas peculiares, sino que también ha aprendido mi escuela. Estoy seguro de ello. Sé que todo el alumnado de mi cole ha mejorado su humanidad y empatía gracias a quienes tienen capacidades diferentes. Porque hay cosas que solo se aprende en la convivencia. Y también las maestras y maestro hemos aprendido, y las familias. Toda la comunidad educativa ha mejorado gracias a las personas con diversidad funcional. Hemos aprendido que nos educamos en comunidad, que nadie se educa en soledad, que la diversidad es riqueza, que, ante todo, somos seres humanos.

La madre de mi alumna más especial lleva días llorando mi ida. Sí, me jubilo. Me voy. Me ha llegado la hora (esa no, la de la jubilación). Y me sienta bien ese regalo de lágrimas tan sentidas. Pero ya le dije: si algo hice bien en el cole con tu hija es que me puedo ir tranquilo porque ella estará bien atendida. Y es que mi labor como especialista en Pedagogía Terapéutica fue la de cambiar el cole, no a la niña. Antes solían decir por los pasillos: ¿esta niña por qué no está en un centro específico? Hasta las especia-listas (no sé por qué del nombre porque muy listas no parecían) dijeron que esta chica debería estar en un centro especializado: porque no comunicaba, no entendía, porque solo realizaba rutinas, porque el centro no estaba preparado, etc.

Pero mira por dónde, esta chica tan especial, que no tenía expectativas de futuro, ya sabe leer y escribe sus deseos, está en mi cole incluida como parte importante del funcionamiento del centro, todo el alumnado la quiere, es parte de la comunidad educativa. Y sus compañeras y compañeros han mejorado como personas, han desarrollado empatía, aceptación de la diferencia, comprensión, amabilidad, paciencia, escucha… y tantos valores imprescindibles de la educación que necesitamos en esta sociedad. Y todo gracias a esta niña tan especial.

Es por eso que me voy sin sensación de abandono, porque sé que mi colegio seguirá funcionando igual que cuando yo estaba. Porque si algo he hecho bien ha sido no hacerme imprescindible. Siempre habrá profesorado que luchará por la aceptación de la diversidad. Lo mejor que hice es intentar que el colegio se impregnara de la aceptación de la diversidad del alumnado. Me gusta la idea de haber puesto mi granito de arena para el colegio funcione mejor. Espero haberlo conseguido de alguna manera. Porque educamos igual que las olas crean orilla: al retirarse.  

No digo adiós sino hasta siempre. Guardaré en mi alma un poquito de mi escuela igual que espero que otro poco de mí se quede en mi colegio de toda la vida. Quizás siga presente entre las paredes del colegio, o en el patio, en el árbol de morera que planté para darles comida, cada primavera, a los gusanos de seda de mi aula. Quizás siga, de algún modo, dentro del niño que no mira a los ojos, o de la niña que aletea, o del chico que tiene dificultades varias para las mates. Quizás siga junto a todas esas chicas y chicos, que solo necesitan que las amen como a las demás. Eso me haría mucha ilusión: haberme quedado flotando en el alma de las niñas y niños a los tuve el honor de ayudar mientras me hacían mejor maestro.

Pido perdón por si pude hacer daño intentando mejorar la escuela. Es difícil cambiar la educación sin llevarse a alguien «palante» en algún momento, solo quise lo mejor para lo único importante de la escuela: el alumnado. Y perdón, especialmente, a todas esas niñas y niños a quienes no supe ayudar lo suficiente.

Aquí seguiré con el poquito de escuela que me quedó dentro, por si alguien necesita ayuda en este duro quehacer que es la educación de la generación con el futuro más incierto. Porque quizás puedo ayudaros a comprender dos cosas que yo aprendí en mi vida profesional: la importancia de la educación y la dificultad que conlleva.

Gracias a tantas personitas que, en el camino, me han enseñado tanto, y gracias a todas las personas que gastan su tiempo con la infancia, porque de ellas es el reino de este mundo, que es el único cielo.

24 de mayo de 2021

CADA CUAL ES ESPECIAL

 No somos individuos. Somos un sistema complejo que vivimos en contextos. Si queremos conocer quienes somos debemos tener una visión holística de la realidad. Para vernos de verdad es necesario abrir los ojos de par en par: mirar lo que somos cuando actuamos en interacción dentro de una relación. Somos diferentes en función de miles de circunstancias. Nos mostramos como personas distintas dependiendo de las diferentes situaciones: si estamos solos, en el trabajo, con amistades o frente al mar. Porque nos construimos como personas en un medio complejo: natural, social, cultural y emocional.

