Distopía y utopía son conceptos contrapuestos que, pensándolo bien, nos pueden ayudar a avanzar por el camino correcto.
Dice
la RAE que distopía es una representación ficticia de una
sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
Yo lo aprendí con la novela de George Orwell «1984».
Últimamente, me lo recordó una novela que recomiendo: «Cadáveres exquisitos» de Patricia Highsmith. Porque la distopía
puede ser una manera de vislumbrar un nefasto futuro y estar prevenidos para no
perecer con las consecuencias de las inmundicias de este mundo.
Inventemos
una distopía:
Un
poder todopoderoso impone libros de textos con los que debe aprender toda la
infancia. Ellos marcan el camino por el que transitar, irremediablemente, las
niñas y niños de la comunidad: contenidos tendenciosos, copiar, memorizar,
hacer actividades con preguntas cuyas respuestas están en dichos libros y
devolver lo memorizado en exámenes. En Educación Infantil es más grave:
colorear, no salirse del dibujo, copiar letras sin significado, aprender los
colores, bailar a través de la pantalla y poco más.
Esos
libros sacrosantos deciden qué deben aprender las nuevas generaciones,
conformando un futuro programado, pocas veces acorde con la realidad existente.
Van construyendo seres humanos con sus narraciones. En esta distopía se diseña
toda una organización escolar: tiempos, espacios, metodologías, contenidos,
costumbres, liturgias, etc. Pues resulta que esta supuesta distopía existe en
la realidad en demasiados colegios. Ya se sabe que el lenguaje crea el
pensamiento, por lo que es necesario crear narraciones, fuera de esta distopía,
que amueblen los futuros cerebros.
Borrón
y cuenta nueva; frente a la distopía existente, inventemos una utopía.
Recoge,
Eduardo Galeano, en su libro Palabras andantes, una frase de Fernando
Birri: “La utopía está en el horizonte.
Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte
se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré.
Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”.
Imaginemos
que la escuela actual no existes tal como la conocemos, con el lastre de la
historia y los poderes ancestrales, con los intereses económicos de algunas
editoriales, con el beneplácito de la iglesia amenazante de otros tiempos, con ritos
y liturgias que arrastra desde hace siglos y que condicionan lo que hoy es y
seguirá siendo, si no lo remediamos. Imaginemos que empezamos de cero y tenemos
que educar a la infancia.
¿Qué
escuela diseñaremos?
Sabiendo
lo que sabemos, que la infancia se está construyendo, abonaríamos la tierra
para que la infancia evolucionara de forma natural, creando una cultura acorde
con sus necesidades. Dejaríamos tiempos para que crecieran, eso sí, regándolos
con mucho amor; dándole autonomía para que aprendan en libertad. Poniendo a su
alcance toda la cultura que ha desarrollado los seres humanos a lo largo de la
historia, para que acorten el camino ya recorrido por la humanidad. Respetando
sus desvaríos como parte del aprendizaje. Creando comunidad, porque debemos ser
parte de un todo que avanza sin dejar a nadie atrás. Imprescindibles
profesorado entregado: cultos, inteligentes, éticos y buena gente. Lo mejor de
cada casa; porque lidiamos con la futura civilización.
Para
ello tenemos que partir de lo que verdaderamente necesita la infancia.
Deberíamos tener esa oreja verde de
Rodari[i], para
escuchar sus necesidades, tener una actitud de escucha, apuntar a un futuro en
que vivirán felices, cubrir sus necesidades, atender a todas las personitas
independientemente de sus peculiaridades…; y dejar de escuchar a políticos que
utilizan la educación como mercado.
Así
que caminemos hacia el horizonte, supuestamente inalcanzable, con paso firme y
certero, con la ilusión de conquistar la utopía. Al menos, caminaremos por el
camino correcto, buscando la senda del bienestar de la mayoría de las personas.
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