Somos más que lo que aparentamos individualmente. Somos en la interacción de muchos elementos: cultura, ambiente, naturaleza, historia, percepción y mil cosas más, y siempre con la mirada distorsionada que tenemos. Somos lo que somos capaces de ver en el espejo que la compleja realidad nos muestra. Pues eso: somos dentro de un contexto.

Por ello, no es lo mismo ser primer hijo, que segundo, que tercero, en la relación familiar. Ser primogénito nos determina. Se parece más el carácter de los primeros hijos de familias diferentes que hijos de la misma familia. Y ser hijas, ya ni te digo. El orden en la dinastía o el género nos marca más que las condiciones sociales. También nos condiciona la religión, la ideología, nuestras familias o el lugar del mundo en el que nos ha tocado vivir.

Ser el primer hijo o hija de una familia es muy determinante en la construcción de la identidad. Nuestra madre puso todo en su deseo de ser madre en su primera criatura y nuestro padre puso todo su deseo de trascender. Los miedos de cómo cuidar y educar a la primera criatura que engendramos se materializan en la crianza de ese primer vástago. Nos construimos como seres únicos y permanentes en función de las expectativas de quienes nos engendró. Cuando llega un segundo hijo o hija ya nada es igual. Madres y padres ya no son lo mismo. No es igual tener una hija, un hijo, ser primero, segundo o tercero, porque ya no somos la misma persona después de haber tenido un descendiente.

Las personitas cuando nacen se construyen desde un lugar. Entre verse como primer deseo o como alguien más hay una gran diferencia. Nos determina demasiado el lugar que ocupamos en nuestra familia. Ser el de en medio, el emparedado, marca una gran diferencia en la construcción de nuestra identidad. Ser segundo de tres es casi como ser nadie. Quizás sea mejor ser el pequeño, el que se llevará todos los mimos y las complacencias. Ser primero siempre sufre la loza de quien lleva toda la responsabilidad de ser un buen hijo, una buena hija, para no defraudar a su madre y a su padre, que pusieron todas sus expectativas en sus mejores deseos.  Esto  depende en gran medida de sexo y de las expectativas que hubiera en su madre o su padre.  

Así que nunca digamos que hemos educados a nuestras hijas o hijos de la misma manera. El contexto es muy diferente. Cada hija, cada hijo es un ser especial. Y en la escuela no digamos. ¡Uf, qué complejidad!

 

18 de diciembre de 2020

FIN DEL VIAJE

Solo una mochila con sueños me acompañaba, como parte indisociable de mi cuerpo, en este último viaje. Cogí el tren de la esperanza sin destino prefijado. Me alejaba sin demora de la inquietante rutina: de ese llevar mascarillas en los labios, de la distancia de seguridad tan poco segura para el alma, del lavado de manos habitual, que empezaba a borrar mis huellas dactilares: mi propia identidad.

Hay dos tipos de viajes: uno el que busca un destino; el otro, el que huye de alguna parte. Este segundo era el sendero que emprendí.

¡Huir!. Eso hacía, huir a ninguna parte, a máxima velocidad.

Sentí que me iba lejos, muy lejos, por camino sin retorno, hacia el otro lado del mundo.

Fue un viaje hacia dentro, hacia lo más hondo del alma. Viví una aventura de sufrimientos, de angustias, de miedos. Una travesía de nubes, de humo, de nada y de todo al mismo tiempo.

Percibí que no sólo yo viajaba sino que, sin saber cómo, me convertí en sendero de miles de objetos que transitaban por mi cuerpo: tubos, agujas, antibióticos, calmantes… y mil cosas que no recuerdo. Sentía como todo navegaba despacio dentro de mí. Me vi como encrucijada por donde transitaban cientos de viajeros a lugares prefijados intentando detener mi destino irremediable.

Sin saber cómo ni cuándo, me encontré a medio camino, rodeado de seres ancestrales vestidos con batas blancas, mascarillas y pantallas transparentes, en un vehículo que emitía ruidos y luces estridentes.

Este viaje imaginaba, mientras estuve ingresado en la UCI del hospital, justo una semana después del fatídico día en el que, maldita la hora, me dio por besar a mi amiga, sin saber que besaba a la muerte inesperada.

Eso pensaba yo cuando todos los senderos de mi cuerpo se alinearon para llegar a la orilla de la laguna Estigia con el propósito de navegar, por sus aguas calmas, hasta el fin inevitable del viaje.

22 de agosto de 2020

EL CORONACURSO

La vuelta a clase en esta situación de pandemia exige tomar medidas que garanticen la seguridad sanitaria antes de  abrir los colegios. Las principales actuaciones que es necesario realizar no dependen de la comunidad educativa sino de la Administración. Para guardar distancia de seguridad hay que bajar la ratio del aula, habilitar nuevos espacios y contratar personal de limpieza, apoyo, comedor y más profesorado. Porque en un aula no caben 25 niñas y niños guardando la distancia recomendada. Es imprescindible personal de limpieza de forma permanente. Los comedores necesitan hacer varios turnos para guardar distancias de seguridad, más espacios y extremar la higiene. Los transportes escolares también necesitan cumplir las normas. Así como el aula matinal o las actividades extraescolares.

Las instrucciones que los poderes públicos han dictando cargan la responsabilidad a las direcciones de los centros y al profesorado. No han adoptado ninguna medida eficaz, sólo recomendaciones imprecisas sin invertir en todo lo que se necesita.

El curso está ya cerca y no podemos esperar a que el poder político asuma sus competencias y den soluciones a tantas necesidades. Ante la complejidad de la escuela no sirven los protocolos: no es lo mismo infantil que primaria, cada alumnado es diferente, cada centro es único y no sabemos las circunstancias que se van a presentar. Los aseos son los que son, las entradas, pasillos, patios, aulas y demás dependencia ya tenían carencias espaciales desde hace tiempo en la mayoría de los centros educativos. Como no esperamos respuesta administrativa a los problemas que se avecinan debemos, en la medida de lo posible, hacer lo que buenamente sabemos y podemos.

Lo deseable es reinventar la escuela, porque el confinamiento ya existía en esos habitáculos cuadrados llenos de sillas y mesas en los que, en pocas ocasiones, se cumplía la normativa en cuanto a espacio por alumnado. Quizás esta situación puede ser una oportunidad para generar cambios sustanciales. He aquí algunas sugerencias para ir pensando:

Lo principal para educar es estar presentes, mirar a los ojos y escuchar. Para ello debemos, en primer lugar, escucharnos por dentro, solucionar nuestros miedos para poder luego atemder a los demás. Las maestras y los maestros tenemos que soltar nuestra angustia antes de tratar con el alumnado. Así que es primordial tener cierta seguridad en el trabajo para sentirnos relajados. Antes que nada, debemos trabajar los vínculos entre el profesorado para luego poder vincular al alumnado. Deberíamos compensar este tiempo de angustia y el mucho trabajo telemático que hemos realizado y restaurar todas nuestras heridas para poder ayudar a nuestros escolares.

Sin conexión no hay educación. Hay que acercarse emocionalmente para tocar los corazones de las niñas y niños de la clase. Si nos tapamos la boca con mascarillas debemos aprender a sonreír con los ojos. Lo que sea, para poder conectar. La distancia de seguridad necesaria es sólo física. Así que para compensar se necesita más contacto emocional. Traspasar las mascarillas y las mamparas requiere de palabras más sensibles. Esta vez se hace necesario, más que nunca, escuchar individualmente y no sólo al grupo. Cada cual tiene su peculiaridad en la conquista de su equilibrio emocional.

Las familias también deben estar conectadas con el profesorado emocionalmente. Sólo si están relajadas, confiadas y tranquilas tendremos alumnado con posibilidades educativas. No debemos prejuzgar a las madres y padres de nuestro alumnado porque cada cual vivió la realidad de forma distinta y no lo sabemos. Debemos estar tranquilos y cercanos para poder soportar sus inquietudes. Así nos mandarán al colegio niños y niñas más equilibrados.  Tampoco todas las familias tienen las mismas posibilidades y necesidades. Que los colegios estén abiertos no debe implicar que tengan que venir a clase todos los días ni a todas horas la totalidad del alumnado. Abrir variabilidad de asistencia podría ser una posibilidad para bajar la ratio. Es un momento suficientemente peligroso que requiere buscar soluciones imaginativas a la masificación de los colegios. Es necesario atender a quienes tienen menos posibilidades educativas.

Debemos aprovechar esta realidad tan compleja para realizar los cambios metodológicos que siempre debimos hacer y que ahora son necesarios. Trabajar con espacios y materiales naturales no estaría mal. La vuelta a la naturaleza es ahora imprescindible porque es más saludable que el aula. El patio del colegio es un lugar que podemos aprovechar para aprender. Es necesario evitar los espacios cerrados. También podemos salir al campo, a la playa, al bosque o a la ciudad.  Concebir la comunidad como espacio educativo es una buena posibilidad: museos, parques, castillos, mercados, jardines y plazas.

Los árboles del colegio pueden ser templos de aprendizaje. A su alrededor podemos hacer asambleas, contar cuentos o leer. También se podría aprender muchos contenidos con ellos: hojas flores, frutos, texturas, fotosíntesis, ecología, insectos, pájaros, coger materiales para realizar actividades plásticas, aprender del recorrido de las sombras que dibujan en el suelo o percibir las texturas de su corteza.

El huerto escolar o el jardín son los mejores lugares para aprender sobre la naturaleza. La polinización de las flores la podemos ver en directo, así como el milagro de la germinación o el nacimiento de una flor.

En el cole no sólo enseñamos, sino que también educamos. Y además de educar podemos ser agentes de salud si realizamos actividades terapéuticas. Es necesario trabajar mediante el diálogo y la expresión el miedo que nos ha generado esta pandemia. Pero, sobre todo, es necesario jugar. El juego es la mejor medicina para todos los males del alma de la infancia.

Hay que hacer teatro para dramatizar y sacar fuera toda la angustia que nos provoca el virus, utilizando el cuerpo y la emoción. Es imprescindible volver a la psicomotricidad que nunca debió salir de la escuela, para que el alma grite todo lo que lleva dentro a través del cuerpo, porque con la expresión corporal nos ponemos en juego y lanzamos al aire todos nuestros enredos.

Trabajar los cuentos y los textos literarios se hace ahora más importante que nunca, porque ya se sabe que las historias nos recomponen el alma narrándonos de nuevo.  

La actividad dialógica es imprescindible para sacar fuera el trauma. Hay que intentar que el alumnado hable y converse sobre cualquier tema que estemos trabajando. Es importante dialogar sobre lo que sentimos. Porque si hablamos pensamos, y quienes hablan con los demás mejoran la mente y diluye sus emociones derramadas. 

Muchos creen que los medios tecnológicos han sustituido nuestra labor educativa, pero como técnicas frías y distantes conecta a baja intensidad. Sirven para mandar deberes y tareas, pero no para educar. ¡Tengámoslo presente! Podemos y debemos seguir usándolos como herramientas, pero siempre debe existir una persona humana que medie. Podemos crear en el colegio lugares informatizados para que busquen, investiguen e indaguen sobre cualquier tema que estemos trabajando. Debe haber talleres de tecnología para asistir en pequeños grupos. Es necesario deshomogeneizar las actividades, dejar que cada equipo pueda hacer distintas tareas en lugares diferentes, para así mantener distancias de seguridad.

Es sabido que la educación online ha aumentado las diferencias educativas que ya existían entre el alumnado de distintos estratos sociales, desatendiendo una de las misiones de la escuela que es compensar necesidades. Es hora de revertir la tendencia. Es necesario metodologías integradoras que ayuden al alumnado con más dificultades. Los aprendizajes cooperativos, los grupos interactivos, las parejas de ayuda mutua o patrullas como los scouts, son posibilidades de organización a partir de grupos pequeños que se ayudan y que trabajan juntos sobre proyectos y tareas integrales. Hay que evitar la enseñanza competitiva tan nefasta para todo el alumnado. Tanto para quienes tienen altas capacidades, que suelen ser rechazados, como para quienes tienen más dificultades. Debemos trabajar coordinados, lo hemos aprendido en el confinamiento: todas las personas somos necesarias y vamos en un mismo barco que es nuestro planeta.

Para todas estas propuestas hay que romper la estructura hermética de asignaturas y horarios. No podemos crear burbujas educativas, como propone la administración, si en cada grupo clase entra especialistas de inglés, francés, educación física, música y religión, que se pasean por todas las aulas. Si cada media hora tienen una asignatura distinta con un profesorado diferente la existencia de una persona infestada se expandiría por todo el colegio. Hay que volver a un magisterio generalista, trabajando todas las asignaturas juntas por medio de proyectos, actividades vivenciales o tareas integrales, a través de las cuales aprendamos sobre un mundo que nunca debió de ser parcelado en materias. Sólo integrando los saberes aprenderemos de la vida desde una visión interrelacionada y global.

Ya sé que es difícil reinventar la educación pero, quizás, esta pandemia nos permita soñar una nueva escuela, más saludable, solidaria, natural y amable. ¡Debemos intentarlo!